1. Introducción
La pandemia por Covid-19 es considerada un desastre global multisistémico para el cual ninguna sociedad estuvo preparada (Masten y Motti-Stefanidi, 2020); sin embargo, como explican Pereda y Díaz-Faes (2020), todas las sociedades del mundo estan analizando lo sucedido y tomando medidas para mitigar sus efectos a corto y a largo plazo. Si bien el confinamiento buscó reducir los contagios (Roje, 2020), según Usher et al. (2020) en realidad ha incrementado las vulnerabilidades personales y colectivas en los grupos sociales. En este punto, es necesario recordar que la familia, como grupo social, es el primer y más importante pilar que contribuye a la socialización y a la construcción de la personalidad de los individuos (Saldaña y Gorjón, 2021); no obstante, un sistema familiar envuelto en la violencia constituye un ambiente enfermo y contaminado por un conjunto de estructuras socioculturales basados en el maltrato, el abuso, la opresión y el sometimiento de los sujetos más débiles (De la Cruz, 2010).
El hogar primario es el punto de inicio de la violencia, pues en la mayoría de los casos, se ha reportado que las figuras dominantes y posesivas son crueles, condenan, inhabilitan y causan daños, muchas veces, irreparables e irreversibles (Saldaña y Gorjón, 2021). En ese sentido, y según la teoría del aprendizaje social, si la familia configura un ambiente de estrés, frustración, agresividad o enfado, existe un alto riesgo que los integrantes más jóvenes reproduzcan estos comportamientos en el futuro (Mihalic y Elliott, 1997). Pereda y Díaz-Faes (2020) explican que, si bien puede existir una influencia genética en el comportamiento, este puede ser moderado por diversos factores ambientales; por lo que, afirman los mismos autores, el estudio de la violencia no puede dejar de lado el analisis de factores ecológicos y contextuales, apoyándose en las teorías ambientales y situacionales.
En relación con lo anterior, los individuos no solo presentan pulsiones, sino tambien cargan un aspecto heredado que se identifica y construye con los eventos sucedidos al interior de la estructura familiar, lo que a su vez configuran sus ideas y pueden preconfigurar conflictos (Nussbaum, 2009); en este proceso se transfieren pensamientos, afectos, historias, etc. de una persona, grupo o generación a otra (Trachtenberg, 2007). De allí que la violencia intergeneracional, cotidianamente entendida como “la violencia genera más violencia”, hace que la experiencia traumática incremente el riesgo de repetir dichas conductas agresivas (Madigan et al., 2019). Por su parte, Niyonsenga et al. (2022) explican que la aparición de la violencia familiar es promovida por el trauma, las conductas agresivas aprendidas, la indefensión y agresión reactiva; asi como la propia vida familiar, estrés, dependencia, baja satisfacción material y ejercicio del poder. Lünnemann et al. (2019) encontraron que los padres y madres de niños que experimentan violencia familiar también presentan traumas que provienen de una transmisión intergeneracional.
El confinamiento aumentó las horas de contacto y convivencia entre los integrantes de la familia (Wildman et al., 2021); este evento, en palabras de Campbell (2020), ha provocado que exista mayor probabilidad de violencia familiar, pues durante la pandemia los sujetos que la ejercen hicieron todo directamente en el hogar. La violencia en el seno familiar, junto con la violencia hacia la mujer (Mejía, 2019), representan dos de los principales problemas que vulneran los derechos, especialmente de las mujeres, sin distinción de edad o situación económica (Torres et al., 2020). Según Saldaña y Gorjón (2021), el principal tipo de violencia dentro de la familia es la psicológica, provocando graves problemas a sus integrantes; adicionalmente, es posible identificar violencia física, sexual, económica, simbólica, entre otras (Losada y Marmo, 2020). De presentarse uno o más tipos de violencia, es probable que configure riesgos acumulativos que amenacen y perturben el desarrollo individual, familiar y comunitario (Masten y Narayan, 2012).
Si bien la dinámica entre la pareja, el estilo de convivencia, la comunicación entre los integrantes y los valores son aspectos que pueden promover una salud familiar (Saldaña y Gorjón, 2021); cuando se produce un acto de violencia, no importa la edad, el sexo, la religión, la educación o etnia, es un producto perverso de las desigualdades por la dominación del agresor frente a la víctima y generalmente responde a los patrones socioculturales arraigados en un grupo social (Mejía, 2019). Por lo que, la violencia no solo se limita a la pareja, sino que sus consecuencias alcanzan a todos los subsistemas familiares inmediatos (Medina et al., 2020), trayendo consigo efectos negativos para la salud mental y conductual de los sujetos (Li et al., 2021). Es posible, como afirma Zhang (2020), que los celos sexuales, la estructura patriarcal arraigada, la diferencia de ingresos entre varones y mujeres y el consumo del alcohol sean algunos factores de riesgo para la violencia familiar.
En diversos países del mundo se ha visto un aumento en los casos de violencia doméstica (Campbell, 2020); especialmente se han reportado violencia de pareja, violencia de padres hacia hijos y tambien entre hermanos (Abdel, 2021). Esto ha llevado a que, según Beraún y Poma (2020), la violencia familiar y la dependencia emocional se conviertan en dos preocupaciones para el sector sanitario y social que afectan el desarrollo integral al interior de la familia. Al parecer, este escenario no pudo evitarse, ya que como explica Campbell (2020), las escuelas, las bibliotecas y las iglesias, que son lugares donde las víctimas iban a “liberarse” momentáneamente, por el contexto de la pandemia no han podido brindar esta “liberación” del entorno abusivo.
En Nueva Zelanda, Every-Palmer et al. (2020) encontraron que las agresiones físicas, el acoso, el comportamiento amenazante y las agresiones sexuales al interior de las familias aumentaron entre tres a cuatro veces durante el aislamiento social; en los Estados Unidos, se reportó un incremento importante de violencia en el hogar, elevando los niveles de riesgo físico y emocional (Campbell, 2020); esta relación entre confinamiento y violencia tambien se vio en China (Zhang, 2020). En Tunes, luego de eventos violentos al interior de la familia, un grupo de mujeres reportó que la violencia psicológica fue la más frecuente y presentaron síntomas graves de angustia, depresión, ansiedad y estrés (Sediri et al., 2020). Asi mismo, Sigurvinsdottir et al. (2021) comenta que pasar por experiencias estresantes ligadas a la violencia, se vincula con el aumento de ira y con la depresión.
Cuando la violencia familiar implica agresiones físicas, se producen lesiones, enfermedades en el cuerpo y somatización de los traumas, lo que a su vez puede implicar problemas de salud mental, sentimientos de tristeza, conductas autolesivas, ideas de suicidio, problemas en las relaciones interpersonales, en el desempeño académico y predispone al consumo de alcohol (Fernandes et al., 2020). Haj-Yahia et al. (2019) en un estudio con universitarios, encontró que la exposición a violencia entre padres y de padres a hijos predijo altos niveles de estrés postraumático; además, en el mismo reporte se presentó que el apoyo social recibido es un factor mediador que reduciría los síntomas de estrés, depresión, trastorno de sueño, disociación y ansiedad en personas adultas jóvenes que hayan pasado por adversidades violentas. Por su parte, Bozzay et al. (2020) comentan que, según la literatura, los jóvenes que sufren violencia familiar son más propensos a presentar conductas externalizantes como la agresión, incumplimiento de reglas, abuso de sustancias, etc.
Como se ha podido ver, la violencia familiar puede generar emociones negativas y lleva a repetir conductas violentas (Edelstein, 2018), se vincula con alto estrés postraumático (Prost et al., 2020), con problemas psicológicos y de comportamiento (Li , b 2021); y si a esto se suma la coyuntura sanitaria y social post Covid-19 que se vive a nivel mundial, se ha considerado pertinente plantear los siguientes objetivos de investigación: identificar los principales tipos de violencia familiar a los que fueron expuestos los jóvenes universitarios, distinguir las conductas internalizantes y externalizantes que se manifiestan con más frecuencia en aquellos que vivieron experiencias violentas en el hogar y conocer la relación que existe entre estas variables de estudio.
2. Método
2.1 Participantes
La muestra estuvo conformada por estudiantes de tres universidades privadas de Lima, Perú. Los participantes fueron seleccionados mediante un muestreo por conveniencia y se tuvo como criterios de inclusión: (1) tener 18 años o más, (2) matricula vigente en la universidad, (3) asistencia regular a los cursos, (4) estudiantes que en los dos últimos años han recibido al menos 3 tipos de violencia o maltrato por parte de algún miembro de su familia y (5) participación voluntaria en el estudio. La muestra efectiva estuvo compuesta por 374 estudiantes universitarios peruanos con edad promedio de 22 años (SD= 4.39). El 51% de los participantes fueron mujeres y 49% hombres.
2.2 Instrumentos
Se empleó un Cuestionario de violencia familiar que fue elaborado a partir del instrumento utilizado en el Estudio sobre la Violencia y Comportamientos asociados en Lima Metropolitana y Callao, Perú; el cual fue validado y utilizado en el Estudio Epidemiológico Metropolitano de Salud Mental en el año 2002 por el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi (INSM HD-HN). La escala empleada en el presente estudio evalúa la violencia familiar del tipo sexual, física, psicológica tipo 1 (insultos, agresiones verbales y ofensas), psicológica de tipo 2 (chantaje, manipulación y humillaciones) y abandono. Pasó el juicio de expertos con valoración de bueno y muy bueno, además se desarrolló una prueba piloto mediante la cual se realizaron las correcciones necesarias para la depuración del instrumento.
Para la segunda variable, se trabajó con la sección de problemas conductuales del Youth Self-Report (YSR) propuesto por Achenbach (1991). El rompimiento de normas (15 items) y la conducta agresiva (17 items) son reconocidas como conductas externalizantes; mientras que los problemas de ansiedad-depresión (13 items), retraimiento (8 items) y quejas somáticas (10 items) se agrupan en conductas internalizantes. La escala total fue validada por Achenbach y Rescorla durante el 2007 en colaboración con el INSM HD-HN a través del Estudio Epidemiológico Metropolitano de Salud Mental en Niños y Adolescentes en Lima, Perú. En aquella ocasión, los coeficientes alfa de Cronbach de consistencia interna fueron aceptables en todas las dimensiones (superior a .59). En el presente estudio se verificó la validez de contenido de las conductas internalizantes y externalizantes a traves del juicio de expertos; además, se obtuvo coeficientes alfa de Cronbach aceptables (entre .62 y .87).
2.3 Procedimiento
La aplicación de las escalas se realizó a través de un cuestionario virtual donde se explicó el propósito de la investigación; solo completaron el cuestionario aquellos estudiantes que cumplían los criterios de inclusión y aquellos que firmaban digitalmente el consentimiento informado. Se registró que 1013 estudiantes accedieron inicialmente al cuestionario, pero luego de aplicar los filtros se obtuvo una muestra efectiva de 374 estudiantes; el muestreo fue no probabilístico por conveniencia, ya que la muestra final se constituyó tomando en cuenta los casos disponibles a los que accedieron los investigadores (Hernández-Sampieri y Mendoza, 2018).
2.4 Análisis de datos
Se empleó el paquete estadístico SPSS v.24 para el análisis de los datos. Primero se realizó el análisis de normalidad empleando la prueba Kolmogorov-Smirnov para las distribuciones de las puntuaciones por escalas y características sociodemográficas. En las pruebas se reportó falta de normalidad, por lo cual se procedió a analizar los índices de asimetría y curtosis, los cuales fueron menores a 3 y 8 respectivamente; esto permitió determinar que las distribuciones de los datos se encontraban dentro de un rango adecuado para emplear los análisis paramétricos (Kline, 2005). Posteriormente, se realizaron los análisis correlacionales empleando el coeficiente r de Pearson a las escalas de las variables; asimismo, se realizaron pruebas t de Student para las comparaciones de medias según las variables sociodemográficas.
3. Resultados
Un total de 374 estudiantes han indicado haber experimentado al menos 3 formas de violencia familiar. Los porcentajes más altos se encuentran en la violencia psicológica tipo 1 y tipo 2 (tabla 1).
En la tabla 2 se observa que la ansiedad- depresión están presentes en mayor medida en los estudiantes, seguido de retraimiento y el rompimiento de reglas.
La tabla 3 muestra que la violencia familiar presenta una media de 3.41 (de 5 puntos), mientras que en las variables conductas externalizantes e internalizantes se aprecia un puntaje promedio de 54.45 (de 64 puntos) y 56.51 (de 62 puntos) respectivamente.
Se observa correlaciones positivas entre las variables de estudio, siendo la correlación entre violencia familiar y ansiedad-depresión (CI) la de mayor tamaño (tabla 4).
La tabla 5 muestra que las mujeres presentan un mayor puntaje en las variables violencia familiar y conductas internalizantes. Por el lado contrario, los estudiantes hombres presentan mayores puntajes en las conductas externalizantes en comparación con sus pares mujeres.
En relación con la variable sociodemográfica edad, los estudiantes menores de 25 años presentan más puntaje en las conductas externalizantes. Caso contrario, en las conductas internalizantes, los estudiantes con más de 25 años presentan mayores puntajes en comparación de los estudiantes de menos edad. No se encontraron diferencias en la variable violencia familiar (tabla 6).
4. Discusión
Según la evidencia recogida, los insultos, las agresiones verbales, las ofensas, el chantaje, la manipulación y las humillaciones son el tipo de violencia (tipo 1 y 2) más común que han reportado los estudiantes universitarios encuestados. Esto coincide con los hallazgos de Sediri et al. (2020) y Saldaña y Gorjón (2021); quienes reportaron que el principal tipo de violencia familiar es el de tipo psicológica. Desde el punto de vista sociológico, y con el aporte de la psicolingüística experimental, se sabe que el lenguaje tiene una gran influencia en los procesos afectivos y cognitivos, por lo que, según Weinstein y Aldunate (2021), la violencia verbal de cualquier tipo es peligrosa y generaría daño emocional a las víctimas. Por su parte, el chantaje y la manipulación reportados por los participantes del presente estudio, según Al-kreimeen et al. (2022), pueden traer consecuencias más graves que la violencia física o verbal, pues la victima ve mellada su autoestima al sentir que no vale o merece nada, asi mismo esta situación afectaría a los jóvenes en su desempeño académico. Como se comentó, estos eventos sucedieron en el hogar y esta experiencia puede predisponer a aceptar con normalidad las conductas violentas (Li et al., 2021b); esto muestra un escenario que comprometería el desarrollo de los jóvenes, pues en palabras de Delgado-Castillo et al. (2021), si los patrones socioculturales fungen como canales de transmisión de la violencia intergeneracional, se podría repetir el mismo circulo vicioso.
Se ha reportado que la ansiedad-depresión es la conducta internalizante que más se presenta en los universitarios encuestados. Estos síntomas coinciden con lo encontrado por Sediri et al. (2020) y Sigurvinsdottir et al. (2021) sobre los peligros que afronta la salud psicológica de las victimas que sufren eventos violentos; además, es importante considerar que la ansiedad juvenil se asocia con dificultades sociales (Etkin et al., 2022) y tambien con el deterioro académico (Conroy et al. 2022). La ansiedad se ha convertido en uno de los diagnósticos más frecuentes en los jóvenes y si no se trata a tiempo es posible que contribuya a la aparición de otros trastornos psiquiátricos conforme avanzan los años (Kodish et al., 2022). Por su parte, los rasgos de depresión se vienen convirtiendo en una condición psicopatológica común en los jóvenes que puede llevar a la tristeza, vacío emocional, disminución de la autoestima, falta de sueño, cansancio, sentimientos de culpa, etc. (Rincón et al., 2021). Estas conductas internalizantes, a pesar de que se pueden visibilizar fácilmente, requieren atención inmediata para no afectar somáticamente el organismo ni se combinen peligrosamente con las obsesiones, inestabilidad, fobias, dependencia, etc.
Por otro lado, de las conductas externalizantes evaluadas, el rompimiento de reglas es la que se presenta en un mayor número de jóvenes; esto coincidiría con Bozzay et al. (2020) y la propensión a este tipo de conductas cuando se pasa por episodios de violencia familiar. Estas conductas, como explica Inofuentes et al. (2022), se caracterizan por ser comportamientos impulsivos, desafiantes, antisociales, agresivos y hasta delictivos, poco o nada controlados. Esto representaría un peligro para la convivencia, generando conflictos (Garaigordobil y Maganto, 2012) y bajo rendimiento académico (Garaigordobil y Maganto, 2014). Es posible que esta evidencia se pueda relacionar con los comportamientos reportados e el contexto de la postpandemia: altas tazas de infracciones de diversa índole y desorganización social (Ruiz-Pérez y Aparicio, 2022). Lo ideal es que la familia contribuya al proceso de socialización (Saldaña y Gorjón, 2021) y que la educación fomente el respeto por los derechos, la democracia, la tolerancia y la convivencia pacífica (Prieto, 2007); sin embargo, es factible pensar que el contexto vivido en los dos últimos años haya superado los esfuerzos de estas dos instancias. Todo viene indicando que ha aumentado el riesgo de violencia (Roje, 2020); además, se vienen encontrando resultados negativos para la salud psicológica y social (Wade et al., 2020), lo que exacerba ciertas conductas agresivas y el incumplimiento de las reglas de convivencia social.
Los puntajes reportados muestran que tanto la violencia familiar como las conductas externalizantes e internalizantes obtienen puntuaciones importantes respecto al puntaje total de sus respectivas escalas. Esto corroboraría la propuesta de Zhang (2020), quien sugiere una aparición de grandes niveles de violencia familiar durante y después de un gran evento catastrófico a gran escala, como lo es el Covid-19; asi mismo, esto fortalece la idea de que un ambiente familiar enfermo y contaminado por el maltrato daña a sus integrantes (De la Cruz, 2010), muchas veces de forma irreparable e irreversible (Saldaña y Gorjón, 2021). Lo anterior toma fuerza cuando se analizan los resultados correlacionales del presente estudio, pues la evidencia muestra un conjunto de correlaciones positivas entre las variables; específicamente, la violencia familiar presenta correlaciones positivas y significativas con las conductas agresivas (externalizante) y con la ansiedad-depresión (internalizante).
Lo anterior tendría grandes implicancias de índole físico, psicológico y emocional para las personas encuestadas. Si bien los resultados expuestos muestran un gran porcentaje de violencia psicológica, tambien se halló grandes indicios de violencia física; esta situación, en palabras de Fernandes et al. (2020), habría producido consecuencias al cuerpo de la víctima como lesiones, somatizaciones, traumas y enfermedades, además de problemas de salud mental que pasan por dificultades en el ámbito interpersonal y podría llegar hasta ideas de suicidio. Los niveles y tipos de violencia reportados en el presente trabajo coinciden con lo hallado por Every-Palmer et al. (2020) en referencia a la violencia física y sexual, asi tambien con los riesgos físicos y emocionales encontrados por (Campbell, 2020). En esta línea, cuando se habla de violencia en el hogar, es posible que se haya perpetrado un sistema multidireccional, entre padres, hijos y hermanos (Abdel, 2021), por lo que sus consecuencias alcanzan a todos los subsistemas familiares inmediatos (Medina et al., 2020), convirtiéndose en un caldo de cultivo para problemas sanitarios y sociales que se pueden manifestar en los siguientes años postpandemia (Beraún y Poma, 2020).
Si bien Mejia (2019) explica que la violencia no distingue edad, sexo, ni religión, en el presente estudio se encontró que las jóvenes universitarias mujeres han sufrido más violencia familiar y presentan más conductas internalizantes en comparación con sus pares varones; esto último se ajusta con lo propuesto por Sediri et al. (2020) en cuanto a las conductas producto de violencia. Lo reportado por Beraún y Poma (2020) coincide con estos resultados, pues tambien encontraron que la agresión psicológica y física son los principales tipos de violencia en mujeres; a esto se debe sumar que el aislamiento agudizó los conflictos en las parejas (Humphreys et al., 2020) y que los celos sexuales y la diferencia en los ingresos económicos son factores de riesgo (Zhang, 2020). La sociedad peruana se caracteriza por tener una estructura patriarcal arraigada en muchos hogares, configurando un escenario donde los patrones socioculturales anacrónicos, según Mejia (2019), fomentan la dominación del agresor frente a la víctima. Al parecer aún está lejos el día en que la violencia hacia la mujer deje de ser un problema crítico.
Por otra parte, se ha expuesto que los varones muestran más conductas externalizantes (rompimiento de reglas y conductas agresivas) en comparación con sus pares mujeres. Lo anterior evoca la histórica tradición de asociar los actos de violencia a los varones (Mitchell, 2013); esta atribución puede tener su origen en el ejercicio desigual del poder, en ciertos factores socioculturales (Alam, 2016) y en estereotipos muy arraigados (Mio, 2018). El hecho de que los varones muestren mucha más violencia y agresividad se condice con lo reportado por la Defensoría del Pueblo (2021) sobre el incremento de feminicidios y casos de violencia hacia la mujer en distintas regiones del Perú; lo que a su vez indicaría que la sociedad peruana, a pesar de los grandes esfuerzos desplegados en los últimos años, aún mantiene un aura de machismo (Tacca et al., 2019) sin distinción de edad, nivel socioeconómico (Torres et al., 2020) o área geográfica. Si bien la violencia y la agresión se pueden explicar como un producto de la interacción de factores neurológicos, sociales y genéticos (Moya-Albiol, 2004), ningún acto violento debe encontrar un espacio de tolerancia que lo avale o lo esconda, indistintamente si viene de un varón o de una mujer.
Si se considera que en la ciudad donde se realizó la investigación un gran número de jóvenes no deja el hogar familiar en los primeros años de juventud; además, un porcentaje importante de estudiantes universitarios que vivían “independientemente” dejaron sus alquileres y retornaron con sus padres o familiares por la crisis sanitaria; y si a esto se suma toda la información presentada hasta el momento, se podría esgrimir los argumentos necesarios para explicar que los jóvenes menores de 25 años han experimentado más violencia familiar. Como expone Mihalic y Elliott (1997), si la familia configura un espacio de estrés, agresividad y violencia, es probablemente que se repita este escenario (Madigan et al., 2019; Niyonsenga et al., 2022); asi mismo, la evidencia sugiere que los estudiantes mayores de 25 años presentan más conductas internalizantes, lo cual podría constituirse en un problema de salud físico y mental que debe ser atendido, pues las consecuencias de padecer silenciosamente de ansiedad, depresión, retraimiento o quejas somáticas se relacionan con el deterioro de la calidad de vida y tambien problemas académicos. Esto último es de gran importancia para el contexto educativo, pues los universitarios se verían perjudicados en su formación profesional si no se toman medidas al respecto.
Si bien no se indagó sobre la causalidad entre las variables, el alcance correlacional del estudio podría considerarse una limitación; sin embargo, la asociación estadística entre los constructos ha permitido identificar diversos aspectos de la dinámica familiar y de los tipos de conducta que presentan los jóvenes universitarios peruanos luego de dos años de aislamiento social. El presente reporte no pretende ser un diagnóstico psiquiátrico, sino constituirse como un aviso de alerta sobre los problemas de salud pública que pueden aquejar a la sociedad en el corto y mediano plazo. Por lo anterior, sería importante fomentar investigaciones de corte cualitativo para profundizar en la interacción de los factores que promueven la violencia, las conductas externalizantes e internalizantes y como se podrían moderar en el tiempo. Como explica Tenenbaum (2018), desde antes de la pandemia, estudiar como la estructura familiar afecta el comportamiento de sus integrantes ya era una temática vigente y actual; por tanto, lo acontecido a nivel mundial en los últimos años representa una oportunidad para mejorar la comprensión sobre los mecanismos sociales, psicológicos, económicos y situacionales de la violencia (Eisner y Nivette, 2020). Asi mismo, sería recomendable promover en toda la población estudiantil la necesidad de visibilizar la violencia a través de las denuncias respectivas, pues mientras no se denuncie, siempre estará presente (Campbell, 2020).
En otras investigaciones se ha visto que las familias con menos educación e ingresos son más propensas a presentar violencia entre sus integrantes (Zhang, 2020); por ello, si se desea promover el bienestar individual y social, y a la luz de todos los resultados encontrados en el presente estudio, es necesario contar con contextos familiares saludables (Saldaña y Gorjón, 2021) libres de violencia y donde el acceso a una educación de calidad y a mejores oportunidades de desarrollo deberían ser prioridad para las autoridades políticas, sociales y educativas. Al mismo tiempo, como afirman Losada y Marmo (2020), la atención a personas que padecen de violencia familiar debería mejorar cuantitativa (número de atenciones) y cualitativamente (calidad de las atenciones), esto porque las horas de convivencia, producto del aislamiento social, ha aumentado el riesgo (Wildman et al., 2021) y las victimas han visto reducido el acceso a ayuda (Usher et al.2020).
Ahora que se está promoviendo el regreso seguro a las aulas universitarias, sería adecuado considerar la relevancia de abordar estos temas desde el departamento de bienestar estudiantil, dejando de lado los enfoques tradicionales y centrándose en la nueva sintomatología reportada para dosificar los programas de apoyo en tiempo y personal; considerando que el apoyo social es uno de los pilares que ayuda a mediar y reducir los síntomas de estrés, depresión, ansiedad y sueño (Haj-Yahia et al., 2019). Por ejemplo, sería adecuado promover espacios de liberación donde las víctimas o víctimas potenciales se sientan acogidos y escuchados, donde se brinde soporte y se pueda identificar algún problema familiar que afecta su normal desarrollo académico.
Tambien sería aconsejable centrarse en la difusión de estrategias de afrontamiento ante la violencia; asi tambien, sería adecuado considerar la evidencia donde se indica que las intervenciones gamificadas o lúdicas son un tratamiento efectivo para la depresión juvenil (Townsend et al., 2022), lo que debería ser considerado por todo el personal académico. Si no se toman cartas en el asunto, el mismo sistema educativo quedará visto como poco preparado y no podrá apoyar al estudiante en este proceso de adaptación y superación. A partir de esto, se sugiere la promoción de investigaciones longitudinales donde se analice los cambios en los programas de intervención a nivel institucional y tambien los cambios en las politicas de salud pública para prevenir las consecuencias adversas en los jóvenes universitarios peruanos.
5. Conclusiones
Según los resultados, la mayoría de jovenes sufrieron de violencia familiar de tipo 1 (insultos, agresiones verbales y ofensas); así mismo, la ansiedad-depresión son las conductas externalizantes que más se presentan, seguido por el retraimiento y rompimiento de las reglas. Además se ha visto que la violencia familiar y la ansiedad-depresión presentan una relación positiva, grande y significativa. Adicionalmente, se ha evidenciado que las mujeres reciben más violencia familiar, mientras que los varones y el grupo etario mayor a 25 años presentan más conductas externalizantes.
Ahora que se está promoviendo el regreso seguro a las aulas universitarias, sería adecuado considerar la relevancia de abordar estos temas desde el departamento de bienestar estudiantil, dejando de lado los enfoques tradicionales y centrándose en la nueva sintomatología reportada para dosificar los programas de apoyo en tiempo y personal; considerando que el apoyo social es uno de los pilares que ayuda a mediar y reducir los síntomas de estrés, depresión, ansiedad y sueño (Haj-Yahia et al., 2019). Por ejemplo, sería adecuado promover espacios de liberación donde las víctimas o víctimas potenciales se sientan acogidos y escuchados, donde se brinde soporte y se pueda identificar algún problema familiar que afecta su normal desarrollo académico.
Tambien sería aconsejable centrarse en la difusión de estrategias de afrontamiento ante la violencia; asi tambien, sería adecuado considerar la evidencia donde se indica que las intervenciones gamificadas o lúdicas son un tratamiento efectivo para la depresión juvenil (Townsend et al., 2022), lo que debería ser considerado por todo el personal académico. Si no se toman cartas en el asunto, el mismo sistema educativo quedará visto como poco preparado y no podrá apoyar al estudiante en este proceso de adaptación y superación. A partir de esto, se sugiere la promoción de investigaciones longitudinales donde se analice los cambios en los programas de intervención a nivel institucional y tambien los cambios en las politicas de salud pública para prevenir las consecuencias adversas en los jóvenes universitarios peruanos.