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Temas Sociales

versão impressa ISSN 0040-2915versão On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.54 La Paz maio 2024  Epub 01-Maio-2024

https://doi.org/10.53287/rbko4719tx46q 

INVESTIGACIÓN

Victimización y resiliencia: experiencias de sobrevivientes de violencia feminicida en Bolivia*

Victimization and resilience: experiences of survivors of attempted feminicide in Bolivia

Marlene Choque Aldana1 
http://orcid.org/0000-0001-6016-9471

1Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre” (IDIS), Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia E-mail: marlene.choque.a@gmail.com


Resumen

El artículo presenta los principales hallazgos de una investigación sobre las trayectorias de violencia y de resiliencia de mujeres sobrevivientes de intento de feminicidio íntimo en las ciudades de La Paz y El Alto, en Bolivia. Esta investigación apuntó a cubrir la ausencia de la perspectiva de las víctimas en los estudios sobre el feminicidio. Adoptó la noción de violencia feminicida como continuum y proceso, frente a la concepción del feminicidio como hecho puntual consumado. Con base en una serie de entrevistas biográficas narrativas, se reconstruyeron las trayectorias de victimización (vórtices en que se incrementa la pérdida de autonomía de las víctimas y el sentimiento de propiedad sobre ellas por parte de los agresores) y las trayectorias de resiliencia (en las que fueron relevantes las familias y círculos cercanos, la determinación, el compromiso con los hijos, el altruismo, la decisión de cumplir ciertas tareas) y la terapia especializada.

Palabras clave: Feminicidio; violencia; violencia feminicida; resiliencia; mujeres sobrevivientes; violencia estructural; parejas controladoras; enfoque biográfico; La Paz; El Alto; Bolivia

Abstract

This article presents the main findings of research on the trajectories of violence and resilience of women survivors of attempted intimate feminicide in the cities of La Paz and El Alto, Bolivia. The research aimed to fill the gap due to the absence of the victims’ perspective in studies on feminicide. It adopted the notion of feminicidal violence as a continuum and process, as opposed to the conception of femicide as a puntual consummated fact. Based on a series of narrative biographical interviews, the trajectories of victimization (vortexes in which the loss of autonomy of the victims and the feeling of ownership over them by the aggressors increase) and the trajectories of resilience (in which families and circles determination, commitment to the children, altruism, the decision to fulfill certain tasks) and specialized therapy were relevant.

Keywords: Feminicide; violence; feminicide violence; resilience; women survivors; structural violence; controlling couples; biographic approach; La Paz; El Alto; Bolivia

INTRODUCCIÓN

Bolivia se destaca en Sudamérica por su elevada tasa anual de feminicidios y su relativamente baja tasa de homicidios. En los últimos años, ocupó el primer lugar en tasas de feminicidio y el séptimo en tasas de homicidio (Cf. Cepal, 2023;Banco Mundial, 2022). Al margen de las distintas tipificaciones legales y al margen de los posibles subregistros en todos los países, las cifras revelan y al mismo tiempo encubren este problema, que es uno de los principales de la sociedad boliviana. La violencia contra las mujeres se expresa en estas cifras anuales que suelen rondar el centenar. Al mismo tiempo, centrarse en el número de víctimas fatales esconde el hecho de que la violencia no es solo el desenlace fatal, que hay otras manifestaciones violentas que afectan a las mujeres y erosionan la vida social en general y que aun la violencia feminicida es más que las pérdidas irreparables; se inicia con agresiones que van en escalada y no concluye con la muerte, ya que extiende sus efectos en las familias y en la sociedad en general.

Reducir el feminicidio a un hecho cumplido e irreversible tiene consecuencias en la comprensión de la violencia y también en las propuestas para prevenirla y reducirla. Induce a una visión incompleta, en tanto que omite, sobre todo, la perspectiva de sus participantes y especialmente la de las víctimas. Problematizar y suplir esa carencia dio origen al proyecto: “‘Mi vida ya no era mi vida’. Trayectorias de victimización y resiliencia de mujeres víctimas de intento de feminicidio en las ciudades de La Paz y El Alto (2014-2021)”, realizado en el Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”, de la Universidad Mayor de San Andrés, el año 2022. El proyecto apuntó a dar cuenta de las rutas por las que optaron las víctimas que sobrevivieron a intentos de feminicidio íntimo en municipios de la región metropolitana de La Paz con el fin de identificar las circunstancias y los elementos que convergieron para que pudieran sortear la agresión y reconducir sus vidas. A partir de los testimonios de algunas de las entrevistas biográficas del proyecto, este artículo se aparta de la visión sobre el feminicidio como un hecho consumado y perpetrado por algún individuo violento y, más bien, propone abordarlo en términos de violencia feminicida como continuum. Esto permite adoptar una perspectiva de proceso y relacional para entender las trayectorias de victimización y resiliencia y, mediante la figura del vórtice, complejizar la noción de “ciclo de violencia”, incorporando desde el principio la posibilidad del escalamiento.

Se expone en primera instancia una discusión sobre los estudios acerca del feminicidio que incluyen la perspectiva de las víctimas, sobre la resiliencia como proceso, capacidad y resultado y sobre la dinámica de la violencia de pareja. Los tres aspectos (el feminicidio, la resiliencia y la dinámica de la violencia) se articulan alrededor de la comprensión de la violencia feminicida como proceso y como continuum, lo cual permite abordar de manera integrada las trayectorias de victimización y resiliencia. Se introduce además la figura de vórtice de violencia para entender las escaladas que pueden conducir a agresiones fatales. En un siguiente apartado, se describe la metodología, en la que sobresale la perspectiva biográfica, desarrollada a través de entrevistas narrativas prolongadas. Posteriormente, se presentan las trayectorias de victimización y resiliencia de las personas que participaron en la investigación. El artículo concluye con una discusión alrededor de la idea de continuum y de la resiliencia como proceso de recuperación de recursos que se desarrolla de modo implícita o explícitamente colectivo. Las conclusiones enfatizan algunos rasgos del continuum y la necesidad de adoptar una perspectiva corresponsable en la lucha contra la violencia.

REVISIÓN DE LA LITERATURA Y MARCO TEÓRICO

En la creciente bibliografía sobre el feminicidio, es notoria la ausencia del punto de vista de las víctimas de violencia “casi fatal”, crucial para entender las situaciones y procesos a los que tuvieron que sobrevivir (WHO, 2012, p. 6). En general, más allá de posibles perfiles de la víctima, no se cuenta con suficientes estudios que se dediquen a las víctimas de feminicidio. Si se considera el feminicidio como un hecho cumplido, es lógica y prácticamente imposible recoger información desde su perspectiva. Los proxies, las covíctimas familiares, sobre todo, tienen sus propias percepciones, cuentan con información incompleta o sesgada, y, en muchos casos, este carácter parcial de los datos con que cuentan se debe a que las propias víctimas les ocultaron detalles de su situación. Los testimonios en las denuncias judiciales (en varios casos, las víctimas habían denunciado a sus agresores por otros hechos de violencia) son también parciales y además se enmarcan en los requerimientos del sistema judicial (centrados en los hechos y no en las percepciones o en la subjetividad de las personas). Por el contrario, si se da relevancia al proceso de la violencia feminicida y no al hecho consumado e irreversible de la agresión fatal, es posible incorporar la perspectiva de las víctimas, sobre todo, de las sobrevivientes de intento de feminicidio.

Hablando del feminicidio íntimo, en tanto que proceso la violencia feminicida es un continuum que va de los actos aparentemente más inofensivos a las agresiones potencialmente fatales. Es un proceso en el que la figura de protector da paso paulatinamente a la de gendarme y después a la de agresor. La violencia feminicida sería: “una situación progresiva, que puede terminar con la muerte violenta de mujeres; y se aborda como un continuum de violencias que ellas enfrentan para mantenerse en el orden social” (Bejarano, 2014, p. 13). La idea de continuum de violencia permite entender esa transformación, en la que no pueden distinguirse categorías discretas. En un continuum se reconocen dos aspectos: un elemento básico y una progresión. De acuerdo con la formulación más aceptada del continuum de violencia, el aspecto básico “es el abuso, la intimidación, la coerción, la intrusión, la amenaza y la fuerza que los hombres usan para controlar a las mujeres”; pensar en la progresión permitiría “documentar el recorrido de abuso, intimidación, coerción, intrusión, amenaza y fuerza” (Kelly, 1988, 76). En el caso específico del feminicidio íntimo, que es el más común en Bolivia, el elemento básico sería el sentimiento de propiedad del agresor sobre la víctima; la progresión se expresaría en la escalada y combinación de distintas formas de violencia: psicológica, física, sexual (Cf.Kelly, 1988. La misma noción de continuum permite enlazar la violencia directa que sufren las mujeres con la violencia estructural que enmarca y sustenta las relaciones desiguales.

Los estudios con sobrevivientes de violencia feminicida son escasos. En conjunto, no alcanzaron una saturación en términos de perspectivas ni de prácticas metodológicas. Los pocos estudios cuantitativos y mixtos reconocen algunos factores de riesgo que conducen a la violencia casi fatal de pareja; entre ellos, sobresalen la posibilidad de una separación, la convivencia con hijos de la víctima y de otro padre distinto de su pareja actual y, en lo circunstancial, el uso de sustancias psicotrópicas (Cf.Campbell et al., 2003). Los estudios cualitativos se basan en pocos casos (en entrevistas con tres o cuatro sobrevivientes); confirman la reiteración de agresiones verbales y físicas previas al intento de feminicidio y la dificultad que enfrentaron las víctimas cuando buscaron ayuda (Cf.Weil, 2016). En Bolivia no hay otras investigaciones que se dediquen explícitamente a las sobrevivientes de intento de feminicidio.

En relación con la resiliencia, ésta puede ser entendida como “el proceso y el resultado de adaptarse exitosamente a experiencias de vida difíciles o desafiantes, especialmente a través de la flexibilidad y el ajuste mental, emocional y conductual a las demandas externas e internas” (American Psychological Association, APA, 2015, p. 910). La perspectiva adoptada en este trabajo pone énfasis en la resiliencia como proceso y no tanto en sus acepciones como capacidad y resultado (Cf.Southwick et al., 2014). Por ello, se dio importancia a las trayectorias de resiliencia y se destacaron algunos elementos que convergieron en ellas: el apoyo de las familias y las redes informales, la atención profesional, y los proyectos y fines personales. Para comprender el desarrollo de las trayectorias, se adopta una perspectiva de la resiliencia como conservación y recuperación de los recursos (económicos, lazos sociales, autoestima, elementos materiales), puestos en riesgo y perdidos en las trayectorias de victimización (Cf.Hobfoll, 1988,1989).

Tal como puede inferirse de lo indicado anteriormente acerca de los estudios con sobrevivientes de intento de feminicidio, existen pocas investigaciones sobre su resiliencia. Sin embargo, en las últimas décadas, se produjo una preocupación creciente por las víctimas de violencia de género y por los factores que contribuyen a una recuperación saludable después de enfrentar experiencias traumáticas de violencia. Dependiendo del contexto cultural (grosso modo, si es más occidental individualista o más colectivista), varía la importancia de los factores individuales y los factores sociales (Cf.Burnette, 2017;Burnette y Hefflinger, 2017). Sobresale un estudio cualitativo que entre los factores externos incluye el apoyo social formal e informal y, entre los individuales, aspectos tales como el redescubrimiento personal, el altruismo, el optimismo, las actividades físicas y la adopción de metas nuevas. El contexto social puede favorecer la resiliencia, pero también puede perjudicarla si los círculos más cercanos, la familia o las amigas dan prioridad a la continuidad de las parejas a pesar de la violencia o se asume que las agresiones fueron causadas por alguna falta en que incurrieron las víctimas (López-Fuentes y Calvete, 2015).

En el presente artículo, se adopta la figura de vórtices de violencia. Parte de la noción de círculo de violencia o de la teoría de la violencia del ciclo Walker, usada para entender la violencia de pareja. Esta teoría propone que la violencia se produce de manera recurrente en varias fases sucesivas: “1) acumulación de la tensión, 2) incidente de maltrato agudo y 3) contrición amorosa” (Walker, 1984, p. 95). En la primera, se dan agresiones desconectadas unas de otras: insultos, maltrato físico leve, que aparentemente se aplacan (lo cual da a la víctima la idea errónea de que puede controlar al agresor), pero que van acumulándose. La segunda fase se inicia cuando la situación estalla y el agresor inflige daños severos a la víctima; concluye cuando el agresor se detiene y la tensión se reduce. En la tercera, el agresor da muestras de arrepentimiento, pide perdón y ofrece cambiar; la víctima lo perdona, la situación se estabiliza y se sientan las bases de una nueva iteración del ciclo (Walker, 1984, pp. 95-96; Cf.Walker, 1979). Algunos autores proponen agregados a estas tres fases: acumulación, intimidación, explosión, remor dimiento, persecución, luna de miel (WISE, 1998). Aquí se reconoce la existencia de un momento de calma posterior a la contrición y anterior a una nueva acumulación de tensiones.

Tal como se utiliza en este texto, la figura del vórtice da prioridad al punto de vista de la víctima y asume que en cada iteración las situaciones son diferentes; ni los puntos de partida ni las relaciones entre los sujetos son iguales que en la ocasión anterior (a diferencia de la noción de vórtice, pensar en ciclos puede insinuar esta imagen de retorno a la misma situación). Las iteraciones son cada vez más breves e intensas y pueden iniciarse en cualquier momento, ya que podrían activarse las tensiones acumuladas en cualquier otra ocasión anterior. Existe una escalada en la que la mujer pierde elementos que hacen a su subjetividad, de manera que, si sale de la relación, “sale como una versión gastada de su antiguo yo” (Carrington, 2012, p. 456).

METODOLOGÍA

Sobre la base de la comprensión de la violencia feminicida como proceso y de la necesidad de registrar las percepciones de las sobrevivientes, se optó por un enfoque biográfico (lo cual da pie al reconocimiento de puntos de inflexión o turning points en las vidas de las personas), y el desarrollo de entrevistas narrativas. El proceso de realización de las entrevistas alimentó la discusión teórica, de manera que las categorías analíticas se fueron desarrollando y adaptando en el proceso. Se tomaron en cuenta 13 casos; las entrevistas duraron hasta ocho horas en varias sesiones. La investigadora tuvo un proceso de capacitación previo con profesionales psicólogas para la realización de este tipo de entrevistas por la sensibilidad de los temas que se abordarían. Los nombres que aparecen en los testimonios que se presentan aquí fueron cambiados.

Se partió de la idea de que las narrativas son una mediación metodológica importante para abordar procesos de subjetivación, gracias a que permiten rescatar las formas y los discursos con los que los sujetos reconstruyen sus vidas al contar sus experiencias. Una de las características de la entrevista narrativa es que la persona entrevistada articula un relato en variaciones sobre la forma básica de exposición-nudo-desenlace. Las narraciones recogidas permitieron reconstruir las aporías y las trayectorias que experimentaron y atravesaron las protagonistas de la investigación para superar las situaciones de adversidad y de escaladas de violencia. También permitieron conocer los procesos de resiliencia y la capacidad de las sobrevivientes como sujetos para sobreponerse a las situaciones límites y salir adelante fortalecidas.

Al margen de su utilidad para registrar y ordenar la información, para algunos autores, no hay posibilidad de hablar de resiliencia si el sujeto no logra una narrativa de afrontamiento y transformación: “en definitiva un proceso que podríamos llamar resiliente representa, entre otras cosas, la elaboración de una nueva interpretación de los acontecimientos y de los contextos y, por ende, una nueva mirada de las personas” (Madariaga et al., 2014, p. 12). Es decir, se requiere una construcción discursiva, elaborar un relato que ayude y permita la reconfiguración de la vida. El proceso resiliente se sustenta en el poder evocador del relato, su fuerza transformadora y constructora de nuevas realidades.

HALLAZGOS

1. Las trayectorias de victimización

En primer lugar, debe explicitarse que no hay un único “perfil de víctima” o “perfil de sobreviviente”. La diversidad de casos y situaciones no implica que la violencia feminicida amenace a todas las mujeres por igual, sin importar los factores socioeconómicos o culturales. Aunque se pone énfasis en los elementos comunes, en los casos considerados en el estudio se observan diferencias relevantes, sobre todo, en el proceso de resiliencia después de la agresión casi fatal.

Más allá de esas diferencias, las entrevistas biográficas realizadas confirman que, al margen de su experiencia frente a la violencia feminicida, para las mujeres en la vida cotidiana hay un encuentro constante con formas abiertas o veladas de violencia (que pueden ser o no ser reconocidas como violencia), que no impactan de la misma manera en los varones. La violencia contra las mujeres es estructural; es parte del orden social. Tal como una de las entrevistadas afirmó, no se “entra” en un ciclo de violencia, ya que la violencia contra las mujeres existe estructuralmente y está presente en todos los ámbitos de la vida social y personal. Esta condición estructural se manifestó en la presión social que obligó a la misma entrevistada, cuando era adolescente, a contraer matrimonio por haber quedado embarazada. Posteriormente logró huir de un intento de feminicidio y debió encarar su vida sola, sin condiciones económicas para sustentarse a sí misma ni a sus hijos ni apoyo para desarrollar sus proyectos de vida o perseguir sus aspiraciones.

Entonces yo tengo que trabajar y después me voy a Santa Cruz para que no me la quiten (a mi hija) (…) Pero ya me empieza a llamar la atención (…) la organización desde las mujeres, cómo a todas nos pasaba, yo ya empezaba a ver, antes no me daba cuenta, siendo adolescente no me daba cuenta la violencia que vivían las mujeres y ya después de que yo la vivo me empiezo a dar cuenta. En Santa Cruz, por ejemplo, cómo hay trata y tráfico, la prostitución esta cosificación del cuerpo yo la he vivido mucho más profundamente allá, ¿no? (Alba).

Las agresiones feminicidas que las entrevistadas enfrentaron se enmarcan en esa violencia estructural. No se reducen a actos puntuales y episódicos. Son parte de un continuum que puede iniciarse en hechos aparentemente inofensivos y va en escalada. Tal como se indicó, en esta progresión, el que inicialmente jugaba el papel de protector se convierte en gendarme y después en agresor. Desde el punto de vista de la víctima, la expresión de este proceso es la paulatina pérdida de confianza en sí mismas, de autoestima y de control sobre ciertos recursos (materiales o personales) o condiciones que tenían a disponibilidad: el apoyo de la familia y las amistades, empleo o recursos económicos, e, incluso, prestigio o reconocimiento público.

En los casos estudiados, la sucesión de momentos de calma, acumulación, agresión y arrepentimiento y perdón se produce bajo la forma de un vórtice en el que van cambiando las relaciones, la intensidad de la violencia y, sobre todo, se acrecientan el sentimiento de propiedad, en el agresor, y la pérdida de autonomía, en la víctima, con lo cual se transforman sus propias identidades.

La violencia se manifiesta en elementos pequeños que pueden ir creciendo en importancia y canalizar otros conflictos. Así, temas sin relevancia aparente pueden desencadenar escenas de violencia. Cuando la pareja empieza a vivir estas situaciones recurrentemente, diferentes elementos “insignificantes” pueden convertirse en detonantes de nuevos incidentes. Cualquier hecho cotidiano puede contribuir a acumular las tensiones preexistentes y “disparar” un nuevo episodio de violencia y generar una escalada. El siguiente relato extenso muestra cómo un desacuerdo aparentemente inocuo, sobre dónde dormir luego de una fiesta, terminó en una agresión física extrema en vía pública. Las tensiones habían empezado el día anterior, por el hecho de que la mujer había decidido ir sola a una fiesta de excompañeros de bachillerato.

Puedo contarlo. Es algo que tal vez yo tengo que aprender (…) yo quiero ayudar a las mujeres, si tal vez leyendo o escuchando mi historia puedan evitar tal vez vivir este tipo de experiencias es lo importante. Bueno, mi historia comenzó el día 5 de septiembre (…) me escribió uno de mis excompañeros de colegio, (…) él me dijo: “Ven mañana, como es día del peatón (…) queremos hacer una parrillada, varias personas del curso van a venir”. Y como yo no los veía años, dije: “Ya, está bien, voy a ir” (…) Entonces, yo le dije a mi expareja: “Bueno, amor. Voy a salir mañana, mis compañeros me han invitado a una parrillada, entonces, voy a ir”, así. Y él no vio el mensaje, tampoco me respondió (…) Cuando resulta que ese día sábado él llega como a las once de la noche… Y él me dice: “Quería hacer otras actividades contigo, quería que vayamos en bicicleta” (…) Entonces, él ya se pone mal, así (…)

Al día siguiente yo me levanto temprano, a las seis (…) y le digo ya: “voy a ir”. “Vamos”, me dijo. Y yo no quería ir con él. ¿Por qué? Bueno, tal vez esa parte me he saltado; bueno, meses atrás él me ha golpeado también (…) A las doce fue que nos encontramos [con los compañeros], fuimos a comprar todo (…) comimos como a las tres de la tarde, (…) fue un compartimiento bonito (…) Bueno, como a eso de las seis de la tarde, él me escribe y me dice: “Ya es tarde, ¿a qué hora te vas a venir?”, me dice. Entonces yo le dije: “A las siete ya estaba pensando yo salir y venirme”. “Ya pues, vení o si no yo me voy a ir a otro lado o voy a salir a una discoteca”, así me dijo. Yo le dije: “Si quieres, puedes salir”, le dije. “Ah, ves. No te importa”, así me estaba tratando de chantajear, digamos (…)

Entonces hablé con mi compañero, el dueño de casa, (…) le pregunté si podía venir mi pareja (…) Ha llegado aproximadamente a las nueve de la noche (…) ya hemos comenzado a compartir entre todos mis compañeros hasta como las diez. Luego de eso decidimos trasladarnos a casa de otro de mis compañeros (...) fuimos entre tres parejas, todos tenían sus parejas ahí (...) Fuimos ahí, estuvimos compartiendo y todo estaba tranquilo.

A eso de las dos, dos y media de la mañana ya decidimos retirarnos porque ese día de esa madrugada ya era un lunes. (…) Yo tenía que ir a la planta a hacer mis pasantías (…) así, con él hemos hablado “sí, vámonos”. Yo en mi mente he pensado que nos íbamos a quedar en mi casa, que era solo a seis cuadritas de donde estábamos, pero resulta que mi pareja quería volver a su casa: “No, vamos a mi casa”. Yo le dije: “No, pero si mi casa es aquí”, todavía eran las dos de la mañana y media, entonces era peligroso.

Entonces ahí fue donde empezaron los problemas, ya empezamos a discutir. Me dijo: “Ah, hoy te pierdes todo el día, te has venido sola” (…) y ya me ha empezado a celar: “Que seguramente con tus compañeros, con alguno seguramente estabas, por eso no querías que yo vaya”, así.

Yo ya, para evitar problemas me fui caminado en dirección a mi casa. No sé qué ha pasado. Le ha dado su ataque de rabia y me ha agarrado, me ha jaloneado y eh… [sollozando] me ha arrastrado y cuando hemos llegado a la esquina él [pausa breve, solloza] me ha hecho caer al suelo. Yo estaba boca abajo al piso y ahí donde me ha empezado a pisar la cabeza [se suena la nariz] y desde ese momento no me acuerdo nada (...)

Sí, igual estaba mareada, él se ha aprovechado de que yo no podía defenderme y me ha empezado a pisotear la cabeza y ahí es donde uno de los testigos me ha salvado, supuestamente había escuchado los gritos, ha salido y me ha rescatado [silencio, solloza].

Ocho de la mañana más o menos llegó mi papá del campo al centro de salud donde yo estaba, mi papá dice que no podía creer cómo estaba porque, bueno, hasta que llegue ya me habían suturado las heridas [siempre sollozando] estaba abierta mi ceja, estaba sangrando por la nariz, bueno estaba todo hinchada, es lo que me dijo mi papá.

Yo he reaccionado cinco días después en el hospital, las denuncias las ha realizado la primera parte mi papá, él ha sido el que ha iniciado el proceso, todo eso (Paloma).

Un elemento fundamental en esta dinámica es que la culpa se descarga en la víctima y se refuerza la impunidad del agresor. Lo que en un momento se da como ruego (“voy a cambiar, pero no me dejes”) se manifiesta en otro como amenaza.

Y no sé cómo, pero las discusiones siempre por más que él haya hecho algo mal, yo terminaba siendo la culpable, siempre, o sea, siempre había algo que daba la vuelta la tortilla (Ana).

Yo le dije a él, digamos: "No, no me gusta la forma, no me puedes obligar". Entonces, "Sí, voy a cambiar", eso él decía, "pero no me dejes". Esa palabra siempre la tenía: "No, no me dejes" (Felipa).

“Despertá”, yo le dije (…) Él estaba borracho. “Ya me cansé, yo me voy”, le dije. Y me dice: “Le voy a matar a tu hija si haces lo que…”, y yo le dije: “Intentá y el que va a morir vas a ser vos, intentá”, y me dice: “Vas a ver” (Natalia).

Cuando la violencia en las relaciones de pareja se manifiesta de manera recurrente, las víctimas van perdiendo la capacidad de valorar la intensidad y gravedad de la misma y, sobre todo, de reaccionar para frenar las agresiones. En algunos casos, se callan, intentan ocultar y, a pesar de que los hechos violentos pueden haber traspasado las puertas de su mundo privado, en vez de pedir ayuda y hablar de las agresiones con sus familiares y personas cercanas, optan por minimizar o dejar pasar estas agresiones.

1.1. Encerradas en los círculos

En varios casos, las entrevistadas vivieron situaciones de aislamiento o encierro, sin contacto con las personas de sus círculos cercanos. Para algunas de ellas, el encierro distó de ser una metáfora porque estuvieron recluidas efectivamente, en un cuarto de alojamiento, de una casa o de un departamento, sin posibilidad de comunicarse con otras personas. Los secuestradores se apropiaban de sus documentos, dinero y teléfonos celulares para impedir que se comunicaran con sus familias, que pidieran ayuda o escaparan. El secuestro era acompañado por agresiones físicas, sexuales y psicológicas (amenazas contra ellas y sus familias, especialmente contra sus hijos). Los relatos recogidos en las entrevistas dan cuenta del afianzamiento del sentimiento de propiedad de parte de los agresores. Este afianzamiento se dio en todos los casos, sin importar si el compromiso con el agresor era serio ni el tiempo que la víctima lo conocía.

Uno de los momentos claves marcados en el vórtice se relaciona con la primera vez que las víctimas tomaron conciencia de la gravedad de la violencia vivida. Las entrevistadas refirieron experiencias que podrían asimilarse al estadio del espejo en el psicoanálisis, ya que ver sus lesiones en el espejo o leer sus propias declaraciones al firmar sus denuncias en la Policía les hizo reconocer la severidad de las agresiones que sufrían, la imposibilidad de esconderlas, las probables consecuencias y la necesidad de pedir ayuda para superar su situación.

Pero yo sentía ese resentimiento, mucho resentimiento por el hecho de que él ya me había golpeado. Y es demasiado doloroso, muy aparte de lo físico es que me ha decepcionado como persona, como pareja. (…) siento mucho dolor y digo: ¿cómo es posible que haya aguantado eso y que haya seguido con él? Me arrepiento demasiado (Paloma).

Me miré al espejo y era toda quemada. Estaba con muchas ampollas en mi brazo, o sea, estaba toda con ampollas, estaba negro, estaba toda (…) estaba horrible (Narda).

En esos días y en hacer la denuncia me había dado cuenta y había tomado conciencia de lo que había pasado. Y es mi primer encuentro con la denuncia como una forma de visibilización de lo que me estaba pasando (Alba).

Tomar conciencia de la violencia vivida y de la condición de víctima, a través de verse en el espejo, mirar las heridas en su propio cuerpo o leer sus denuncias, les ayuda a asumir y aceptar las experiencias dolorosas vividas; fue el primer paso para salir de esa condición. A partir de eso se dio inicio al proceso de resiliencia, que aquí se ve como la recuperación del control sobre los recursos que se habían ido perdiendo en cada ciclo de los vórtices de violencia.

2. Las trayectorias de la resiliencia

En las entrevistas, se reconstruyen las experiencias de las sobrevivientes, las experiencias límite (haber “tocado fondo”, haber visto la muerte de cerca) y también las experiencias esforzadas de salida de las espirales de violencia, de plantear una “huida hacia adelante” para ellas mismas y para sus hijos, convivir con el temor, buscar apoyo, trabajar y generar ingresos, seguir los costosos procesos judiciales, asistir a movilizaciones exigiendo justicia para otras mujeres violentadas, acompañarlas y darles apoyo emocional y contención en momentos de gravedad. Son procesos complejos que cada una refiere de manera diferente; pero que expresan por igual la convergencia de una decisión de recuperarse, abrazar un motivo para ello, contar con un mínimo de respaldo en la familia o los círculos más cercanos y también, en todos los casos, el apoyo profesional.

Una de las inquietudes de interés teórico que a priori se presentaron en la investigación se refería a si la resiliencia dependía más de condiciones individuales (una personalidad resiliente o resistente), los vínculos sociales (un entorno de respaldo afectivo, económico y social favorable) o elementos como la cultura o las condiciones estructurales institucionales.

Más allá de esa aparente contraposición, tal como se indicó, tomar conciencia de que una es víctima puede contribuir a cortar las espirales de violencia, en tanto que “salir” de esa identidad de víctima puede convertirse en un fin intermedio para reconducir la propia vida:

…y el 2020 yo me soñé con mi abuelo, que en paz descanse (…) y era tipo jardín, era hermoso y me hace echar en sus piernas y me dice: “Hija, por qué te escondes, te están llamando, tienes que hablar”, me dice. Yo le digo: “No, papi, me puede hacer algo”. “No, hija, tienes que hablar, tú eres la víctima aquí, él se tendría que esconder, no vos”, me dice, y yo le digo: “Papi, no”, y me despierto. Y dije que pasó eso, y hasta que yo he dado, yo he pensado ahí, yo dije sí, yo soy la víctima, yo por qué me tengo que esconder, a quién hice daño (…) yo no le debo a nadie (Natalia).

En este caso, la afirmación de la identidad de víctima es al mismo tiempo la afirmación de la inocencia, la certeza de que, si existe un culpable, es otro. Uno de los rasgos más comunes de los vórtices de violencia de pareja es que en cada ocasión el agresor gana impunidad y la culpa se carga paulatinamente en la víctima. La figura del abuelo muerto es la que permite esta doble afirmación e insta a dejar de esconderse.

2.1. La familia, las amigas y las redes informales

Tener la posibilidad de contar con quién conversar, alguien con capacidad de escucha y comprensión, tener quién ayude en el cuidado de los hijos y quién apoye económicamente es valorado de manera muy positiva por las entrevistadas sobrevivientes de feminicidio. Esto puede darse en la familia (con las madres y las hermanas, en primera instancia) y con las amigas y amigos cercanos. La certeza de que son entendidas y apoyadas en sus círculos de familia y amistad es fundamental para el proceso de resiliencia.

Por otra parte, el compromiso con las personas queridas (padres, hermanas y hermanos y, sobre todo, los hijos), pensar en su posible sufrimiento, es también un motor de la recuperación. La responsabilidad por los hijos tiene una importancia crucial en los procesos de resiliencia. Se sobrevive por y para los hijos. En las entrevistas realizadas con las sobrevivientes de intento de feminicidio, cuando se indaga sobre las razones que las alientan a recuperar y o reformular sus aspiraciones y propósitos de vida, cuidar a los hijos e hijas, a los padres o a otros familiares, es una de las principales motivaciones que las propelen a seguir, incluso cuando están deprimidas, abandonadas y desalentadas por los largos procesos judiciales. Esto se resume en las siguientes declaraciones:

El motor que me ha inspirado a volver a levantarme es el hecho de que mi padre me dijo: “Dios te ha dado otra oportunidad de estar con vida, la vida te ha dado una oportunidad más de respirar y es porque tienes que hacer cosas grandes. Si no, ya hubieras muerto”, me dijeron, y muchas personas me dije ron eso. (…) entonces yo tengo que buscar superarme, tengo que ser la perso na grande que espero, yo quiero ser una buena profesional, quiero estudiar más, quiero aprender muchas cosas y eso tengo que lograrlo con esfuerzo, eso es lo que me ayuda a levantarme cada día (Paloma).

Yo creo que lo que ha evitado que yo me deprima o se haga más complejo todo ha sido mi hija, ¿no? Mi hija no tenía ni un año, entonces tenía que criarla, tenía que cuidarla, tenía que trabajar para darle de comer. Mi mamá ya no vivía aquí en La Paz. Entonces yo tengo que trabajar y después me voy a Santa Cruz para que no me la quiten (a mi hija). Según la jueza, me la podían quitar (Alba).

La importancia de los hijos es fundamental. Más allá de constituir un motor en su vida, los hijos pueden ser las primeras covíctimas de la violencia feminicida. Un elemento identificado como crítico en algunos procesos de violencia fue el hecho de que la mujer tenía hijos de un padre biológico diferente de su agresor. Por otra parte, existe la percepción de que una “mujer sola” está más sola cuando es soltera y tiene hijos que cuando no los tiene y está efectivamente sola (Cf.Choque, 2021, p. 95).

2.2. Apoyo profesional

La terapia individual o colectiva brindada por profesionales fue útil en todos los casos, no solamente para el restablecimiento después de las agresiones sino para articular la narrativa de las escaladas de violencia y reconocer que lo que en un principio parecía protección era “otra cosa”: “Me trata ba bien, me hablaba bonito, siempre se preocupaba. Pero luego resulta que la preocupación había sido otra cosa, que recién me he ido dando cuenta por el hecho de que he ido a hacer terapia” (Melissa). Fue determinante en los procesos de recuperación:

Y cuando he empezado a tomar las terapias ya me he vuelto más segura, ya se ha aligerado mi estado de ánimo (...) Me ha ayudado bastante, nunca yo iba a pensar que tener a alguien que te escuche y que te oriente de manera sincera ayuda demasiado. (…) Por eso al psicólogo que me ha ayudado yo lo aprecio demasia do (...) de manera buena con paciencia me ha ayudado a abrir mis emociones, mis sentimientos, a mejorar me ha ayudado. Por eso tal vez me ha dado más fuerzas para seguir adelante en mi caso (Paloma).

No obstante, hay que aclarar que no todas las víctimas y sobrevivientes de feminicidio tienen posibilidades de acceder a apoyo terapéutico profesional especializado. El apoyo estatal es limitado por falta de personal, los horarios y la distancia para que las víctimas puedan acceder a dichas terapias. Las ONG que trabajan en la lucha contra la violencia de género ofrecen terapias individuales y grupales efectivas, pero su alcance es limitado, y muchas veces las víctimas no tienen posibilidades ni tiempo para seguir apoyos sistemáticos, sea por el tema del costo económico o falta de tiempo, pues se requiere de procesos prolongados, personalizados y sostenidos para contribuir a la resiliencia de las sobrevivientes.

2.3. Los proyectos personales y el altruismo

Los proyectos personales, las tareas pendientes, son también importantes fuerzas motrices en los procesos de resiliencia. Estas tareas pueden referirse a aspiraciones profesionales y también a la búsqueda de justicia por las agresiones sufridas. En algunos casos, se trata del proceso judicial contra el agresor. Esta acción exige valentía y determinación, en tanto que bloquea explícitamente la opción de olvidar las agresiones y las experiencias de victimización:

Ahora yo soy la que ha tomado el mando de mi caso, yo soy la que anda de día y de noche, a mi papá solamente ya le informo qué estoy haciendo día a día, y yo soy la que anda, yo soy la que corretea y la que va a discutir. Bueno, antes discutía con la fiscal, ahora discuto con los jueces, con sus asistentes (…) Entonces me ha ayudado a liberarme demasiado, me ha ayudado a crecer, me ha ayudado a entender el porqué de ciertas cosas (Paloma).

Bueno, y en Santa Cruz me pongo a trabajar, a cuidar a mi hija, ya intento estudiar, pero no lo logro así que me dedico solamente a trabajar (…)

Entonces creo que empiezo a tomar una posición más política y hablar de esto con otras mujeres y eso hace que no me deprima, que no piense que es el fin del mundo o que nadie me va querer con una hija, digamos. Mi mamá a veces me decía: “Es mejor que no te metas con nadie porque nadie te va querer con una hija”. Y yo ahí ya pensaba que tampoco me interesaba que nadie me quiera sino que yo quería vivir mi vida y criar a mi hija, ¿no? Eso (Alba).

La resiliencia puede asociarse en cierto modo con el inicio de la ruptura de los ciclos de violencia, tanto por la salida de la víctima de las relaciones en que sufre agresiones como por el corte de la “transmisión intergeneracional” de la violencia (que equivale a evitar que otras personas sufran violencia en el futuro). La preocupación por los demás también es otra vía para el proceso de resiliencia, y lo que anima a las sobrevivientes (y a covíctimas inclusive) a convertirse en activistas que apoyan a otras víctimas de violencia, asesorando en los procesos judiciales, o en seguimiento y acompañamiento a los juicios, marchas, denuncias en medios. En los casos considerados en la investigación, además de la preocupación por los hijos, tuvo importancia el altruismo, especialmente en la participación en grupos y campañas contra la violencia.

DISCUSIÓN

Abordar el problema a través de la violencia feminicida permite ubicarlo en un contexto mayor que la situación de agresión fatal y entender esta violencia como un continuum en el que el elemento básico es el sentimiento de propiedad del agresor sobre la víctima y la progresión se da combinando diversas formas de violencia.

Asumir la violencia feminicida como continuum a su vez amplía el foco del análisis para entender y revisar las representaciones que se usan para el estudio de la violencia de género: círculo, ciclo, espiral, vórtice. Frente a la figura de ciclo, se adopta la de vórtice, porque permite examinar los cambios en la frecuencia y la intensidad y entre una iteración y otra de los procesos de agresión y perdón (y los momentos asociados de arrepentimiento y culpabilización de la víctima).

El punto de vista de las víctimas (en este caso, de intentos de feminicidio íntimo) es indispensable para abordar el continuum de violencia y entender que en cada iteración hay cambios no solo en la intensidad de la violencia sino en los sujetos mismos. En el caso de los agresores, se observa una transición de la figura de protector (y proveedor y jefe de hogar) a la de gendarme (cuidador, guardián, vigilante) y después a la de agresor (disciplinador) como tal. En el caso de las víctimas, se identificaron las siguientes posiciones de sujeto: víctima pasiva-silenciosa y en indefensión, víctima denunciante (que se abre a hablar del problema), víctima activa (que toma decisiones y empieza a realizar acciones para defenderse), víctima empoderada que decide romper la espiral y separarse, y sobreviviente.

El proceso de resiliencia combina varios factores individuales y externos. No se trata exclusivamente de una capacidad individual, de una “persona resiliente”, aunque sin duda las entrevistadas realizaron esfuerzos prolongados, dignos de ser reconocidos. Tampoco es una resiliencia “comunitaria” arraigada en elementos culturales. Es, sobre todo, una empresa implícita o explícitamente colectiva para dar condiciones a la adaptación a un nuevo escenario postraumático. Junto a la acción de las propias sobrevivientes, se basa en las familias, en las amigas, en las organizaciones e instituciones de apoyo y en el estado. La recuperación exige grandes esfuerzos individuales. Esos esfuerzos pueden ser insuficientes si no se cuenta con un respaldo social e institucional que garantice en primera instancia que las agresiones no se repitan y se brinde la estabilidad suficiente y el acompañamiento como para que las sobrevivientes puedan recuperarse. El apoyo en el cuidado de los niños, el sostén económico, tener a alguien que las escuche, todos esos aspectos son parte de las trayectorias de resiliencia.

CONCLUSIONES

La violencia contra las mujeres es parte del orden social. En la investigación, se constató que la violencia no es una desviación del orden y que los daños de las agresiones directas y también las externalidades de la violencia feminicida son asimiladas por las mujeres y por los niños: las víctimas directas, los hijos, las madres, las hermanas, las amigas, las activistas solidarias. Los efectos de la violencia son absorbidos en el marco de las estructuras sociales. Las estructuras sociales mismas mantienen rasgos y determinaciones patriarcales. Esto es notorio en el Estado, que no asume políticas de prevención ni corresponsabilidad. El sistema judicial reproduce visiones patriarcales y expulsa a las víctimas de los procesos debido a los prolongados procesos.

La violencia feminicida en Bolivia es un fenómeno generalizado y naturalizado. Se presenta en todos los sectores sociales y niveles educativos. Si bien las mujeres con autonomía económica contarían aparentemente con más recursos (económicos, sociales, de información e institucionales), esto no les asegura que, cuando “ingresan” en una dinámica de violencia prolongada y en escalada, puedan tener la capacidad de acción (agency) para tomar decisiones oportunas y poder salir de las espirales de violencia, recuperar su autonomía y proyectos de vida.

La resiliencia es un proceso que implica la restauración o recuperación del control por parte de las víctimas sobrevivientes, de los recursos que fueron perdiendo en las trayectorias de violencia. Ellas buscan mantener o recobrar la autoestima, situaciones laborales, lazos sociales, objetos materiales y recursos económicos. En algunos casos, esto significa empezar de nuevo en otro lugar, lejos de la familia, de los amigos y de la casa, una especie de autoexilio como única salida para alejarse y protegerse de las amenazas de los agresores y borrar el estigma de la agresión misma.

En este proceso, las redes familiares, sociales e institucionales tienen un rol fundamental. Los familiares, amistades, compañeras de trabajo y otras personas que están cerca de las víctimas, durante o en el momento posterior a los hechos de violencia, son claves porque están presentes para brindar apoyo económico, dar sustento y contención emocional, y pueden acompañar, cobijar y escuchar las experiencias dolorosas vividas por las sobrevivientes. El “ser escuchadas” es un proceso necesario que ayuda al proceso de reflexividad o “toma de conciencia” del proceso violento vivido.

El apoyo terapéutico es crucial para la contención y atención a las víctimas mediante procesos especializados, sostenidos e individualizados, que les ayuden a elaborar discursiva y emocionalmente las dolorosas experiencias vividas, proceso necesario para alcanzar la resiliencia y continuar sus proyectos de vida.

Para atacar las causas que están en la base de los hechos de violencia de género, se requiere diseñar e implementar políticas integrales sostenidas contra los valores y prácticas patriarcales en diferentes ámbitos, como la familia, la educación, la justicia, la policía y toda la institucionalidad pública encargada de atender y dar protección a las personas que sufren violencia.

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* La investigación de la cual se deriva este artículo contó con el apoyo de la estudiante Tatiana Calle, auxiliar de investigación extracurricular, del Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre” (IDIS), de la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés, y de la asistente de investigación de la Carrera de Sociología, estudiante Paola Tusco. Declaro no tener ningún tipo de conflicto de interés que haya influido en mi artículo.

Recibido: 10 de Febrero de 2024; Aprobado: 26 de Marzo de 2024

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