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Temas Sociales

versão impressa ISSN 0040-2915versão On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.54 La Paz maio 2024  Epub 01-Maio-2024

https://doi.org/10.53287/voje5433qa34j 

APORTES

Mirando desde el sur: genealogías de los estudios campesinos en Bolivia*

Looking from the south: genealogies of peasant studies in Bolivia

Elena Peña y Lillo Llano1 
http://orcid.org/0009-0006-1602-317X

1Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, Tarija, Bolivia E-mail: elena.penaylillo@ucb.edu.bo


Resumen

El presente trabajo hace una revisión documental de un conjunto de 15 estudios realizados en nuestro país en torno al campesinado. Desde un ordenamiento genealógico y crítico, se exponen los principales paradigmas de abordaje y comprensión de lo campesino como sujeto, clase económica, identidad y forma de vida. A partir de la discusión de las diferentes posturas y enfoques, esos aportes se integran, visibilizando las principales conclusiones y preguntas que subsisten a la hora de comprender al campesinado contemporáneo, planteando algunos de los desafíos que se perciben para su estudio, más allá del eje central de Bolivia. Asimismo, se remarca la importancia de seguir enriqueciendo e impulsando los estudios locales.

Palabras clave: Campesinos; genealogía; economía; identidad; urbano-rural; migración; reforma agraria; multilocalidad; antropología; Tarija-Bolivia

Abstract

This paper presents a documentary review of a set of 15 studies on the peasants carried out in our country. From a genealogical and critical order, the main paradigms to approach and understand the peasant as subject, economic class, identity and way of life are displayed. After discusing the different positions and approaches, these contributions are integrated, making visible the main conclusions and questions that remain for understanding the contemporary peasantry, posing some of the perceived challenges for their study, outside the central regions of Bolivia. The importance of further enriching and promoting local studies is also stressed.

Keywords: Peasants; genealogy; economy; identity; urban-rural; migration; agrarian reform; multilocality; anthropology; Tarija-Bolivia

INTRODUCCIÓN

A la hora de encarar nuevas investigaciones y plantear las preguntas que guiarán nuestro quehacer e iluminarán lo que estudiamos, elaboramos lo que en la academia se denomina “el estado del arte” o, también, “el estado de la cuestión”. Lejos de ser un aspecto meramente formal consignado en los manuales de metodología, la elaboración de un estado de arte nos ubica dentro de los flujos de información, datos y reflexiones que se han suscitado en torno a un objeto de estudio en determinado momento histórico.

Así, un estado de arte “es una investigación documental sobre la cual se recupera y trasciende reflexivamente el conocimiento acumulado” (Galeano y Vélez, citado en Gómez, Galeano y Jaramillo, 2015, p. 424); transcender reflexivamente implica revisar lo que fue escrito con los ojos de atrás, iluminar las construcciones de sentido, los sesgos, las lagunas, los supuestos y de alguna manera acercarnos a entender un poco más las condiciones sociales, epistemológicas y metodológicas que dieron lugar a ese conocimiento. Todo este proceso se dirige a tener claro qué existe sobre lo que se pretende investigar, pero también nos guía a otras preguntas: ¿sobre qué investigamos? ¿Qué nos preguntamos en torno al tema y qué preguntas se han hecho antes? ¿A qué conclusiones se arribó con esas preguntas, en qué período histórico, desde qué línea teórica y bajo qué supuestos?

Éste fue el ejercicio planteado para realizar el estado de arte de mi tesis de licenciatura en Antropología: “Dinámicas económicas contemporáneas en la comunidad campesina San Antonio La Cabaña con la ciudad de Tarija y otros territorios”. La revisión documental me puso frente no solo a una gran cantidad de estudios sociológicos, antropológicos, etnohistóricos, etc., sino también frente al desafío de organizarlos en un corpus coherente que diera cuenta de las genealogías, paradigmas y certezas que vienen impresas por las coyunturas que alimentan cualquier producción académica.

Este artículo refleja parte de ese esfuerzo de sistematización que, sin pretender ser abarcador de absolutamente todo lo producido en torno a la temática, presenta una panorámica de diversos estudios publicados en nuestro país y que, de una manera u otra, buscaron entender al campesinado desde diferentes coordenadas teóricas: desde la relación campo y ciudad, lo identitario, las economías campesinas, el trabajo y la migración, pero también desde distintos espacios y territorios: la región andina, los valles surandinos, las periferias de las ciudades en donde se asienta la gente migrante del campo, La Paz, El Alto, Cochabamba y Tarija.

La intención es contribuir a la comprensión del campesinado contemporáneo de nuestro país1 y seguir el rastro de las diferentes formas y acercamientos que esa comprensión ha planteado, reconociendo los virajes y, también, buscando eso tan bien enunciado por Spedding, Flores y Aguilar (2013) cuando nos desafían a superar las miradas urbanocéntricas planteadas y acercarnos a lo rural desde su actual presente. Analizar crítica e integralmente cómo se abordó al campesinado en el pasado nos aporta más elementos y herramientas para plantear las interrogantes e inquietudes desde el presente; en ese sentido, presentamos la siguiente revisión documental que también es una suerte de genealogía, construida desde el sur de Bolivia, buscando referencias para entender lo que sucede fuera del eje central, espacio que ocupa una centralidad hegemónica dentro de la producción académica nacional, situación ya reconocida en otros trabajos (Barragán y Gonzáles, 2021).

Con esa puntualización, existe bastante literatura en torno a campo y ciudad, campesinado, identidad campesina, economías campesinas en Bolivia, valles surandinos y Tarija; ante este vasto universo de información, se procedió a organizarla de manera cronológica, lo cual también coincide -y no casualmente- con los diferentes acercamientos y paradigmas de comprensión en torno a lo rural y lo campesino, subdividiéndola en tres apartados.

PRIMEROS ACERCAMIENTOS: RURALIDAD Y MIGRACIÓN. LA CIUDAD COMO UN POLO DE ATRACCIÓN Y EL CAMPO COMO UNA IMPOSIBILIDAD

Hacia 1950, Bolivia era un país eminentemente agrícola:

…con un 70,54% de su fuerza efectiva de trabajo aplicada a la productividad de la tierra, con un sistema de explotación tan arcaico que la retención del recurso tierra estaba en manos de menos del uno por ciento (0,95%) de la población económicamente activa del propio sector agrario, y en un 0,67% del universo laboral del país (Ayaviri, 1972, p. 4).

Esto puede verse reflejado dentro de los censos de población; en 1950, un 73,7% de la población residía en el área rural (PNUD, 2015, p. 54). Es en este espacio, ligado a priori a la agricultura2, donde se estudian a las grandes mayorías indígenas y campesinas que jugaron un papel clave dentro de las grandes movilizaciones sociales de mitad del siglo XX en Bolivia y cuya constitución, identidad, organización y dinámicas serían abordadas como objeto/sujeto de estudio.

Una primera coordenada para ubicar esos abordajes es la obra de Jorge Dandler3, prolífico autor centrado en el papel del sindicalismo campesino a partir -y desde la acumulación previa- de la revolución boliviana de 1952 y que estableció algunas de las líneas de análisis que, de una manera u otra, serían retomadas en los estudios futuros y que mantienen su impronta hasta el presente, pues el peso del movimiento campesino dentro del devenir político del país es innegable.

En primer lugar, Dandler pone en la mesa la consideración del campesinado de Ucureña4 y ranchos vecinos como clase que interviene en la vida social, económica y política del país desde una serie de acciones dirigidas a quebrar el sistema de hacienda. La compra de las tierras y el status de campesino propietario se constituyeron en la lucha fundante que impulsa la conformación del sindicato agrario, así como la construcción y consolidación de su núcleo escolar. Este papel activo -y desde una agencia propia ejercida por los excolonos de esa zona- posicionaría al campesinado dentro del mapa político nacional, reconfigurando un escenario de disputas, negociaciones, presiones y tensiones que daría nueva forma e impulso al proceso de Reforma Agraria, con su consiguiente efectivización mediante el decreto del 2 de agosto de 1953, promulgado precisamente en Ucureña (Dandler, 1969).

La segunda veta de análisis son los tipos de organización del trabajo y los sistemas de tenencia de tierras como elementos cruciales en la configuración económica de una región, de sus habitantes y, desde luego, de sus procesos históricos. Al respecto, Larson (2017) puso de relieve que, ya a fines del siglo XVIII, “(…) dentro de las estructuras agrarias formales de la propiedad en Cochabamba, estaba surgiendo un campesinado activo en búsqueda de nichos de subsistencia, negociando para obtener tanta seguridad y autonomía económica como pudiera ser arrebatada a los terratenientes” (p. 259). Ambos procesos están imbricados entre sí y requieren una mirada simultánea que concatene la mano de obra disponible en el área rural con la creciente presión sobre la tierra en contextos cada vez más poblados y con menos superficie de cultivo. Cada territorio, de acuerdo con la interacción dialéctica entre ambas condiciones, da pie a experiencias agrarias y de organización social distintas.

Por ejemplo, en su estudio sobre los mercados surandinos, Harris et al., (1987) destacaron la presencia de elevados rangos de producción en espacios que no podrían considerarse los más fértiles, pero que por medio de un manejo estratégico de recursos en diferentes espacios y nichos ecológicos y con vínculos de mercado y circulación de productos y personas, lograron convertirse en referentes mercantiles debido a su gran disponibilidad de recursos.

Podemos decir que experiencias que tienen como centro la producción agrícola y que pueden entenderse como exitosas en lo que se refiere a una gran capacidad productiva que da lugar a una gran posibilidad de bienestar -y acumulación en algunos casos-, lo son en gran medida porque no solo dependen de un territorio específico o de una gran extensión cultivable, sino de la disponibilidad de todo un repertorio de diversificaciones y especializaciones interconectadas por redes comunales y de parentesco. Por otro lado, este tipo de éxito también estaba mediado por relaciones de subalternidad acumuladas e insostenibles para una parte de la población rural, lo que dio lugar a una modificación permanente en la distribución espacial de la población de nuestro país.

En 1976, el 73,7% de habitantes rurales registrado en 1953 descendería a 58% mientras que para el censo de 1992, el porcentaje de habitantes en el área rural llegaría a 52,3% (PNUD, 2015, p. 54). Esta distribución poblacional nos habla de los cambios que atravesó nuestro país en lo que se refiere a movilidad espacial. Consideramos que, precisamente por ello, a partir de la década de 1980, la mirada hacia lo rural se dirigió a ver al campesinado más allá de la Reforma Agraria, centrándose más bien en los paulatinos cambios en el sujeto campesino y el (des)poblamiento de las áreas rurales.

Un exponente de este viraje es el trabajo de Albó, Sandoval y Greaves realizado en 1976 y publicado en 1981, Chuquiyawu: la cara aymara de La Paz, en donde se describen y analizan las características de los ex campesinos en la ciudad de La Paz, así como sus lazos en sus comunidades de origen. Esta descripción fue mediada por la comprensión estructural de la migración campo-ciudad como una consecuencia de los procesos económicos y sociales propios del capitalismo, que hace de las ciudades capitales un polo de atracción de recursos humanos, por un lado, y un espacio de precarización de la mano de obra campesina, por otro. Para los autores, esta situación origina un éxodo rural moderado, donde “el campesino no acaba de dejar plenamente su condición campesina y a lo más se hace al mismo tiempo semi-proletario. Vive una condición más o menos anfibia y sumamente inestable” (p. 180), en la cual mantiene un pie en cada uno de los mundos, el del campo y el de la ciudad.

Una caracterización desde lo económico, pero también identitario, no deja de ser interesante. Para los autores, los migrantes campesinos de primera generación son:

…campesinos de cultura y lengua propia, que vivían en una economía tradicional de subsistencia y que, expulsados de su lugar de origen por las limitaciones económicas, se trasladan a una ciudad de tamaño medio, que no esté distante de él ni física ni culturalmente y que tiene una economía y, sobre todo, una industria igualmente estancada. Aunque ofrece mayores oportunidades de trabajo, éstas son limitadas tanto por su número como sobre todo por su calidad y estabilidad. Por todo ello este inmigrante se ve alentado a mantener muchas vinculaciones con su lugar de origen (p. 190).

Los flujos migratorios de ese momento histórico fueron notorios e impactaron en la reconfiguración de las ciudades y lo que se empezó a denominar las periferias5. En lo que respecta al Cono Sur -y, por ende, Tarija- un polo de atracción indudable en ese período fue la Argentina y sus quintas agrícolas (Hinojosa, Pérez y Cortez, 2000, pp. 28-29).

Retomando a (Albó, Sandoval y Greaves (1981, pp. 206-207), éstos consideran que la mayor parte de las migraciones tuvieron lugar a partir de la Revolución Nacional de 1952 y la Reforma Agraria de 1953, acontecimientos históricos que modificaron la situación del campo y, sobre todo, las relaciones campo-ciudad, en especial, si se toma en cuenta que la caída del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) trajo consigo políticas desfavorables para los pequeños productores agrícolas. De manera análoga en el territorio tarijeño, autores observaron que, a partir de la Reforma Agraria, se vivió una baja en la productividad y el volumen de cultivo, pese a una mayor monetarización de la economía campesina (Hinojosa et al., 2000, pp. 20, 29).

En la zona altiplánica, el factor determinante para migrar fue, en ese momento histórico, la disminución en el acceso a la tierra y su baja productividad. Según Albó et al. (1981), el factor económico fue el central para desencadenar el proceso migratorio: “tienen que irse del campo porque allí no hay posibilidades económicas para sobrevivir” (p. 222).

No obstante, hay que matizar esta conclusión con otro aspecto que no elimina la centralidad de esa motivación -y lo que eso implica a nivel de formas de vida- pero sí permite hilar la complejidad de los procesos de migración campo-ciudad y que es parte fundamental del campesinado: que la Reforma Agraria, además de desembocar en una aparente baja de la productividad, también liberó a peones y arrendatarios de las obligaciones laborales y económicas que los mantenía atados al hacendado, terrateniente o latifundista. De un solo tipo de relación económica y de explotación, las familias campesinas pasaron a otra con una mayor capacidad de movimiento, diversificación de sus ingresos, búsqueda y creación de nuevos espacios y nichos de trabajo (Dandler, 1969, p. 101). Por ello mismo, no debe resultar tan sorprendente que las migraciones estacionales se conviertan en una estrategia frecuente en las comunidades campesinas (Hinojosa et al., 2000, p. 32).

Por otro lado, es importante puntualizar que esta diversificación de actividades se remonta ya a períodos anteriores a la Reforma Agraria. La creciente presión demográfica en los valles de Cochabamba había derivado en la fragmentación de la tierra en diversas formas de tenencia, en las cuales la hacienda era -figurativamente- la unidad de propiedad única; mas, en la práctica, existía una producción agrícola en creciente dispersión (Dandler, 1969, p. 56;Larson, 2017, pp. 235, 256).

Precisamente las características de la transformación agraria en esta región son abordadas por Brooke Larson (2017), en su extenso y riguroso trabajo Colonialismo y transformación agraria en Bolivia. Cochabamba, 1550-1900. Este estudio aporta una interesante problematización teórica sobre qué es el campesinado, haciendo hincapié en la comprensión de los procesos de formación y transformación de las clases sociales y su articulación con los modos de producción, no solo en la época colonial sino en la actualidad, poniendo el foco en las dinámicas de la economía campesina de los valles cochabambinos: ¿cómo se forma y desarrolla la clase agraria de esa región y bajo qué características, condiciones y condicionantes? Ésa es la pregunta de fondo en el texto. La conclusión principal a la que arriba Larson -al menos para los fines de este artículo- es que la histórica diversificación económica del campesinado del Valle Alto cochabambino les permitió reducir la dependencia frente a los terratenientes mucho antes de la Reforma Agraria; de hecho, esta diversificación, que manifiesta la agencia del campesinado, estableció las bases para los grandes procesos de insurgencia local a mediados del siglo XX, pero también hasta tiempos contemporáneos:

…los campesinos de los valles estaban remodelando el perfil de la economía regional, diversificando la producción y desarrollando una red de mercados campesinos. Estaban dando forma a una economía campesina naciente, que se encontraba fuera del ámbito de la comunidad andina tradicional y que imprimiría una profunda huella en la región hasta el día de hoy (p. 274).

Una población campesina en crecimiento que producía, consumía y distribuía se constituyó en un importante motor económico; este fortalecimiento de la economía campesina también creó las bases de la emigración y proletarización del campesinado de la región, bases que además remontan y reproducen legados y estructuras coloniales. Así, pues, las raíces históricas de la actual clase agraria cochabambina no pueden -ni deben- entenderse sin tener como referente el período colonial y los respectivos flujos mercantiles propuestos desde la administración de Toledo, las reformas borbónicas y el proyecto republicano, debido, precisamente, a sus continuidades implícitas, muchas veces invisibles, sin un ejercicio riguroso dirigido a exponer los flujos y reflujos de los conflictos de clase y diferenciación social (Larson, 2017). Si bien es cierto que el campesinado cochabambino tiene una serie de particularidades que lo convierten en un prisma referencial de lo campesino en Bolivia, un estudio detallado en territorios específicos permitiría seguir la línea a las transformaciones agrarias en cada uno de ellos dentro de esta amplia riqueza descriptiva.

Justamente en esa línea, mencionamos el aporte de Ana Teruel (2014), quien, en el marco de las Primeras Jornadas Arqueológicas - Etnohistóricas - Antropológicas de la Macroregión Tarija - Norte Chileno - Noroeste Argentino, realizadas en Tarija el año 2014, presentó su artículo “Concentración y fraccionamiento de la propiedad agropecuaria de Tarija (Bolivia) a comienzos del siglo XX”. En dicho trabajo, mediante el estudio de los documentos catastrales depositados en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, examina la estructura agraria que se podía apreciar en las provincias Arce y Avilés en la primera década del siglo XX.

Estas fuentes permitieron a la autora establecer el uso de la tierra tanto por parte de los campesinos -sea en calidad de pequeños propietarios o como colonos- como de los grandes terratenientes, precisando que su aprovechamiento podía variar de acuerdo a las características productivas del suelo, registrando ya en ese momento que, en los siete cantones estudiados, podía observarse “la posibilidad de complementariedad productiva y el acceso a diferentes pisos ecológicos” (Teruel, 2014, p. 9). Además identificó que “el valor de la tierra dependía no solamente de la aptitud, extensión, ubicación y características del terreno, sino también de la producción del propietario y sus colonos” (p. 12).

Ya en ese entonces se observaba que, en ciertos sectores del Valle Central de Tarija, en especial en los más fértiles, por la disposición de recursos hídricos y por una tradición de manejo agrícola intensivo, la propiedad se encontraba fraccionada y muy bien valuada, con un alto número de propiedades, propietarios y colonos. Esta característica de propiedad y, sobre todo, de uso de la tierra para producir valor monetario, está directamente vinculada al incremento de la demanda de productos agrícolas. Si bien no se llega a establecer de manera tan precisa los mercados a donde se dirigía tal producción, como se hizo en el estudio de Larson (2017), nos marca algunos de los factores de transformación de las formas agrarias de la zona.

CAMPESINADO COMO IDENTIDAD POLÍTICA Y POLITIZADORA

La definición más utilizada respecto al campesinado viene de la mano de su relación con la tierra; este vínculo primigenio y sus implicancias relacionales ha quedado muy bien reflejado en el ya clásico estudio de Wolf, “Los campesinos” (1974), planteado desde el enfoque antropológico y poniendo de relieve precisamente la relacionalidad de los agricultores rurales con otros grupos sociales. Wolf, en primer lugar, aborda la cuestión de la identidad campesina, problematizando los sistemas de producción campesinos y sus excedentes y lo que esto suponía para el campesinado en una sociedad que se empezaba a revelar globalizada. Más adelante, se sumerge en los aspectos sociales del campesino, analizando la familia como núcleo productivo y reproductivo, así como sus lazos con otras unidades productivas familiares, pasando por las formas organizativas que vinculan a las unidades productivas entre sí, así como sus relaciones de poder. La configuración de un orden social establecido, nos dice el autor, depende en cierto modo de la forma de entrelazamiento y centralización de estas relaciones, dando pie a alianzas patronales y clientelares que pueden ser, también, las relaciones Estado-campesinado (pp. 124, 125).

Finalmente, y como cierre provocador, Wolf aborda el orden ideológico dentro del campesinado, describiendo y analizando sus distintas expresiones, desde las ceremonias y tradiciones, pasando por los movimientos campesinos, revelando sus principales motivaciones y desencadenantes (p. 140). Especialmente interesante es tomar elementos de esta lectura y aplicarlos para reinterpretar el fuerte componente ideológico de las movilizaciones campesinas acaecidas en los valles cochabambinos en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado (Calderón y Dandler, 1984), comprendiendo sus expresiones no solo desde la lectura de clase, sino la lectura estatal frente a un movimiento campesino coyunturalmente considerado aliado, para después convertirse en un peligro para el orden vigente. La lectura de Wolf revela el potencial de profundización en el campesinado como expresión de una forma cambiante de relación/vínculo/resistencia con el capital. El aporte dado por este autor posiciona al campesinado como actor político, pero sin perder de vista su inserción dentro de los circuitos de producción.

Parte de esta mirada es plasmada en el estudio realizado por (Carlos Vacaflores, el año 2005), con relación a la trashumancia ganadera de la provincia Cercado, Tarija. Este estudio combina territorio, racionalidad económica campesina, acceso a tierras de pastoreo, disputa ideológica y material por el uso del espacio, concluyendo que el sistema de trashumancia ganadera de la provincia Cercado expresa una unidad territorial que une a comunidades de valle con comunidades de selva de montaña que se vinculan por medio de reciprocidades y solidaridades. Para el autor, dicha unidad territorial requería un grado de apoyo por las instituciones para aumentar su capacidad colectiva de ocupación espacial, ya que se hallaba en riesgo por un “conflicto de percepción”, en donde se veía a la trashumancia ganadera como una actividad atrasada y poco eficiente (p. 17).

En este mismo estudio, también se plantea una descripción del funcionamiento de las unidades productivas familiares del Valle Central de Tarija, con un comportamiento económico “basado en el uso de estrategias de diversificación productiva, manejo de recursos colectivos, consumo parcial de su producción, y por constituirse en suma de actividades de producción y reproducción de manera simultánea” (Vacaflores, 2005, p. 3); esta definición es un anticipo a los planteamientos de multiactividad que habrían de hacerse más recurrentes en la siguiente década.

Alejándonos un poco de esta línea de propuestas, pero manteniendo el eje en la identidad y características de un campesinado en cambio, tenemos el estudio de Hinojosa et al. (2000) titulado Idas y venidas: campesinos tarijeños en el norte argentino, que tuvo como objetivo “determinar cómo influyen los factores socioeconómicos estructurales en los procesos de migración y (re)articulación rural” (p. 10) y tomó como universo la cuenca de Tolomosa, en el Valle Central de Tarija, centrándose en las comunidades de Pinos Sud, Pampa Redonda y Tolomosa Grande, lugares que mostraban altos índices migratorios a finales del siglo XX.

Como conclusión, los autores manifiestan que la caída de la producción de cultivos tradicionales parecía dictar como destino único la migración tarijeña hacia las quintas hortícolas del norte argentino, y que, ante esas condiciones productivas, la migración se incrementaría y que los emigrantes residentes en Argentina se constituirán en una importante fuente de apoyo para las personas que se quedan en la comunidad. Recalcan además las situaciones de precariedad de quienes trabajan en el vecino país y cómo un pequeño segmento de migrantes está ascendiendo económicamente de la mano de lazos familiares que a su vez amplían apadrinando a familiares de sus comunidades de origen (Hinojosa et al., 2000, pp. 93-96). Para los autores, en ese momento histórico, el futuro a mediano plazo de los migrantes medieros era una incógnita, sin saber si las condiciones del vecino país les permitirían insertarse más en la producción hortícola (p. 95). Años después, podemos decir que las migraciones se han sostenido, pero no incrementado, y que los flujos de ida y vuelta entre Argentina y Bolivia se mantienen, aunque ya no tan mediados por la inyección de remesas.

Un estudio similar, tanto en temática como en temporalidad, es el realizado por Genevieve Cortes, Partir para quedarse: supervivencia y cambio en las sociedades campesinas andinas de Bolivia, publicado el año 2004, y con un acercamiento multinivel, tanto etnográfico, geográfico, económico, estadístico y etnohistórico en tres comunidades del Valle Alto de Cochabamba. Precisamente lo que hace Cortes es ahondar en la movilidad espacial campesina, planteando la migración temporal como “expresión de una dinámica de actores en búsqueda de alternativas de subsistencia o incluso de desarrollo” (p. 377) en contextos en los que los campesinos no pueden vivir solo de la agricultura debido a la hiperparcelación de las tierras cultivables, los crecientes riesgos climáticos y la falta de apoyo desde las entidades gubernamentales, tanto de manera crediticia como técnica. Con todo, se verifica que los habitantes de las comunidades estudiadas “se van” para quedarse, ya que la “movilidad permite (…) la articulación simultánea de varios espacios, de varios lugares, contribuyendo así a una ampliación de la esfera socioespacial de vida de los campesinos” (p. 379).

El enunciado “partir para quedarse” expresa una estrategia económica de trabajo flotante, eventual, reversible, que depende de coyunturas tales como requerimiento de mano de obra, necesidades económicas, malas cosechas, redes de parentesco y disponibilidad de tiempo, sin que implique el abandono definitivo de sus tierras. En una coyuntura económica nacional adversa, como lo fue el período neoliberal de fines del siglo pasado, marcado por altos niveles de pobreza que determinaron un aumento en la movilidad espacial, las migraciones campesinas fueron leídas, muchas veces, como una ruptura total con las comunidades de origen; estudios como los de Cortes (2004)eHinojosa et al. (2000), nos invitan a observar los matices de las migraciones temporales.

Por otro lado, no está demás repasar lecturas sobre la identidad campesina y sus nexos en la constitución de identidades regionales en espacios en donde lo étnico no aparece tan claramente ligado a lo campesino, siendo éste el único referente para (re)construir un pasado imaginario. Por ejemplo, Lea Plaza, Vargas Guardia y Paz Ramírez (2003), en el estudio Tarija en los imaginarios urbanos, parten de la hipótesis de que “en un mismo espacio urbano de convivencia existen dos visiones en torno a la ciudad que en aspectos medulares entran en contradicción -al menos a nivel imaginario- la aparición de dos ciudades en función de cada grupo socio-cultural” (p. XVIII).

Es de relievar en este estudio que sus conclusiones apuntan la existencia de una idealización de la Tarija de antaño, colocando como parte constitutiva de la identidad tarijeña citadina su vínculo con la naturaleza y, por asociación, con el campesino (p. 181). Vinculamos esta conclusión con la construcción de lo que es el campesinado en el Valle Central de Tarija y cómo, en ocasiones, el campesinado como movimiento social ha tratado de impugnar su romantización recalcando su estado de necesidad (servicios básicos, riego, desastres naturales). La creación de la identidad chapaca como equivalente a un campesinado ameno y tranquilo ha encontrado varios puntos de ruptura en sucesos puntuales como el Cabildo Campesino de agosto de 2017 para la creación de un municipio rural en la provincia Cercado (El País, 2017) o los bloqueos campesinos para lograr la asignación de recursos de manera directa por medio de un bono solidario dirigido a beneficiar a las familias productoras campesinas, y que se registraron a nivel departamental durante las gestiones 2008-2009 (EJU TV, 2009).

MÁS ALLÁ DE LAS DICOTOMÍAS CAMPO-CIUDAD

Precisamente la modificación paulatina de las condiciones sociales y económicas dio pie a otro tipo de acercamientos hacia una realidad que desbordaba las dicotomías conceptuales usuales. El 2013, Spedding et al. publicaron Chulumani: flor de clavel. Transformaciones urbanas y rurales, 1998-2012. Situado en el municipio de Chulumani, provincia Sud Yungas del departamento de La Paz, el objetivo de este trabajo fue comprender los cambios sociales vividos en esa región a partir de la decadencia de una élite que históricamente controló la comercialización de la coca, el transporte, el poder político y los servicios públicos, verificándose un proceso de transición en el cual otro grupo social, compuesto por productores y comercializadores de comunidades campesinas aymaras, toma el control.

La primera conclusión de este trabajo es clara: la élite vecinal de clase media afincada en Sud Yungas a partir de 1953 fue desplazada entre 1990 y 2010 por una élite emergente de campesinos ricos y excampesinos vinculados a la producción y comercialización de la coca, con las organizaciones sindicales como actores fundamentales de ese recambio. Esto impacta, a decir de los autores, en las formas de relacionamiento con lo urbano, que pasa de lo vertical a algo horizontal, descrito esto como una red de nudos interconectados (p. 257), en donde hay una creciente igualdad en la provisión de servicios básicos, educación, salud, protagonismo político y oportunidades económicas entre pueblo y campo.

Desde un acercamiento profundo a la política comunal de las organizaciones sindicales6, los autores desafían a superar la mirada que retrata lo rural como reducto del tradicionalismo e invitan a observar el apropiamiento discursivo de las organizaciones de términos como equidad de género, transparencia o autonomía, con la finalidad de velar por sus propios intereses, desde lógicas que muchas veces obedecen a oportunismos estratégicos.

Finalmente, a partir del caso de Chulumani, los autores muestran que las brechas entre lo urbano y lo rural se difuminan con gran rapidez: pueblo y ciudad no son territorios ajenos entre sí, sino que se relacionan permanentemente mediante los servicios de transporte y la flexibilidad de la doble residencia urbano-rural que tiene origen en el área rural. Comprender esto significa, apuntan Spedding et al. (2013), abandonar la mirada urbanocéntrica que proyecta al campo y comprenderlo desde su actual presente: la ciudad y el pueblo se constituyen en un piso ecológico más. Además, colocan en la mesa otro punto clave: a la par que formación económica, clase social y ocupación espacial, el campesinado es también un imaginario: contiene en sí mismo una carga simbólica e ideológica. Esa “parte imaginaria de lo real” construye imágenes y conceptos que influyen en las acciones de las personas y tienen consecuencias reales y materiales (p. 10).

En esa línea, el estudio de tipo empírico realizado por Cristina Cielo y Nelson Antequera el año 2013, titulado Ciudad sin frontera: la multilocalidad urbano-rural en Bolivia, establece como objetivo especificar los elementos esenciales de la constitución mutua de lo urbano y lo rural en Bolivia desde las últimas décadas del siglo XX, para entender las consecuencias de lo que los autores consideran la paradójica falta de incorporación institucional y estatal de estos vínculos.

Utilizando como instrumentos un mapeo de las movilizaciones campo y ciudad a través del rastreo de la mancha urbana en las ciudades de El Alto, Viacha, La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, estos autores muestran los crecimientos demográficos de estas ciudades y los analizan a la luz de los conceptos de multilocalidad, doble domicilio y articulación urbana rural.

Para Cielo y Antequera, “la migración a las ciudades bolivianas no es una migración definitiva, un proceso lineal según el cual la familia traslada su residencia definitivamente de un lugar a otro, sino en la lógica de la multilocalidad” (p. 18). Es decir, migrar a la ciudad es cambiar de residencia principal, lo que implica un vínculo distinto con la comunidad de origen, pero no una ruptura completa, ya que la misma economía familiar de los residentes de la ciudad se complementa con el trabajo agrícola en la comunidad. Los autores afirman: “Durante la época de siembra y de cosecha, la familia o parte de ella se traslada a la comunidad para realizar las labores agrícolas” (p. 19). No sólo eso, sino que corresponde a una estrategia muy efectiva de aprovechamiento de recursos materiales y humanos:

El patrón de doble domicilio incide sobre la distribución de la fuerza de trabajo y los insumos productivos al interior de la unidad doméstica de producción; la combinación de éstos en el proceso productivo se facilita por el acceso directo a una gama variada de los nichos diferenciados (…) las redes familiares no solo funcionan al interior de la comunidad sino fuera de ésta, en los procesos de migración temporal o definitiva (pp. 19-20).

Sobre este análisis, que refleja en parte las líneas propuestas por Spedding et al. (2013),Nico Tassi y María Elena Canedo harían mucho más énfasis en el libro Una pata en la chacra y una en el mercado: multiactividad y reconfiguración rural en La Paz, publicado por el CIDES el año 2019. El estudio tiene como objetivo central exponer el proceso de reconfiguración rural a través de las relaciones entre mercados urbanos y producción rural y la multiactividad exhibida por los residentes alteños y/o moradores rurales que se desplazan a la ciudad con relativa frecuencia. Son varias las conclusiones generadas en este extenso estudio, entre ellas, que la economía campesina del departamento de La Paz se reconfiguró en las últimas dos décadas a partir de la mecanización de la agricultura, el mejoramiento de la infraestructura de transporte interprovincial, la superposición de economías urbanas y rurales, la mejora de los precios de terrenos y las inversiones estatales de apoyo a pequeños productores.

En lo que se refiere a la reconfiguración de las estructuras organizativas campesinas, Tassi y Canedo (2019) apuntan que la comunidad campesina se torna en una herramienta económica, social y política estratégica (p. 99); esto es una transformación estratégica que reposiciona la comunidad dentro de la vida sociopolítica del país y la convierte en la base sobre la que se entretejen las relaciones campo y ciudad, “estableciendo un lazo de ida y vuelta cada vez más fluido entre residentes y estantes” (p. 76). De acuerdo con los datos recogidos por los mismos autores, la comunidad y su afiliación a la misma como estructura organizativa se reafirman toda vez que son el ente que ejerce control sobre la distribución y el saneamiento de las tierras, llegando a tener incluso estrategias para que la desigualdad no se dispare en lo que refiere al acceso de los recursos, mediante ingeniosos sistemas de redistribución como, por ejemplo, los turnos y servicios a realizar por hectárea de tierra (a más tierra, mayor cantidad de trabajo). Este sistema organizativo llega a trascender el espacio circunscrito de la comunidad, ya que ésta se piensa como la mejor forma de acceso al mercado.

Con una pata en la chacra y otra en el mercado, el productor campesino de las provincias productoras de leche y de verduras del departamento de La Paz ocupa los mercados y ferias en un estadio intermedio de comercialización de sus productos: se halla algunas veces como productor que vende directamente su producción a nichos de clientes específicos y en otras vende su producción a otros intermediarios. Los autores describen así las características actuales del campesinado de su área de estudio:

Un poblador rural mucho más dinámico que el “migrante” rural de hace 30 años y que, paradójicamente, perfila una capacidad de penetración en los centros urbanos que contrasta con la ‘falta de integración’ en el contexto urbano atribuida al migrante de antaño (Tassi y Canedo, 2019, p. 127).

Esta dinamicidad viene de la mano de una multiactividad en la cual se vuelcan las energías de grupos familiares completos, que trabajan diferentes espacios al mismo tiempo. Más que hablar de una descampesinización, Tassi y Canedo optan por comprender el papel que juegan los transportes y las carreteras en la aceleración de los desplazamientos desde diferentes comunidades, ciudades y puntos del país, además del crecimiento de las asociaciones de productores, sindicatos de transportistas, gremios de vendedoras, etc.

Otro acercamiento más reciente a las transformaciones urbano-rurales es el planteado por Carla Andrea Becerra Cardona (2021), en su artículo “Transformaciones urbano-rurales: Hampaturi y Retamani”, situado en La Paz; este trabajo menciona que, entre lo urbano y lo rural, se trazan fronteras dinámicas y relaciones dialécticas que, de un modo u otro, son desiguales, aunque tienen características y énfasis propios. Otro interesante aporte es la noción de interfase urbano-rural, entendiendo interfase como un espacio geográfico en donde se dan distintas expresiones territoriales. Por otra parte, esta autora enfatiza que el uso del territorio -que son relaciones de poder- viene de la mano de cómo se ejerce la territorialidad y las diferentes territorialidades existentes: “el espacio es fuertemente segmentado y condiciona el conjunto de formas de vida” (Becerra Cardona, 2021, p. 197); esto para tomar en cuenta que la subsistencia a largo plazo, de todas maneras, está condicionada a negociaciones en condiciones de subalternidad frente a un mercado urbano de tierras que transforma paulatinamente su uso, valor y aprovechamiento.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Como puede apreciarse en esta presentación genealógica y crítica de diferentes estudios realizados en torno al campesinado en Bolivia, hay una fuerte presencia de trabajos situados en el eje central, La Paz y Cochabamba, lo cual nos lleva a una primera conclusión, y es que para dar cuenta de las características de un campesinado en específico, en este caso, el que despliega su quehacer en los valles surandinos del departamento de Tarija, identificamos a un sujeto periférico y subalterno dentro de los grandes flujos económicos globales; para entenderlo, se recurre también a los estudios subalternos y no deja de ser notorio que, incluso al estudiar las periferias y los bordes, volvemos a reproducir nuestras referencias a partir de los centros de las periferias; es desafiante encontrar lecturas que no estén ligadas al eje metropolitano de nuestro país y por ello consideramos importante que se continúen realizando estudios situados lejos de ese centro, con la finalidad de complementar y enriquecer nuestras miradas. La presente revisión quiso enfocar lo que ya se tiene para visibilizar mejor los espacios vacíos de los cuales aún no tenemos conocimiento situado, aquellos que no tienen referentes directos sino más bien inferencias, para impulsar un rastrillaje más detallado dentro de nuestros territorios y comunidades, atendiendo a historias locales y sus respectivas singularidades. Éste es, desde luego, un desafío personal/colectivo que cada investigador/a o institución puede tomar, viendo su entorno directo, en un tiempo en el que al fin valoramos la importancia de lo local y lo inmediato en la construcción de ese todo inmenso que es la vida social de nuestro país y sus flujos correspondientes.

De igual manera, queremos destacar los cambios de paradigma dentro del abordaje de lo campesino, quienes por sí mismos nos dan un pantallazo de cómo éste era concebido dentro del proyecto estatal. De ahí que también la reconstrucción genealógica del presente estado de arte también nos pueda brindar una mirada integradora. Así, los estudios realizados entre 1970 y 1980 en los valles de Cochabamba (Dandler, 1969;Larson, 2017;Calderón y Dandler, 1984) y la zona andina (Albó et al., 1981) abordaron las transformaciones de las economías rurales, marcadas en ese momento histórico por la Reforma Agraria de 1953 y su acumulación previa, además de la modificación de las formas de trabajo a raíz de la diversificación en los sistemas de tenencia de tierras. Pero también leyeron la movilidad campesina que pobló las ciudades -entre ellas, El Alto- como la expresión de la imposibilidad de vivir en el campo, por cuanto éste representaba una posición inevitable de pobreza. Así, la ciudad de El Alto se constituyó en el espacio para comprender a ese excampesinado que, con todo, mantenía ese componente identitario distintivo y hasta penosamente diferenciador, pues la idea parecía ser la negación del origen. La lectura viene, sin lugar a dudas, dada desde la mirada marxista de la clase y, también, del proyecto de la proletarización inevitable con su respectivo ejército de reserva: la mano de obra barata migrante sin más.

Una segunda generación de lecturas, situadas desde 1990 hasta inicios del 2000, se ubica dentro de los estudios campesinos y la comprensión del campesinado desde las antropologías rurales y, también, el enfoque del campesinado como una identidad distintiva que no solo comprende relaciones de producción, sino también elementos culturales, algunos de ellos folclorizados (Lea Plaza et al., 2003) y otros politizadores (Vacaflores, 2005;Wolf, 1971). Aquí, los estudios siguen centrados en las migraciones, pero hay una apertura crucial y es entender las movilidades campesinas dentro de su temporalidad y espacialidad estratégica. Es así que la identidad campesina se constituye como parte de un horizonte más amplio de interrelaciones y negociaciones no solo sociales, sino también espaciales que, además, empiezan a rastrearse no como dinámicas recientes, sino de una larga tradición de desplazamiento entre diferentes pisos ecológicos para un mayor aprovechamiento de los recursos. En estos estudios (Hinojosa et al., 2000;Cortes, 2004), marcados por la crisis del período neoliberal, la inviabilidad de lo campesino se lee en términos de búsqueda de una cierta sostenibilidad mínima en otros espacios más allá de lo estrictamente agrícola.

Ya pasando a estudios más actuales, situados sobre todo a partir del año 2010 hasta el 2021, y en consonancia con los cambios dentro del horizonte político de posibilidades y disputas, los estudios del campesinado paulatinamente se centran en las estrategias de multilocalidad, multiactividad, doble domicilio, etc., que van reconfigurando las economías campesinas; pero que sobre todo describen cómo éstas se reconfiguran a sí mismas y reconfiguran otros espacios desde una agencia propia. Los trabajos de este período muestran una creciente infraestructura de servicios básicos, carreteras, centros de educación superior y postas de salud en las llamadas áreas rurales y ciudades intermedias, lo que cambia la mirada usual sobre el campo y la ciudad, con las típicas dicotomías de tradicional/moderno; pasado/presente; retraso/progreso. Las transformaciones de las relaciones campo y ciudad demandaron (re)conocer que sectores históricamente subalternos como el campesino pueden establecer acciones que rompen los circuitos de dominación de lo urbano por sobre lo rural. El desplazamiento de las élites vecinales de Chulumani por nuevas élites campesinas y excampesinas (Spedding et al., 2013) nos da una radiografía de esta modificación paulatina de las relaciones de poder en el marco de las relaciones de producción y reproducción de: a) la productividad, b) la identidad social y organizativa del campesinado y c) el imaginario social de lo que es el campo o el área rural. Así, los últimos abordajes de lo campesino se centran precisamente en eso, en desafiar los imaginarios sociales de los cuales la academia también forma parte para conocer y leer los flujos del campesinado contemporáneo dentro de sus propias lógicas y desde su agencia. Esto nos conduce nuevamente a la pregunta desde los márgenes y los sures: ¿Qué está pasando en estos espacios? ¿Qué referentes tenemos para empezar a indagar en ellos? La presente revisión nos muestra que sí, hay referentes, sobre todo desde los centros, unos centros que necesitan también ser enriquecidos desde los bordes, pues el ejercicio es mínimamente bidireccional y, en lo posible, multidireccional y dialogado.

Referencias

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Notas

1 Según la Encuesta de Hogares del año 2021, el 30% de la población boliviana vive en el área rural, siendo Santa Cruz el departamento con mayor índice de urbanización (84%) INE, 2021).

2 Aunque va más allá de ser solamente agricultura y la ganadería, sino que también abarca otras actividades, vinculadas a las lógicas de multiactividad y multiresidencialidad, como se verá más adelante.

3 Autor de una serie de libros, artículos y coordinador de compilaciones, entre ellos, Dandler (1969),Calderón y Dandler (1984),Dandler y Medeiros (1985)y Dandler enHarris, Larson y Tandeter (1987).

4 Ucureña es una población de Cochabamba con un gran peso histórico; ahí se funda el primer sindicato agrario de Bolivia, pero también es el foco de actividad sindical organizada después de la Revolución de 1952; en la localidad de Ucureña, se firma el decreto de Reforma Agraria el 2 de agosto de 1953 Dandler, 1969, pp. 2-3).

5 Algunos autores lo consideran descontrolado o insostenible en los términos del capital porque visibilizaban una creciente reserva laboral proveniente del campo y que no llegaría a integrarse dentro de las inexistentes economías industriales urbanas de nuestras sociedades latinoamericanas Cielo, Gago y Tassi, 2023, pp. 22-23).

6 Por ejemplo, la Asociación de Productores de Hoja de Coca (Adepcoca).

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Declaro no tener ningún tipo de conflicto de interés que haya influido en mi artículo.

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