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Ajayu Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología UCBSP
versión On-line ISSN 2077-2161
Ajayu vol.18 no.2 La Paz ago. 2020
ARTÍCULO
CONDICIONALIDAD E INCONDICIONALIDAD AMOROSA EN LAS RELACIONES PARENTO-FILIALES, EN COMPARACIÓN CON LAS CONYUGALES.
CONDITIONALITY AND LOVING UNCONDITIONALITY IN RELATIONSHIPS PARENT-SUBSIDIARIES, COMPARED TO MARITALS.
CONDICIONALIDADE E INCONDICIONALIDADE AMOROSA NAS RELAÇÕES PAIS-SUBSIDIÁRIAS, EM COMPARAÇÃO COM OS CONJUGAIS
Marcelo R. Ceberio, Romina Daverio, Lucas Labandeira, Laura Alvarez, María Amelia Stagliano, Maria Eugenia Nani, Marcos Diaz Videla
UNIVERSIDAD DE FLORES.
ESCUELA SISTÉMICA ARGENTINA
RESUMEN.
La investigación consiste en demostrar que la incondicionalidad amorosa se establece principalmente en la relación padre/madre e hijo y no en la relación entre cónyuges. Entendiendo como incondicionalidad amorosa, al amor sin límites, un amor en donde no se involucra la duda, en donde la persona puede dar la vida por el otro, y la hipótesis sostiene que esta forma de amor se observa en la relación de los padres y madres con los hijos y es un amor biológico. En contraposición, se encuentra la condicionalidad amorosa, es decir, un amor que como sentimiento se halla sometido a diversas variables, tanto económicas, relacionales, culturales, entre otras, y este es el ejemplo del amor de las relaciones de pareja. Por lo tanto, la investigación también desmitifica la búsqueda de incondicionalidad amorosa entre cónyuges, expresada en el reclamo de seguridad y muestra que la única reacción de amor sublime es la relación parento-filial. Se desarrolla mediante un protocolo que propone un dilema a los entrevistados y que los hace enfrentar con la posibilidad de muerte del ser querido (el riesgo de muerte de un hijo y del cónyuge).
Palabras claves: amor, condicionalidad amorosa, incondicionalidad amorosa, padres, madres, pareja, relación filial, seguridad amorosa.
ABSTRACT.
The research is to demonstrate that unconditional love is mainly established in the father/mother and son relationship and not in the relationship in a couple. Understanding how loving unconditionally, to love without limits, a love where the doubt is not involved, where the person can "give life" on the other, and the hypothesis holds that this form of love is seen in the relationship of parents with children and is a "biological love". In contrast to unconditional love, is the love conditionality, a love as a feeling subjected to different variables, both economic, relational, cultural, among others, and this is the example of the love of couple relationships. Therefore, the research also demystifies the search of unconditional love expressed in the demand of security in the couple and shows that the only reaction of "sublime" love is the paternal / maternal-child relationship. It is developed by a protocol proposing a dilemma to the people which makes them confront the possibility of death of a loved one (the risk of death of a child and partner).
Keywords: conditional love, couple, filial relations, love, parents, security love, unconditional love.
FUNDAMENTOS CONCEPTUALES DEL AMOR Y SU TIPOLOGÍA
Las emociones pueden ser definidas como disposiciones corporales dinámicas, que especifican el dominio de actitudes entre las personas y entre los animales, además de reaccionar a los estímulos del contexto es influenciar sobre éste (Damasio, 1994; Maturana, 1990), por lo tanto, tienen un papel relevante en las relaciones interpersonales tanto en la emisión como en la lectura de estados emocionales regulando la interacción social (Grande-García, 2009). Y las acciones de los demás se comprenden porque en nuestros cerebros cuando las observamos, se produce una activación de representaciones motoras de las mismas acciones, tal como se definen mediante las llamadas neuronas espejo (Gallese, Fadiga, Fogassi y Rizzolatti, 1996; Rizzolatti, Fadiga, Gallese y Fogassi, 1996; Rizzolatti y Sinigaglia, 2006).
Damasio (2005) distingue a las emociones en tres categorías. La primera está constituida por las emociones de fondo, que son explícitas en nuestras conductas: son las emociones básicas o primarias, como ira, asco, sorpresa, miedo, tristeza y felicidad (Darwin, 1965) que tienen un carácter adaptativo, a las que las investigaciones de Ekman y Friesen (1969, 1971, 2003) agregaron el deprecio. No son privativas de la especie humana y son reconocibles en todas las culturas (Otero, 2006). Por último, las emociones sociales, que incluyen simpatía, envidia, celos, resentimiento, admiración, gratitud, indignación, culpa, etc. Son un complejo entramado de respuestas reguladoras. Todos los seres humanos poseemos una forma de emocionar, un estilo personal de expresar las emociones y sentimientos.
Más allá de la gama de emociones básicas, los sentimientos competen a un territorio de mayor complejidad. Mientras que las emociones son llanas y poseen un neto contenido biológico que entrelaza estructuras cerebrales, hormonas y neurotransmisores, en los sentimientos hay variables cognitivas y estructuras de pensamiento, que se elaboran producto de la interacción y el tiempo de relación con el otro.
Entre el repertorio de emociones posibles, Maturana (1984, 1990) considera fundamental la que él denomina emoción del amor. Esta emoción habría sido decisiva en el surgimiento de una característica esencialmente humana: el lenguaje. El amor sería la emoción que especifica un dominio de acciones que nos hacen aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia. Las interacciones basadas en la emoción del amor, amplían la convivencia, las interacciones basadas en la emoción de la agresión destruyen la convivencia porque niegan al otro. La idea de Maturana es que el lenguaje, como dominio de coordinaciones conductuales consensuales, no puede haber surgido en la agresión ni en la competencia, sino en la cooperación.
Las definiciones de amor varían de acuerdo a la disciplina o modelo al que se adhiera, razón por la cual se encuentran teñidas de subjetivismo propio de los términos abstractos y más a los que aluden al territorio de sentimientos y emociones. Muchos han sido y son los autores que han intentado definirlo. Románticos, poetas, científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más disímiles descripciones. Es cierto que, como la mayoría del repertorio de términos abstractos, el amor resulta sumamente difícil de explicar, más aún cuando se apela a recursos racionales o que competen a la lógica. Si a cualquier persona le puede ocasionar dificultades definir un objeto concreto como puede ser una silla o una taza, puesto que es imposible no poner en juego nuestras atribuciones de significado y, por tanto, nuestro modelo de conocimiento, en conceptos abstractos como libertad, esperanza, altruismo, verdad, alegría y hasta el mismo amor -conceptos que son amorfos en estructura y que no poseen un perímetro reconocible donde aferrarse- pueden arrojar las más diversas definiciones (Ceberio, 2005; Spencer Brown, 1973; Watzlawick, 1988; von Glasersfeld, 1994).
El amor es un fenómeno complejo y como tal se construye mediante diferentes relaciones y por ello es diferente en sí mismo en cada categoría de relación donde se desarrolle. El amor de padres a hijos, entre hermanos, nietos y abuelos, entre amigos, de hijos a padres, entre cónyuges, etc. es cualitativamente diferente en cada vínculo.
Pero, sin duda, si algún sesgo nos diferencia con el resto de las especies, es que somos animales amorosos. El amor social es el inherente a la especie humana. Es la emoción que mancomuna la interacción. Si toda conducta es comunicación (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1967), sostenemos que en toda comunicación opera el amor como un motor o motivador comunicacional. Por lo tanto, siempre debe haber una cuota de amorosidad social como vehículo comunicacional. En esta dirección, Humberto Maturana (1990) señala que porque somos seres amorosos que nos preocupa lo que pasa con el otro; es porque la biología del amor y la intimidad constituyen dimensiones relacionales que nos definen como humanos. Somos seres amorosos, hay numerosas pruebas que muestran actos de solidaridad, amor y generosidad, entre niños pequeños y entre primates, principalmente en chimpancés y bonobos (Herreros, 2013; De Waal, 2014) y esto termina de reafirmarse con el hallazgo de las neuronas espejo como génesis de la empatía (Rizolatti, 2005). Este es un amor social, que se diferencia del amor íntimo: tanto el amor conyugal como el amor parental compete a un territorio donde la intensidad y calidad del amor alcanzan su máximo nivel. Compete a una estructura bio-cognitivo-emocional de la que se derivan multiplicidad de juegos relacionales que derivan en sentimientos y que coadyuvan a la producción y mantención de tales juegos como alianzas, coaliciones, rivalidades, celos, envidia, etc.
Tal vez habría que diferenciar el amor social con el amor familiar, ya que este tipo de amor entra dentro de lo social, pero interviene una variable de una importancia no menor: la biología, es decir, la herencia, la genética, aunque también hay factores relacionales y cognitivos que se aúnan y que producen efectos relacionales identificatorios. Estas identificaciones que se establecen a partir del lazo de sangre con cada integrante de la familia en particular, aunque también la identificación se produce en las relaciones: relaciones de pareja, por ejemplo.
Mientras que el amor conyugal, es un amor asociado con los sentimientos. Es un amor complejo que evoluciona o involuciona en el vínculo, que se desenvuelve en el tiempo y en donde se desarrollan diferentes variables de significado entre cónyuges. En este sentido, el amor se diferencia de la pasión, que resulta más biológica, más intempestiva y neuroquímica.
Tras la dificultad de encontrar una definición de amor y no caer en particularidades subjetivistas, tal vez, pueda resultar más sencillo definir pautas de elecciones patológicas, relaciones fallidas y amores dolientes, en cambio de trazar definiciones acerca del amor saludable propiamente dicho. Esta es una manera de establecer parámetros claros para definir el mal amor. O sea, a veces, de cara a la falta de definición de un tema determinado, logra ser explicado por su contrario. Tratar de traducir al amor a significaciones racionales e imponerle, si se quiere, una cuota de lógica, puede sumergirnos en una profunda complicación, puesto que la preocupación por el otro no se funda en la razón sino en el amor y el amor no tiene un fundamento racional (Maturana. 1997)
El amor es un sentimiento que emerge poderoso del sistema límbico. No pasa por el tamiz del hemisferio izquierdo, aunque a veces se intentan evaluar cuáles fueron las características, particularidades o actitudes por la que una persona ha enamorado a otra. Es, entonces, cuando se piensa al amor. Pero se piensa cuando ya se halla instaurado. O cuando se duda. Cuando no se está convencido que el sentimiento hacia el otro es el amor. El partenaire enamorado, siente y convierte en acciones que tratan de ser consecuentes y coherentes con ese sentimiento (Ceberio, 2005).
Un ser humano traduce en gestos, movimientos, acciones, palabras o frases, orales o escritas, en la necesidad de hacer saber al otro, de transmitirle ese afecto profundo. Transmisión que encierra la secreta expectativa de reciprocidad amorosa, de complementariedad relacional que produce en el protagonista el saber que no está solo en el proyecto de la pareja (el amar sin ser amado es una de las causales más frecuentes de la desesperación). Transmisión que busca la creencia de una seguridad. Una utópica seguridad, tanto, que la búsqueda de reaseguramiento amoroso hace que se descuide el presente de amor en pos de reafirmar el futuro hipotecándolo (Ceberio en Eguiluz, 2005)
Cuando dos personas se encuentran y aparece en ellas el deseo amoroso, la comunicación verbal se activa. Las palabras fluyen en armonía. La gestualidad se modifica. La mímica es más sutil y los movimientos se encorvan y enllentecen, y cantidad de detalles posturales y gestuales que retroalimentan la interacción (Ekman, 1999, 2003; Matsumoto, 1993).
Neurobiológicamente, cuando en dos personas se despierta el deseo amoroso, hay una bioquímica cerebral que se activa. La secreción de adrenalina y feniletilamina aumentan, colocando a la persona en una alerta hipervigilante. Los músculos se tensan y se está pendiente de las actitudes del otro que serán significadas como señales de atracción o aceptación, indiferencia y rechazo. Todas estas son las alertas que acompañan al deseo amoroso. El crecimiento del vínculo, léase el conocimiento del otro en sus valores, gustos, virtudes y defectos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance hacia la conformación de una familia.
El establecimiento de la relación, los partenaires están preocupados por ser correspondidos en el amor, por tanto, hacen cosas que cautivar al otro, son hábiles detectores de cuáles son los detalles que seducen al otro e intentan ponerlos en juego. Es una etapa donde se trabaja para asegurar la relación, más allá de los efluvios químicos e instintuales que acompañan al proceso.
Pero un amor más emparentado con la emocionalidad y con los aspectos neurobiológicos, refiere a la relación de padres hacia hijos: el amor parental. Es un amor que como todo amor no es sencillo en definir y en general se describe por las acciones que se realizan que establecen un barómetro de la intensidad del amor. El amor parental es un amor biológico, propio de la descendencia de la especie. Es el amor oxitocínico protector y cuidador. Es el amor del protector del apego (Bowlby, 1953, 1958, 1960, 1969; Ainsworth, Blehar, Waters & Wall, 1978) El amor natural que se desarrolla desde el nacimiento entre los padres y el hijo.
El artículo La naturaleza del vínculo de los niños con su madre (1958) fue el primer artículo en el que Bolwby introdujo los conceptos precursores de la teoría de apego. El segundo fue La naturaleza del Amor, de Harry Harlow que se basa en experimentos que mostraban las crías de monos Rhesus pareciendo formar un vínculo emocional con madres adoptivas (Bowlby, 1958, Harlow. 1958)[]. El núcleo duro de la teoría del apego consiste en entender que un ser humano desde su nacimiento necesita desarrollar una relación con al menos un cuidador principal con la finalidad que su desarrollo social y emocional se produzca con normalidad. Quiere decir que el establecimiento de este primer vínculo fundamenta la seguridad del niño pero también signa la futura seguridad del adulto, por lo tanto demarca la dinámica de largo plazo de las relaciones entre los seres humanos. El apego no sólo se desarrolla en los humanos sino también en otros mamíferos e intervienen diversas teorías que abarcan los campos de la psicología evolutiva y la etología. (Bowlby, 1958)
La teoría del apego es una teoría que se centra en la interacción entre, principalmente, madre e hijo, o cualquier mayor colocado en el lugar de protector. No solamente es la necesidad del bebé sino los adultos que se ubican en ese lugar, son adultos sensibles y receptivos a las relaciones sociales y permanecen como cuidadores consistentes por algunos meses durante el período de aproximadamente seis meses a dos años de edad. Cuando el bebé comienza a gatear y caminar, empieza a utilizar las figuras conocidas como una relación de confianza y seguridad. La reacción de los padres lleva al desarrollo de patrones de apego y conducen a la construcción de modelos internos que guiarán las percepciones individuales, emociones y pensamientos del niño (Ceberio, 2012).
Esta perspectiva deja entrever que no es lo mismo el amor relacional desde los padres hacia los hijos, que desde los hijos hacia los padres. La profunda incondicionalidad amorosa se muestra desde la parentalidad. Son los padres que se ofrecen como protectores incondicionales de los hijos y no a la inversa. Es el caso de madres que protegen a sus hijos que han cometido actos aberrantes, delincuenciales o asesinatos, que a pesar de todo se hallan al lado de ellos par y par. Más allá que las funciones se invierten en la vejez de los padres donde los hijos se parentalizan -son padres de sus padres- aunque tampoco es el mismo amor (Ceberio, 2013). Por supuesto que siempre existen excepciones a la regla, y que exceden etiquetamientos del DSMV, observamos padres abandónicos, padres que olvidan y niegan la relación con sus hijos: este es un amor contra natura.
Pero una creencia sostenida en los vínculos amorosos conyugales, es la de la incondicionalidad amorosa que alcanza su síntesis en la frase hasta que la muerte nos separe, con la consecuente jura de fidelidad. Parte de la hipótesis inicial de la presente investigación es que esta creencia forma parte de la mitología relacional de la pareja, pero que por el contrario, el amor de pareja resulta condicional, es decir, se encuentra sometido a multiplicidad de condicionamientos: contextuales, evolutivos, estéticos, económicos, sociales, relacionales, políticos, entre otros.
Una pareja se elige en un determinado período de la vida y luego del paso de los años, ninguno de los partenaires son lo que eran cuando se eligieron. Ni él es el que era, el que eligió a su pareja, y ella ya no es la que eligió a él: ninguno de los dos hoy es para el otro como lo eran en el momento primigenio de la elección. Si una pareja no recontrata y repiensa la relación, el camino del compartir es difícil, porque la evolución individual genera cambios de formas de pensar la vida y esto involucra la pareja. Más allá que nadie ama en totalidad, sino se aman ciertos aspectos del otro que, por valores, predilecciones, gustos, creencias, aspectos estéticos, etc. existe convergencia.
Otra fracción remite a los aspectos que no me enamoran y otros que directamente desenamoran, es decir, le restan territorio al amor. Cabe aclarar que estos aspectos no son negativos o positivos en sí mismos, sino siempre competen a nivel de atribución personal (Ceberio, 2005). No son virtuosos o defectuosos en sí mismos. En cambio, el amor parental es el único sentimiento amoroso incondicional. Es el amor de la entrega sin inhibiciones, es el amor que le da la vida por el hijo.
AMOR INCONDICIONAL/AMOR CONDICIONAL
LA HIPÓTESIS.
La presente investigación se estructura a través de un dilema que intenta diferenciar el amor paterno y materno-filial en comparación con el amor de pareja, en base a tres distinciones: 1) La condicionalidad e incondicionalidad amorosa. 2) La reacción amigdalina y la reacción frontal y prefrontal. 3) La reacción pensada y analítica o la reacción emocional
Frente a una pregunta que juega con la muerte en la elección, se expone al entrevistado a una doble demanda: Si se encuentra el hijo con riesgo de muerte inminente si no se le trasplanta un corazón: ¿se lo donaría o no? En la segunda opción, la misma pregunta se establece, pero en cambio la necesidad de trasplante es hacia la pareja.
En la primera opción se espera la no duda, es decir, una reacción biológica; mientras que en la segunda la reacción en analizada y pensada. Se estima que el vínculo amoroso de padres a hijos despierta en el cerebro respuestas amigdalinas, mientras que los vínculos conyugales activan respuestas racionales (prefrontales y corticales).
La hipótesis que plantea el presente proyecto se sintetiza en: Condicionalidad e incondicionalidad amorosa en el vínculo materno y paterno-filial en comparación con el vínculo conyugal, en hombres y mujeres de 20 a 70 años que habiten en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Gran Buenos Aires.
La investigación intenta demostrar la condicionalidad e incondicionalidad amorosa, entendiendo que el único amor incondicional es el amor de los padres hacia los hijos, mientras que el amor de pareja es un amor sometido a multiplicidad de condicionamientos (sociales, culturales, económicos, ideológicos, estéticos, entre otros) más allá del lazo amoroso. Neurocientíficamente, la respuesta al dilema espera por parte de los padres, una reacción más amigdalina, inmediata, que no involucra razonamientos (frontalizada). En cambio, se espera que la respuesta de los cónyuges sea producto de la reflexión o del pensamiento y el análisis, es decir, una reacción frontalizada y cortical.
MÉTODO.
La investigación se llevó a cabo mediante un estudio descriptivo de poblaciones mediante encuestas con muestras no probabilísticas. Se utilizaron encuestas con el objetivo de describir las variables de estudio (la encuesta como herramienta para la obtención de evidencia empírica) y se trata de un subtipo transversal, ya que la descripción se hace en un único momento temporal (Nuevo, Montorio, Márquez, Izal y Losada, 2004; Pereira y Smith, 2003; Montero y León, 2007). La muestra estuvo constituida por 471 personas entre 20 y 70 años de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Gran Buenos Aires que tienen hijos y pareja estable. El acceso a las muestras es dado por el equipo de investigación, quienes se desempeñan en tales áreas en la Escuela Sistémica Argentina (ESA) y en la Universidad de Flores (UFLO), y presentan acceso a esta población.
La prueba se construyó un instrumento basado en un dilema. Se realizó presentándole al padre o la madre la siguiente situación hipotética: Estás en la sala de espera de un quirófano en el que se encuentra tu hijo/a en cirugía que en ese momento tiene 18 años. El médico cirujano sale del quirófano y te dice: Si a tu hijo inmediatamente no le trasplantamos un corazón no va a sobrevivir, ¿le donas tu corazón, SI o NO?. Y la segunda opción consiste en repetir la misma consigna pero en el quirófano se encuentra tu esposo/esposa. El médico cirujano sale del quirófano y te dice: Si a tu esposo/a no le trasplantamos un corazón, no va a sobrevivir, ¿le donas tu corazón, SI o NO?
En ambas opciones se exploran las emociones: Angustia / Ansiedad / Tristeza / Culpa / Confusión e indecisión / Desesperación / Indiferencia o frialdad / Miedo / Enojo o bronca / Cariño y amor / Otros. Con respecto al estado civil, sobre 471 personas de la muestra, 304 estaban casados (64.5%), 27 divorciados (5.7%), 26 separados (5.5%), 88 concubinos (18.7%) 26 cónyuges (5.5%). La población estuvo compuesta por 134 hombres (28.5%) y 337 mujeres (71.5%). En lo atinente al vínculo parental, se contabilizaron: hijo biológico (425: 90.2%), hijo adoptado (10: 2.1%), hijo de pareja (35: 7.4%) y guarda Legal (1: 0.2%).
RESULTADOS.
Con respecto al amor parental, 430 padres (91.3%) donarían el corazón, con porcentajes que no muestran disparidad significativa de género en la muestra (92.2% hombres, 92.8% mujeres), lo que ratifica nuestro supuesto acerca de la incondicionalidad de amor y también desmitifica la creencia de que la maternidad es más altruista que la paternidad: la investigación mostró que tanto padres como madres son los que dan su vida por los hijos.
El sexo del participante no mostró diferencias de respuesta frente a esta situación (p = .48), así como tampoco estuvo relacionado el estado civil (p = .62), ni con su edad del participante (p = .07), ni la cantidad de hijos (p = .19).
Hubo 41 sujetos (8.7%) cuya respuesta fue negativa, pero que cuando se les repreguntó que fue lo que sintieron de manera inmediata con la pregunta, afirmaron en su mayoría que donaban el corazón. En casi el 100% de esos casos, los padres tenían un promedio de tres hijos, cuestión de que si donaban dejaban en orfandad al resto. Cabe aclarar y, si bien esto se redactará en un artículo en simultáneo de corte neto neurocientífico, la primera reacción afirmativa es amigdalina, el dar la vida por la progenie, pero en un segundo momento se frontaliza, es decir, se piensa y razona acerca de qué le sucederá al resto de hijos y recién allí se negativiza. En este caso, el tiempo de reacción es importante, puesto que la reacción amigdalina es inmediata, pero la reflexión frontalizada demora la reacción.
Lo importante es el registro de que la mayoría de padres hace una entrega incondicional de amor, llevado al extremo por el dilema (la entrega de la vida por el hijo). Tengamos en cuenta que el porcentaje se aumenta si le adicionamos los pacientes que respondieron no pero que en un primer momento sintieron que si.
Otro detalle interesante de la muestra es que hubo 7 hijos adoptivos sobre 471 (1,5%) aproximadamente, de los cuales 6 padres donan su corazón. Pareciera ser que más allá de la parentalidad biológica, el amor incondicional también se extiende a la función parental. Cabría profundizarlo en futuras investigaciones, si es la función biológica o la parental, la que produce la incondicionalidad. No menos llamativo es que sobre el total hubo 32 casos de que los hijos no son propios sino hijos de la pareja y sin embargo 27 cónyuges donaron su corazón a pesar de no ser padres biológicos ni adoptivos. Por lo tanto, el lazo de sangre o el lazo de adopción es poderoso y determinante en el amor parental, y se entiende este amor en padres funcionales y saludables.
En contraste, los resultados ante el dilema que investiga el amor conyugal, sobre una muestra de 471 personas se observó que 205 personas (43.5%) sí donarían el corazón, contra 266 (56.5%) que no lo donarían. Los tiempos de reacción fueron más largos (4 a 10 seg) y no inmediatos amigdalinos, lo que observa el pensamiento y la elucubración, es decir, es una decisión que se piensa y se calcula probabilísticamente tomando en cuenta las opciones y las posibilidades, más allá del sentimiento. También se observa que ocurre la duda y el titubeo, como después detallaremos en las emociones de mayor rango.
Otro detalle es que dentro de las personas que donan el corazón, las personas evidenciaron respuestas estadísticamente significativas en la respuesta a la 2º situación de acuerdo a su sexo (p < .001). Los hombres alcanzan casi un 70% (68%) por sobre las mujeres cuyo porcentaje alcanza a un 35,2%. Son varias las hipótesis que se barajan al respecto y que pueden abrir las puertas de nuevas investigaciones. Una de las posibilidades es que las mujeres dan primacía a la maternidad (hormona oxitocina entre otras) por sobre la conyugalidad (si donan el corazón a su pareja dejarían huérfanos de madre a sus hijos). Y el sentimiento materno es muy intenso, a pesar que los resultados de la donación acercan los mismos porcentajes entre hombres y mujeres, y en cierta manera se derrumba esta hipótesis.
También podríamos inferir que los hombres son más dependientes y aferrados a la conyugalidad que el género femenino; aunque también defienden su clan (efectos de la hormona vasopresina) y en este caso dan la vida por su pareja. La edad de los participantes no se mostró relacionada con la respuesta (p = .55) y la cantidad de hijos mostró una tendencia significativa hacia la respuesta afirmativa en esta situación (p<.05).
En lo que respecta a la comparación de las emociones registradas en cada dilema se observó que en el amor parental, o sea, la incondicionalidad amorosa, la angustia fue la emoción que primó por sobre el resto (213: 45.2%), seguido por el cariño/amor (196: 41.6%), la desesperación (122: 25.9%) y el miedo (117: 24.8%), seguidos por la tristeza y la confusión con porcentajes por debajo del 20%. Estas emociones son reacciones amigdalinas empezando por la tríada angustia/miedo/desesperación y la manifestación del amor, puesto que sin duda es el amor parental el que mueve toda esta tríada. Resultan significativos valores que no llegan al 4% en emociones como la indiferencia y el enojo, emociones extrañas para semejante dilema.
Comparativamente, las emociones y sentimientos registrados en el amor condicional que ocuparon el lugar principal fueron la confusión e indecisión (141: 29.9%) y la angustia (139: 29.5%) lindando con la tristeza (138: 29.3%). Estas emociones signan el camino de la condicionalidad, puesto que la confusión de la elucubración para decidir es una reacción frontalizada y la angustia que se produce se debe más a la duda que a la pérdida como en el amor incondicional. Se demarca una diferencia con la confusión que en el amor parental tuvo un valor por debajo del 20%, es decir, no hay duda, sólo se observó en los casos en donde se debió decidir debido a la cantidad de hijos.
También en porcentaje elevado se halla cariño/amor (114: 24.2%) y el miedo (74: 20.6%), emociones si se quiere lógicas y adaptativas para este dilema. Pero a la vez es significativo que los síntomas de indiferencia (59: 12.5%) y enojo con 49 personas (10.4%) se elevan casi triplicando los valores aparecidos en el primer dilema. Llama la atención la diferencia de estos valores con el amor parental, puesto que, si bien oscilan en un 10% de la muestra, tanto el sentimiento de indiferencia como el de enojo, enfundan la angustia y son defensivos, aunque también son sentimientos que en el amor parental son contra natura, es muy difícil ser indiferente frente a la muerte de un hijo.
CONCLUSIONES.
De acuerdo con el análisis de resultados, la investigación confirma la hipótesis a priori de donde se partió: desmitifica la creencia de que el amor de pareja es incondicional o, más precisamente, entender que la búsqueda en el partenaire, de seguridad amorosa mediante la incondicionalidad es una falacia. De esta manera, se desestructura el precepto Hasta que la muerte nos separe, como representación icónica de la incondicionalidad de amor de pareja.
Por contraposición, se confirma que el único amor incondicional es el amor parental, tanto materno como paterno filial. Siempre teniendo en cuenta a familias funcionales y de parentalidad saludable: no hay duda sobre el amor hacia los hijos. El lazo de sangre o el lazo de adopción es poderoso y determinante en el amor parental. El amor no se piensa se siente: se piensa frente a la duda de desproteger al resto de hijos (como en el caso de familias con tres o mas hijos, donar el corazón implica dejar huérfanos al resto). En este sentido, la investigación mostró que el amor incondicional hacia los hijos, excede el lazo biológico, es la función parental lo determinante: tanto padres y madres adoptivos de la muestra entregaron sin dudas su vida por amor, inclusive los que no entran en ninguna de estas dos categorías, por ejemplo, las personas que donaron su corazón por los hijos de su pareja.
Por otra parte, se observó que tanto padres como madres son los que dan su vida por los hijos, de alguna manera desestructura el supuesto que los padres son las periféricos relacionalmente, mientras que las madres son las grandes protagonistas en la incondicionalidad de amor. La investigación observó que ambos progenitores muestran ese compromiso de incondicionalidad. Las reacciones de inmediatez amigdalina en contra de las cavilaciones frontales se observaron en ambos géneros, y determinaron parte de las diferencias entre el amor incondicionalidad e incondicional. La duda y el repensar acompañaron la respuesta conyugal, mientras que la inmediatez, a la respuesta parental. Notablemente, la inmediatez varió en el porcentaje de padres y madres con familia numerosa que no daban su corazón. Ahí se introdujo la duda, como señalamos anteriormente (por dejar huérfanos al resto de hijos), aunque estos progenitores respondieron no frente a la primera sensación que fue si (al ser encuestados a posteriori).
En la exploración del amor conyugal, se observaron reacciones ante la posibilidad de muerte del cónyuge, pensadas y analizadas, lo que muestra la diferencia entre lo condicional e incondicional. Hacer un cálculo y análisis de posibilidades no muestra la entrega absoluta como en el amor parental. El amor de pareja es condicional, porque se encuentra sometido a múltiples condiciones (económicas, sociales, ideológicas, de creencias, etc.). Paradojalmente, las parejas buscan la seguridad relacional de la incondicionalidad amorosa. Más aún, se busca la incondicionalidad con incondicionalidad creando relaciones alienantes, dependientes y aglutinadas vista como un trastorno de alienación conyugal (Ceberio, 2015).
En el amor conyugal, coexistieron en las reacciones el pensamiento y la reflexión acerca de entregar la vida por el partenaire, puesto que es un amor que se elige, no hay parentalidad ni por lazo de sangre, ni vínculo parental. En cónyuges funcionales y saludables puede o no haber duda sobre entregar la vida hacia el partenaire, y puede donarse el corazón (cómo de hecho las parejas lo han donado) pero es una reacción pensada, incomparable con la reacción automática del amor parental.
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Recibido: 23/06/2020
Aprobado: 15/07/2020