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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.17 La Paz ago. 2005

 

 

 

La división del continente europeo y la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo occidental

 

 

Dr. Wolfgang Benz

 

 


Como se sabe ya ampliamente, la Segunda Guerra Mundial fue decidida a favor de los aliados gracias a los recursos humanos de la Unión Soviética y la supremacía material y técnica de los Estados Unidos. Si bien la tenacidad y la capacidad de aguante de Gran Bretaña fueron ciertamente admirables, pues la isla británica era en 1940 y 1941 la única región europea no sometida por la Alemania nacionalsocialista, ya antes de la entrada oficial a la guerra de los Estados Unidos Washington había apoyado a los británicos.

El ingreso oficial a la guerra por parte de los Estados Unidos, en diciembre de 1941, fue el antecedente fundamental del nuevo orden mundial que hoy es realidad. Eso por supuesto no fue evidente en ese momento y por un buen tiempo. Así como en 1917, con la entrada de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial y la Revolución en Rusia, esta segunda intervención norteamericana en un escenario de guerra europeo supuso la toma de decisiones políticas de dimensión mundial, tales como el acuerdo de préstamos y arriendo convenido con la Unión Soviética, que posibilitó a Stalin hacer los esfuerzos necesarios para armar a su país, y la ayuda militar y logística de los Estados Unidos a Francia, que posibilitó al general de Gaulle entrar victorioso a París en 1944. Lo mismo cabe decir de Gran Bretaña, que sacó nuevas fuerzas de la alianza con Norteamérica.

El objetivo conjunto de esta coalición, el derrocamiento de la alianza fascista conformada por Alemania, Italia y Japón, había permitido superar las diferencias que existían entre la Norteamérica capitalista y el Este comunista dirigido por la Unión Soviética. Pero esto fue así mientras no se había derrotado totalmente a Hitler, porque las diferencias se mostraron prontamente en cuanto la perspectiva del triunfo fue segura. Esto ocurrió ya a principios de 1945, en la reunión de Yalta, cuando los tres líderes aliados, Stalin, Roosevelt y Churchill, hablaron sobre las esferas de influencia que deberían primar en Europa, en especial sobre la ocupación de Alemania una vez que Hitler se rindiera.

Y esas diferencias se hicieron realidad crudamente luego de la capitulación de Alemania, en mayo de 1945, cuando los Estados Unidos cortaron sin más los suministros de préstamos y arriendos a la Unión Soviética. Esto provocó la desconfianza de Stalin, que se hizo visible cuando las tres potencias vencedoras volvieron a encontrarse en julio y agosto de 1945 en Potsdam, para preparar el nuevo orden que debería regir en Europa. Mucho más si se recuerda que durante esta conferencia se produjo el estallido de la primera bomba atómica en Japón, lo cual fue claramente entendido como una demostración de la supremacía norteamericana.

En la conferencia de Potsdam se decidió en primer lugar el trato que se daría a Alemania como potencia derrotada, en especial en relación a los temas de las reparaciones, la mecánica de la administración conjunta y el gobierno alemán. Y las discrepancias se hicieron visibles en el tema de las reparaciones. Mientras Stalin demandaba una suma fija de reparación para las cuatro potencias vencedoras (Estados Unidos, Unión Soviética, Francia y Gran Bretaña), la mitad de la cual debía ser destinada a su país mediante productos industriales y fuerza de trabajo, la posición norteamericana consistió en ayudar primero a la reconstrucción de Alemania para luego pedir cuentas materiales. Pero es necesario decir que esta propuesta no fue fruto de un repentino amor de Estados Unidos hacia los alemanes, sino de la experiencia sufrida con las reparaciones infligidas a Alemania después de la Primera Guerra Mundial, las mismas que de hecho habían sido pagadas por el contribuyente norteamericano, debido a que Alemania cayó en aquella época en una profunda crisis económica.

Finalmente se decidió que las cuatro potencias ocupantes se repartieran Alemania por zonas. La URSS procedió entonces a saquear su zona de ocupación, la misma que más tarde sería la RDA (República Democrática Alemana). Algo parecido hizo Francia en la suya. Estados Unidos se puso de acuerdo con Gran Bretaña para fusionar las regiones que ocupaban con el propósito de formar una unidad económica. Esta forma disímil de actuar con el derrotado distanció aún más a las dos principales potencias vencedoras.

En Potsdam, además, se conformó un Consejo de los Ministros del Exterior de los cuatro países, encargado de preparar los tratados de paz que debería firmar Alemania. Pero aquí nuevamente se tropezó con el creciente desacuerdo que se daba entre la URSS y los Estados Unidos, pues en las varias reuniones realizadas, en París, Moscú, Londres y Nueva York, no se consiguió avanzar efectivamente. La ultima de esta reuniones, realizada en Londres en diciembre de 1947, permitió comprobar que la otrora coalición de las potencias vencedoras había pasado a ser ahora una convivencia obligatoria de un grupo de países confrontados en todos los niveles. Otro aspecto que confirmó lo que se acaba de plantear fue el Consejo de Control Interaliado, que funcionaba en Berlín y estaba conformado por los cuatro comandantes de las Fuerzas Armadas de los países vencedores de la guerra, con el propósito de gobernar a la Alemania ocupada, pues también aquí las potencias se bloqueaban permanentemente entre sí.

Agravaba la situación el hecho de que los Estados Unidos se habían impuesto una nueva misión: reducir el potencial peligro que significaban los movimientos comunistas (que, como en la guerra civil de Grecia, intentaban llegar al poder) por medio de la ayuda material proporcionada por el Plan Marshall, "inmunizándolas" del comunismo. De esta manera se materializaba en 1948 la doctrina Truman, por medio de la cual, un año antes, los Estados Unidos habían declarado su voluntad de ayudar a los pueblos libres a mantener su independencia nacional, en respuesta a la estrategia de expansión que había seguido Stalin en el transcurso y sobre todo al final de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, Stalin, a principios de 1945, había hecho clara su filosofía de "Realpolitik", señalando que esta guerra no era como las del pasado, pues quien ocupaba un territorio también imponía su propio sistema social, que cada potencia introducía su propio sistema en la medida en que su ejército avanzaba. El dirigente soviético pensaba que esto no podía ser de otra manera.

De este modo, allá donde sus tropas se habían posesionado (Alemania del Este, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y parte del este de Austria), la Unión Soviética pretendió introducir, a través de los respectivos partidos comunistas locales, el sistema de sociedad soviético. Ya a principios de 1946 Churchill había hecho notar esta nueva situación, en el famoso discurso que pronunciara entonces, señalando que se estaba bajando sobre el continente europeo una cortina de hierro, detrás de la cual quedaban los antiguos Estados de la Europa central y del este, no solamente expuestos de una u otra manera a la influencia soviética, sino también sometidos, en cada vez mayor medida, al control de Moscú.

Por supuesto que los Estados Unidos estaban convencidos de que su sistema de valores, la democracia parlamentaria, los derechos individuales de libertad y la economía capitalista constituían el mejor sistema. Una prueba que se aducía para argumentar esto era la supremacía técnica y militar indiscutible que habían demostrado al final de la guerra, pues, en efecto, los Estados Unidos habían financiado la mayor parte de los esfuerzos bélicos de los aliados. Pero más que ese hecho, los políticos norteamericanos de la posguerra sentían la necesidad de implantar en el mundo su sistema como un destino manifiesto, especialmente debido a la posición intransigente de Stalin.

Fue el Embajador de los Estados Unidos en Moscú, George Kennan, quien tempranamente llegó a la conclusión de que la política de expansión soviética sería ejecutada tenazmente en la posguerra, lo cual haría imposible cualquier trabajo conjunto en Alemania. En efecto, los norteamericanos experimentaron esto a diario en los años de posguerra, cuando los representantes soviéticos bloqueaban las decisiones necesarias en el Consejo de Control Interaliado. De tal manera que para Kennan fue claro que la esperanza de gobernar a los alemanes con los rusos era una utopía, y que lo era también pensar que un buen día tanto rusos como norteamericanos se retirarían de Alemania de una manera cortés. Kennan pensaba que no había otra elección que llevar a la parte occidental de Alemania a una forma de independencia satisfactoria y segura, de tal modo que el Este no la pudiera poner en peligro.

De esta manera, la división de Alemania, de Europa y del mundo era ya realidad en la conferencia de Potsdam, en 1945, aunque sólo se plasmara definitivamente tres años más tarde. En la parte occidental del mundo esta acción se vio como reacción defensiva contra la ambición del poder soviético, mientras Moscú explicó la división como acto agresivo de los Estados Unidos. Es decir que ambas potencias se acusaron mutuamente de imperialismo.

El proceso mismo de la división de Alemania es fácil de reconstruir. Al principio fue la reacción de los Estados Unidos a la actitud rusa, que bloqueaba toda propuesta de solución a la ocupación del país. De manera que, luego del fracaso de la Conferencia de los Ministros del Exterior en Londres, en diciembre de 1947, los Estados Unidos propiciaron la creación de un Estado alemán del oeste en el territorio ocupado por los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Este último país tuvo que ser convencido de esta necesidad con alguna presión.

Pero la explicación de esta decisión tiene que ver con el hecho de que los Estados Unidos asumieron en este tiempo el rol de potencia protectora del mundo occidental, y cimentaron este derecho y obligación cumpliendo las expectativas que se tenían de ellos tanto en la crisis de Berlín de 1948-1949 como, un poco después, en 1950, en la guerra de Corea. De manera que cuando el ejército norteamericano comenzó a construir en Europa occidental puntos de apoyo y a estacionar su tropas, esto no fue visto como una usurpación, sino como un acto de protección del poder soviético. Lo prueba el hecho de que fuera considerado como algo natural que los Estados Unidos pidieran beneficios como retribución a la protección que brindaban. En la nueva República Federal Alemana, por ejemplo, se retribuía de buen grado la acción norteamericana, porque se consideraba que la integración con Occidente, encabezado por los Estados Unidos, significaría la recuperación de prestigio y soberanía. Pero con ello, por otro lado, la parte oriental de Alemania fue prácticamente lanzada a los brazos de Moscú. En los hechos, la fundación de Alemania oriental fue un reflejo de la de Alemania Occidental, aunque tanto el Occidente como el Oriente se culparon de la misma manera de la división.

De esta manera se sentaron las bases de la división del continente. Y ésta se caracterizó básicamente porque, en la Europa destruida, desolada y empobrecida de la posguerra, los soldados y los políticos de los Estados Unidos personificaban el bienestar material, el optimismo y la posibilidad de la reconstrucción, en tanto que las promesas de la URSS estaban ligadas a carencia de libertad, represión y miseria material. De manera que, si bien el anticomunismo y el terror al estalinismo fueron ampliamente difundidos, no fueron sólo una creación propagandística sino que se apoyaron en hechos.

Así, la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo occidental se afianzó todavía más en los siguientes años. En la misma medida en que las potencias europeas, la Francia restaurada con mucho esfuerzo y la cada vez más económicamente inestable Gran Bretaña, perdían importancia política internacional, los Estados Unidos ganaban en dominio. Eso también se expresó en la cultura y la forma de vida, con el mensaje de la libertad y el american way of life, que se difundieron victoriosamente y a los que no pudieron resistir los que se oponían. Como contrapunto al mensaje soviético de salvación y justicia social a largo plazo, los Estados Unidos prometían libertad y comodidad en el presente, lo cual para la mayoría era mucho más atractivo.

A partir de ahí, la confrontación con la Unión Soviética determinó el escenario político mundial hasta el derrumbamiento de ésta. La Guerra Fría empezó en Europa y dividió el continente, pero también se apoderó de Asia y de África, así como de Latinoamérica. Esto se demostró dramáticamente en la crisis de los misiles en Cuba. Los Estados Unidos se pusieron en camino para convertirse en la potencia hegemónica occidental y luego mundial. Pues mientras existió la URSS y la división de Europa fue una realidad, la rivalidad con la URSS se tradujo en un equilibrio del poder, pero el desmoronamiento del sistema soviético dejó a los Estados Unidos como único poder hegemónico. El mayor atractivo de una pax americana frente a una pax soviética se confirmó totalmente.

Finalmente, un comentario sobre las consecuencias de cuarenta años de división en Europa. Las innumerables negociaciones llevadas a cabo para cambiar este estado de cosas no habían logrado nada. Mientras que una reconstrucción sacrificada intentó poco a poco superar las consecuencias materiales del desmoronamiento de 1945, la división se consolidó como una herida abierta, y su símbolo más inhumano fue el muro de Berlín que, desde 1961, dividió la entonces capital de Alemania.

Hoy en día se ha destruido ese muro. Los pueblos de Europa del Este han retomado el destino de sus naciones en sus propias manos, algo que les fuera arrebatado por el régimen comunista, y con ello se han abierto un nuevo futuro. Este nuevo camino no será fácil, pero no cabe duda que tiene perspectivas positivas, y éstas se manifiestan en su inclinación hacia una Europa democrática y libre.

En la Europa de 1945 -sea en el lado de los vencedores o en el de los vencidos- se había perdido algo más que una guerra. A medida que las diferencias del este con el Oeste se hacían más marcadas, el viejo continente perdía su identidad espiritual y cultural, y con ello también su identidad política. Así, Europa se convirtió en la primera víctima de la Guerra Fría y en cierto sentido también fue la última.

Mientras en los países de la parte occidental del continente donde los regímenes autoritarios habían pervivido -Portugal, España, Grecia y Turquía- se daba paso a la democracia, en Europa central y oriental, pese a los intentos de reforma, el sistema comunista se mantuvo en el poder hasta 1989. La confrontación entre ambos sistemas se moderó en cierta medida adoptando la fórmula del vecino del frente o, en la terminología soviética, la "coexistencia", pero la división sobrevivió. En esencia, ésta se reducía al carácter irreconciliable del concepto de la libertad del hombre en y frente al Estado y sus representantes.

Pese a la gravedad de la diferencia, sin embargo, y quizá justamente por ello, los cincuenta años de historia europea de postguerra estuvieron libres de guerras o conflictos mayores. Se puede discutir sobre el precio que se tuvo que pagar por ello, pues seguramente fue alto, pero en cualquier caso fue bastante más bajo que aquél que hubiera demandado una guerra, y más aún si ésta se hubiera llevado a cabo con armamento nuclear.

En la historia europea, estar medio siglo sin guerra es una excepción. Por eso la posguerra, si bien al principio no fue una época especialmente feliz, se vivió como un gran logro. Pero la tranquilidad alcanzada todavía no era una paz en el verdadero sentido de la palabra, en especial en el plano del derecho internacional. Sobre todo porque no se dio un tratado central de paz con y sobre Alemania. Al parecer los hombres y los Estados a nivel mundial habían olvidado el arte de establecer convenios de paz. De manera que en Europa todos se acomodaron a las condiciones dadas. Por ello, muchas cosas quedaron sin resolverse, sin decirse o sin cumplirse. Se dejó de buscar el orden pacífico europeo en el que habían soñado algunos durante la guerra y en los primeros años de la posguerra.

La asunción del statu quo y las condiciones dadas en términos de poder y de toma de partido, tanto en uno como en otro lado de la línea divisoria, fue más fuerte que todos los esfuerzos e intentos de cambio. La situación quedó como se la había instaurado al final de la guerra y poco después de ella. La división de Europa se convirtió en el punto de orientación y eje para el diálogo entre el Este y el Oeste, tanto en las negociaciones sobre comercio como en seguridad y desarme, y en muchos otros temas. El fin de la ocupación de Austria, sellado por el contrato estatal de 1955 y la recuperación de la independencia de este país, asegurada por la neutralidad, probablemente sea la excepción más importante de esta situación. Y en los casos en que se consiguió flexibilizar la separación y producir acercamientos -me estoy refiriendo a los dos Estados alemanes- esto sólo consiguió suavizar lo artificial y doloroso de la división, pero de ninguna manera eliminarla.

Lo que resulta injusto de todo esto es la carga desigual que tuvieron que asumir los Estados europeos. Mientras algunos, los de Europa occidental, pudieron desarrollarse prácticamente sin perturbaciones, sin pérdida de la libertad interna y externa, las cosas para Alemania y Europa del Este se dieron de manera diferente, mucho más difícil.

Alemania perdió su unidad (entonces se pensaba que por tiempo indefinido) y los países del Este europeo, el derecho a la autodeterminación. Austria perdió su zona de retaguardia política y económica en Europa central y Finlandia tuvo que aprender a conducirse políticamente bajo la observación del vecino poderoso de la Unión Soviética. Y si bien no faltaron los intentos de cuestionar la aparente irreversibilidad de esta situación y de sus desventajas (empezando por los disturbios de los trabajadores en Berlín del Este en 1953, pasando por las crisis de otoño en Polonia y Hungría en 1956 y la "Primavera de Praga" en 1968, y terminando en el movimiento "Solidaridad" en Polonia, al principio de los años ochenta) ninguno de ellos contribuyó a un aflojamiento sino más bien a un endurecimiento de las fronteras, tanto internamente, dentro de los países mismos, como en las relaciones entre Europa oriental y Europa occidental.

 

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