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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.25 La Paz nov. 2010

 

 

 

Una lectura provisoria sobre el lector brumoso Alonso Quijote

 

A provisional reading Alonso Quijote, the hazy reader

 

 

Cristian Vera Ossina*

* Universidad Católica Boliviana San Pablo, tianblov@gmail.com

 

 


Resumen:

A partir de un forma de lectura ensayística, el autor propone distinguir en Don Quijote de la Mancha una propuesta subterránea de subversión de la lectura tradicional de la literatura, postulando el inicio con esta obra de una escritura “ilegible”, es decir, destinada a no ser leída, por oposición a la línea hermenéutica,que insiste en el descubrimiento de sentidos plenos en el texto literario. Sugiere además que esta inesperada revolución de la lectura que presenta el Quijote encuentra una línea de continuidad en proyectos literarios posteriores, como los de Sterne, Mallarmé y Lacan.

Palabras clave: Escritura, sentido, lectura, hermenéutica, Don Quijote de la Mancha.


Abstract:

From an essay reading standing point, the author proposes here to uncover in Don Quijote de la Mancha an underlying plan that challenges the traditional way of reading literature, suggesting that this masterpiece is the beginning of an “illegible” writing. Writing that is not intended to be read as hermeneutics insists: trying to unveil full senses in the literary text. Instead the unexpected revolution the Quijote presents in the rhetoric of reading is set in a line of continuity with subsequent literary projects such as Sterne’s, Mallarmé’s and Lacan’s.

Keywords: Rethoric of reading, writing, hermeneutics, Don Quijote de la Mancha.


 

Texto quiere decir Tejido, pero si hasta aquí se ha tomado este tejido como un producto, un velo detrás del cual se encuentra más o menos oculto el sentido (la verdad), nosotros acentuamos ahora la idea generativa de que el texto se hace, se trabaja a través de un entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido -esa textura- el sujeto se deshace en él como una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela.

Roland Barthes, Lección inaugural Comienza el delirio interpretativo cuando al hombre, inadvertido, lo sorprende un miedo repentino en la selva de los símbolos.

André Breton, El amor loco

(...) no es una hermenéutica: pinta en vez de excavar (...)

Roland Barthes, Lección inaugural

Advertencia:

Este texto no teme a la ambigüedad espectral de los molinos, ni a la implacable monstruosidad de los gigantes. Tampoco subestima las potencialidades de su objeto. Por el contrario, se hunde sin certeza alguna en él. En este acto el texto es un modesto tejido de hebras sueltas, desmesuradas, confusas, provisorias. Hebras que intentan perseguir las huellas de lo poético. Hebras que en su soltura enredan los mecanismos, los supuestos “atributos” enunciativos del académico, del crítico que redacta el texto; y al hacerlo extravía al autor en los poderes vertiginosos de la palabra. El texto, entonces, intenta registrar la bruma del delirio interpretativo del lector Alonso, sin más herramienta que la propia ficción...

La quijotesca empresa de Alonso Quijano desordena la prolija estantería que impone el orden monolítico de la lectura y en este vertiginoso afán el aséptico ejercicio lector se enreda en una intrincada maraña laberíntica, que lo subsume a la lógica voraz del pantano en la que no hay piso teórico que soporte sus manías, sus prácticas, sus poses, sus caprichos e incluso mida la profundidad de sus abismos. En esta segunda oración valga enunciarlo y subrayarlo: se trata de una empresa difícil de asir por la versatilidad y transparencia de sus engranajes y piezas que forman parte de esa gran maquinaria que se alimenta en el leer y que fluye por las coordenadas de lo poético y del delirio. La corajuda lectura de Alonso Quijano, arbitraria, se derrite -como se derriten los sesos de Alonso travestido en Quijote- y de ella fluye su caliente magma que viaja por las débiles costuras de una vieja armadura oxidada, tal cual resbalan las poéticas letras en los arriesgados caligramas de Apollinaire, tal cual se chorrean los relojes pintados por Dalí que extrañamente proyectan la hora ausente de los sueños perpetuos; así las leves partículas lectoras del hidalgo lector Alonso se desvanecen irresponsables, invadiendo como moscas aladas el decadente macrocosmos del estrecho canon, literalmente lo infectan. Canon de múltiples brazos que en cada texto impone la bruma de lo que se debe leer y lo que no; ese que pedazo a pedazo desentraña sin deseo al cuerpo rugoso e infinito de la ficción. Alonso, enjuto lector de nadas, al leer la ociosa inutilidad de la ficción,multiplica los ecos vacíos que se esconden detrás de todo proyecto de lectura.En otras palabras, instaura un quiebre en las imposiciones del canon. El hidalgo lector Quijano, al leer, ficcionaliza el deseo voraz por desentrañar el tuétano irreductible de la ficción. Y en este afán insinúa perverso que, al leer ficción desde la irrupción quijotesca, se suspenden los vicios explicativos -en otros términos: los vicios explicativos caen en las voraces arenas movedizas del pantano;también se suspende a todos aquellos entramados expositivos que Quijano trastoca en complejos escenarios para construir la parodia del desciframiento.La obsesión absorbente de la exégesis, esa suma milimétrica de valores que se acopian en las insípidas lecturas con la empresa de Alonso se embarrancan al precipicio donde caen los escombros del edificio del erudismo. Y es que el manchego Alonso es el arrojado lector que con el instrumental poco afilado de la lecto-locura aborda la temida operación de leer con todo el espesor y los contornos de su magullado cuerpo acompañado de sus menudencias. éste es el resquicio que configura su empresa: leer desde la flaqueza del cuerpo viejo,con los infinitos ramajes que ofrecen sus nervaduras y la espigadura de sus extremidades. Quijano, como un confuso héroe trágico, sobreviviente manchego de la épica lectora medieval, asume que su gesta frente al texto consiste en encarar las múltiples dimensiones del temible fantasma del sentido, junto con sus sombras, que se apropian de aquello que lo tenue esconde detrás de las bambalinas de la ficción. Así, el “positivo” hábito humanista del leer, instrumento para cultivar y reproducir las ficciones políticas de las élites, hace un crack en los circuitos lectores del frágil lector Alonso; en quien la lectura visibiliza las costuras de un rostro que lo dibuja más perverso, más confuso, más poético,más grotesco; rostro carcomido por ese esquivo bicho de la ambigüedad que se incuba en la versatilidad de la ficción y se fermenta en los prodigios siempre impalpables que, a su vez, se refugian en los costados porosos del sentido. El atrevido acto quijotesco de leer avienta a Alonso a los meandros más confusos, allí donde las aguas revoltosas de las palabras confunden el devenir opaco del río libresco, y como un inmenso aluvión embisten a los letrados muros donde se capturan los núcleos que incentivan el trazado ilusorio de las verdades. Lahazaña lectora de Alonso Quijano deja de ser una herramienta manipulable,aplicable a otros horizontes, a otros textos; al contrario, adquiere los vestigios y formas que queda de una anárquica masa diluible. Su lectura -si es que así se puede nombrar a su inútil hazaña quijotesca- se transforma en un molde contradictorio, ensimismado, solipsista, especular e infinito, desde el cual se configura un complejo tejido de insinuaciones de lectoras. Molde que desde el capricho lee sombra donde el sentido impone leer el rigor de la luz. Molde que, inmerso en la cápsula del delirio, lee ficción donde el sentido impone leer el peso autoritario de lo real. Molde que bajo la oxidada armadura lee la sinuosidad de La Mancha, donde el sentido impone leer el realismo académico de la referencia histórica que se circunscribe en La Mancha. Molde que a través del Aleph quijotesco lee en la ficción el refilón pluridimensional de lo siniestro donde el sentido impone leer la descripción lineal de las buenas costumbres de la historia. Pero, ya es tiempo de pasar a otro párrafo. Saltemos a él...

Parcialmente en este pantanoso e infinito ámbito ficcional, todas las estructuras de lectura -aun las más complejas- se hunden en las arenas movedizas de lo quijotesco, incluso aquellas ilusorias certezas elementales que impulsan al manchego lector a entrelazar la incertidumbre que se incuba en las letras (en el reverso de las palabras, en el envolvente tejido textual que cubre la lectura ficcional); pausadamente son devoradas por las arenas movedizas de la ficción, que se tragan enormes trozos de su empresa. Las dentelladas son tan explícitas que es posible observar las cicatrices del proyecto lector de Alonso en su magullado y golpeado cuerpo. Quijano es un lector que difumina, evapora y fractura esa manía de excavar profundos pozos en los textos para extraer e industrializar el sentido. Y es que las arenas movedizas desestabilizan las raíces de las estructuras que se afanan en diseccionar las fauces intrincadas de la ficción quijotesca, que no hacen otra cosa que enmohecer los engranajes fundamentales del leer. El insomne lector Quijano -crónico lector- mastica letras, devora párrafos, carcome libros, disecciona personajes, deambula en laberintos ficcionales, con su disfraz de “viejo, seco, enjuto” trastoca el núcleo del ejercicio de la lectura. Y aquí detengo rápidamente la expansión del párrafo, pensando sobre todo en la salud visual del lector y no solamente en un asunto estructural-argumentativo.

Alonso, astillero, adarga, aldea, abismo, son cinco palabras móviles sobre las que gravita el inicio de esta empresa lectora. Estas palabras sostienen el temido remolino ficcional que arrasa y amputa a todo el humus textual y transforma a la ficción en un extenso palimpsesto donde se traspapelan los escombros del sentido. Humus con el cual -según la doctrina de la academia- se nutren las necesidades primordiales de los lectores, especialistas, semiólogos, eruditos,filólogos, hermeneutas y otras versiones y especies que devienen de la institucionalización lectora. La empresa del lector Alonso no hace más que montar en escena -sobre los escombros del sentido, sobre este transitado palimpsesto- un extenso entremés que satiriza las mecánicas con las que científicos de la lectura, eruditos de la historia de la ficción, críticos agudos y filósofos que ven más allá de las aguas turbias, descifran códigos, despejan accidentes y nebulosas para revelar la esencia, apartando los velos de la apariencia para descubrir aquello que se denomina como la verdad. La lectura de Alonso instaura la polémica antiesencialista de la ficción, como una ligera y compleja parodia de la metáfora de la profundidad, de la noción de que hay significados profundos ocultos para el vulgo, significados que sólo pueden conocer los bastante afortunados como para descifrar un código muy difícil. La lectura de Alonso es producto exclusivo del atributo del asombro. Una extraña virtud que la recoge de los escombros del erudismo con los alicates y las tenazas que proporciona el sentido del humor y de la tragedia. Es una lectura que instaura abismos insondables en su ilegibilidad, que perfora la virtud intrínseca de destilar sentidos del supuesto tuétano de la máquina de los textos. La de Alonso es una lectura que galopa por la periferia de la experimentación, a tal punto que su acción se transforma en un acto silencioso: un arte tenue, invisible, inaudible, intraducible. Irreverencia que su cuerpo pagará con la muerte, la extinción del cuerpo.Sin embargo, su lectura no parará de galopar y de enloquecer los circuitos que limitan el perímetro de acción semántica de la máquina textual. Pero, iré explorando más capas de esta cebolla nombrada como lectura quijotesca. Al hacerlo intento dejar de lado el miedo a la redundancia y escapo del rigor y de la precisión de la novedad argumentativa.

Alonso, los ratos que estaba ocioso (que era la mayor parte del tiempo), se entrega a habitar el ámbito lineal que surcan los relatos de caballería (¿qué nebulosa oscurece el sentido común de su lectura?). Se empapa de sus desvaríos, de los mecanismos que instaura su ingenua fantasía, de toda esa pátina resbalosa que bordea y se cultiva en la lecto-locura. Alonso traga el polvo añejo que duerme en la superficie de las hojas, de la tinta.También absorbe esos pulgones líricos que se comen enormes fragmentos de las páginas. Palpa incluso la curvatura de la caligrafía de los textos y cree. Instaura su fe literaria. Alonso saborea ese juguito que chorrea de las palabras.

Alonso danza sobre el caliente magma, acción que trasciende los estrechos límites medievales e instaura en occidente la apertura de múltiples resquicios para transitar hacia los pantanosos laberintos del sentido por los senderos que ofrece la locura. Como muestra de esta empresa, ya en los textos busca desentrañar las íntimas “entrincadas razones” que le abundan, que se envuelven como una maraña de intestinos inasibles, que le alimentan y que, a su vez,le agotan y le despiertan subrepticias intenciones lectoras que le impulsan a habitar la ciénaga del delirio. El ingenioso lector Quijano, compulsivamente,levanta la cabeza del texto, y es en esta mecánica que bulle el núcleo viscoso de su lectura. Alonso, en el instante que separa la cabeza del texto, escucha los ecos de la ficción y regresa a él cargado de insumos que detonan zonas textuales, transformando las palabras en dinamitas poéticas. Abandona el texto donde se cifran las vicisitudes de su inagotable deseo de leer, y vuelve a él para transformarlo, para trastocarlo, y sobre esos cimientos construye la más arriesgada empresa de lectura. Empresa que no teme al fracaso. En este espacio el leer se traduce en una empresa excéntrica. Valga introducir en esta ficcionalización argumentativa sin rumbo la incertidumbre de una duda: ¿Qué tipo de operaciones, de cirugías, de estrategias, de sistemas algebraicos, se deben “aplicar” a la lectura del lector Alonso para proyectar una trama, una narrativa científica que traduzca el valor literario en una plataforma eficiente para erigir otra lectura? ¿Este texto tendrá un lector que hilvane su sentido o será que se trata de una sangría textual por la que fluye la sangre inevitable del sentido?

Detrás de la trama de este obsesivo lector -precisamente en el obturado ámbito de sus sombras- se encuentra cifrada y ficcionalizada la mecánica que constituye el tuétano equívoco y esquivo de la literatura: el sentido. Bajo el orden de esta salvaje obsesión se teje una matriz desde las entrañas mismas del delirio y sobre ella es que se han montado todos los mecanismos del leer. Leer no es más que esa fría costumbre por saciar esa obsesión de negociar con la arbitrariedad de asignar sentido en medio de la tupida selva de los símbolos. Mecanismo que ostenta la ruptura infranqueable entre las palabras y las cosas,fractura insuperable entre las intenciones del autor y las del texto, asfixiante quiebre entre los deseos arbitrarios e interesados del lector y la bruma poética dibujada en los textos. Y es que el sentido irrumpe en la lectura de la ficción quijotesca como lo sobrenatural irrumpe en la monotonía de lo prosaico y lo pervierte todo, lo enmohece todo, lo envuelve todo, lo traspasa todo. El sentido despliega su melosidad. Melosidad que tiñe de un profundo azul metileno la superficie reticulada del texto, esbozando la poética de lo inútil. No hay palabra, no hay coma, no hay párrafo, ni intención quijotesca que se libere del corrosivo ácido del sentido. La porosidad del sentido lo subsume todo a los rigores y a los garabatos de su agresivo mandato.

Sin embargo, en el ejercicio delirante de Alonso el gobierno del sentido palpa su impotencia. Su lectura es una batalla en contra de la implacable colonización del sentido. Contra la vastedad de su imperio... Y lucha con los instrumentos que proporciona el desvarío, tomando las rutas imperfectas del extravío. Son las herramientas de la ficción que encierran al sentido en un extraño cerco,en el centro del laboratorio de la biblioteca de Quijano. Por tanto, la ficción quijotesca escenifica los movimientos del sentido, los replica, juega con sus máscaras, transita en sus mecanismos, en sus fugas, pulveriza su extraño fundamentalismo, lo encierra en una probeta y lo expande en el yermo de La Mancha. En el centro de esta mecánica lectora el sentido se transforma en una pastilla irreductible,en un fantasma que lo envuelve todo con las mañas de su égida sombra. Alonso Quijano no sabe qué hacer con él, sobre todo con su ubicuidad; entonces, literalmente pierde el juicio en la insaciable búsqueda del sentido, como metodología, como pretexto para escudarse en su asfixiante aporía. Sentido fantasmal (casi transparente) que reproduce sus más profundos miedos,de formas invisibles y espejadas. Para Quijano la sinuosidad del sentido es un inmenso puzzle incompleto, por el que transita en medio de la somnolencia lectora intentando completarlo, ficha a ficha, y en ese absurdo redibujar las anacrónicas matrices de la narrativa caballeresca (tarea imposible, le dicen las voces que infectan su contexto de verdad: tanto el Cura, como el Barbero, además del Bachiller Sansón, más los Canónigos y un largo etcétera de sujetos abruman la empresa).

Pero, en esta faena por completar el mosaico, el rompecabezas, el sentido indócil -como no podía ser de otra manera- complota en la exigua obsesión deQuijano. El rompecabezas se transforma, entonces, en un laberinto de zonas inaccesibles que al abordarlas desciende a la maquinaria que motiva a la lectolocura. Aquella donde la arbitrariedad secuestra desde las raíces al sentido común. Y es en ese sin sentido que el corajudo Alonso lee... El sentido es a la ficción quijotesca, como la palabra picante a la poesía, como el círculo al cerco,como la bruma a lo tenue, como Sancho a don Quijote, como el rucio a Rocinante, como Cervantes al canon. Sin miedo a la redundancia y a la expansión,valga anotar las siguientes ideas: el sentido antes de que surja la ficción y sobre todo antes de la irrupción lectora de Alonso era una suma de metáforas que configuran el muro de la verdad mediante los mecanismos institucionales del saber. La práctica lectora del ingenioso lector fractura el sentido, le extrae el estigma de sustancia, de títere pasa a ser titiritero. La ficción quijotesca escenifica ese procedimiento con los condimentos de la parodia, de la ironía, del humor,del surrealismo. Con este proceder el sentido como un ratón inefable transita en medio del libro -tanto en los que lee Alonso como el que leemos nosotros sus quijotescos lectores-, también se moviliza por el suelo y el entretecho de la venta, en los bordes de los laberínticos caminos de La Mancha. Hasta se podría decir que Alonso teje y articula los trastos de armadura que pesados marcan el transcurso de la ficción con el único fin de protegerse de la radiación inmisericorde del sentido.

Del mismo modo que un día Gregorio Samsa despertó transformado en un repugnante bicho, el lector Alonso despierta trastocado por el bicho de la lectura, de la ficción; ensortijado en su magma, dibujado con las manchas de la locura. Bicho que lo infecta del delirio procaz y del desvarío poético. En medio de este aquelarre el ingenioso hidalgo Alonso arbitrariamente ha decidido renacer bajo la anacrónica estructura de un obsoleto héroe de ficción. Y éste es el primer paso para ejercer su arriesgada empresa. Literalmente deviene otro. Se reinventa desde las nervaduras del lector, como en un proceso larvario en el que la oruga se transparenta oscura en el halado transitar de una taparako forrado con fragmentos de lata que provienen de las sombras de un antiguo paladín. El lector Alonso desea cambiar de piel y nacer a mitad de un nuevo y excéntrico camino, in medias res... Se reconstituye transformándose en un caballero andante, al que bautiza con el nombre que corresponde a la insignificante pieza que protege la rodilla de los armados caballeros: el quijote.Subsumido en los rasgos de la locura de su proyecto, al mismo tiempo que se enriquece desata toda posibilidad de cordura, se nombra entonces como don Quijote de la Mancha. Alonso Quijote rescata su mal compuesta celada de la gélida galería de los héroes de caballería. Alonso don Quijote es una réplica exacta e imprecisa a la vez, un destartalado doble del modelo del caballero andante, sometido en perfecta cirugía a la matriz que reproduce el molde, a imagen y semejanza, representación esperpéntica conforme a los designios de la ficción caballeresca. Alonso Quijote se encuentra en plena metamorfosis de modesto lector aldeano a ingenuo defensor armado de las causas justas. Don Quijote se halla entrampado en medio de una red de peligrosas líneas de fuga que le bifurcan el deseo en múltiples posibilidades de tránsito. Alonso Quijote observa el horizonte manchego, ya sea deseando el pasado, cediendo al goce de vivir plenamente la literatura, la supuesta edad clásica-dorada-añeja, por ello es que se desea bajo el manto del bien, y ostenta un deseo de justicia. Esto en la superficie de la empresa. Y aquí es importante rescatar un detalle: tanto la novela como su personaje padecen la enfermedad letrada. Síntomas evidentes en su andar libresco. Desde el delirio que proviene de esa patología reconstruye el mundo a través de los trazos de lecturas acumuladas, que sustituyen los entramados de lo real por las referencias que circulan al interior del mundo de las letras; justamente entiende que lo real es una ausencia, un vacío, casi un eco impalpable. En este acto el homem de lettres se enferma de una fiebre exhaustiva de citas, se hunde en un juego de referencias, sustituye la fantasmagoría del mundo por una compleja capa de capas de narrativas que se acumulan y aglomeran una sobre otra, para luego mezclar esas narrativas compulsivas en la paradójica y contradictoria empresa que encara Alonso Quijote, quien transita sobre un tendal de puntos suspensivos que permiten visualizar los alcances de una crisis que se va instaurando en cada uno de sus pasos. Transita con el fin de arrojarse a los laberintos de La Mancha. La metamorfosis de Quijano en Quijote es el reverso de la empresa de Descartes: el sujeto dibuja lo real a partir de sus complejas e invisibles categorías, de sus caprichos, de sus manías,reglas subordinadas a los guiños de la literatura, de la ficción, de lo poético, del delirio...

En la empresa del neurótico lector Alonso se articula una suma heterogénea de tipologías lectoras; afanes lectores que superponen un complejo ajtapi de saberes. Saberes donde operan el fetichista, el obsesivo, el paranoico, el histérico. Atributos y manías lectoras que enredan las hebras con las que se tejen las virtudes ociosas e inútiles del leer; actitud irreverente en un contexto político que ya tramaba la expulsión de los moros, de los judíos y que perseguía a todos aquellos que complotaban con el fundamentalismo religioso. En ese ámbito, el lector Alonso Quijote, transeúnte de La Mancha, dibuja en los cimientos del saber occidental las estructuras que desempeñan simultáneamente una apariencia de verosimilitud y una incertidumbre de verdad. La herramienta fundamental de esta aventura es la paradoja. Sin embargo, se trata de una paradoja que se incuba en el afán lector de Alonso Quijote y que apunta a ejercer una lectura a partir del no leer (no es casual que su trascendental acompañante de aventura sea un no lector, el gran Sancho, el lúcido iletrado que arrastra con humor e ingenio el peso absurdo de las sombras del inservible y anacrónico caballero).Alonso Quijote lee bajo las aguas alborotadas y brumosas de un conjunto de ausencias, de vacíos, de hiatos, de negaciones, de quiebres, de nubarrones. En este accionar la tesitura de su ejercicio lector se transforma en un complejo hacer que niega la lectura y compromete incluso al autor que escribe... A continuación una modesta vuelta de tuerca hará que la trama argumentativa trastoque las rutas de esta ficción interpretativa que necesariamente tomará otra senda. Una senda que se caracteriza por el laberinto que ofrece el No.

1. Génesis del No

Luego de leer (¿?) la aventura lectora del lector Alonso Quijote, ¿se puede seguir buscando el sentido o el significado de un texto? ¿No es acaso su peripecia lectora la ficción que desahucia la remota posibilidad de recuperar el fantasmal sentido de la obra? ¿No es acaso el Quijote la ficción que escenifica la construcción de una lectura a destiempo: anacrónica, excéntrica, peligrosa? ¿Cómo se escribe una sistemática lectura que no lea? ¿En qué piensa una lectura quijotesca que se propone no leer? ¿Qué sentidos fluyen en una no lectura? ¿Cómo leer desde el no? ¿Qué clase de hermenéutica, de mecánica lectora se despliega en una no lectura? ¿Qué hace el lector cuando la escritura no se deja leer?

En el capítulo uno de la primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha surgen datos que construyen esta compleja peripecia alrededor del no. De entrada sabemos que el lector Alonso, por “el poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.Alonso era un adicto lector del famoso Feliciano de Silva y de sus “entrincadas razones”. Su obsesión llegó a tal que “(...) el pobre caballero [perdía] el juicio,y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello”. [Cap I-I] Otro de los vicios lectores del obsesivo Alonso refiere a su pasión excesiva por leer la extraña obra de Jerónimo Fernández. Obra en la que el autor termina pidiendo a su lector que encuentre unos manuscritos en griego perdidos por el gigante Fristón. En otras palabras, la escritura de Fernández apela al lector a concluir la intriga. Detalle que despierta la incómoda obsesión de Alonso por desentrañar el centro de la fábula: “Pero, con todo, alaba en su autor [se refiere a la obra de Jerónimo Fernández] acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete”. [Cap. I-I] Por un lado, entonces,se tiene el afán de Alonso por desentrañar el sentido de la obra de Feliciano de Silva (mediante una maniática mecánica lectora); por otro, la obra de Fernández reclama del lector Alonso despertar su potencialidad de escritura y de fabulador. La lectura y la escritura se interceptan, como en un pálido eclipse.¿Cómo responde a estos dos afanes el lector Alonso? Desde el no. He aquí la aparición de una nueva especie de lector, destinado a sembrar pánico y terror por toda la literatura occidental. Nos referimos al lector que no lee, acompañado de su cómplice: el escritor que no se deja leer. Contra una opinión muy difundida que establece que la lectura es una relación -casi natural- entre un lector y un escritor, la aventura de Alonso se niega empecinadamente a que haya relación entre el escribir y el leer. E instaura ese quiebre, ese orificio por el cual se desangra la equilibrada armonía literaria. El pacto entre lector y autor se fractura a tal punto que arroja a Alonso a salir de este embrollo por la puerta ficcional de la locura...

“En efeto, rematado ya su juicio, -dice el narrador- vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”. [Cap. I-I] Alonso no desmenuzará hasta la última partícula el sentido que proviene de las novelas que lee, tampoco escribirá la continuación de las historias caballerescas que con tanta pasión y fe aborda. Asume una sutil negación y deviene en la más loca empresa de la no lectura: armarse caballero andante para irse por el mundo entre sus oxidadas armas, en una época donde los caballeros eran un objeto de lustre en los museos. Abandona el arma de doble filo de las letras y opta por la excentricidad tóxica e inútil que impulsa a perseguir la fugacidad del sentido. Transforma su lectura en un vertiginoso y fisurado hacer. El Ingenioso Hidalgo Alonso ni lee, ni escribe, simplemente atraviesa la vastedad de la Mancha adherido a su particular empresa del no.Postula un modelo de la no lectura y pulveriza la idea de un autor que se comunica mediante su escritura. La escritura, o es un imposible o es una trama que especula con lo inacabado... Al escenificar lo leído, al “ejercitarse” en todo aquello que Alonso Quijote había leído que los caballeros andantes se “ejercitaban”,no interpreta, no desentraña el sentido, sino que opta por habitar el sinsentido de su lectura. Y desde esta fisura lee erróneamente, tergiversadamente, brumosamente, configurando el caótico mundo que de forma compulsiva rodea a Alonso y que al mismo tiempo lo acosa y lo agota en su vértigo. En sí la propia novela encara el conflicto de leer la fisura y con ella afronta la encrucijada de los sentidos encontrados, perdidos, invisibles; sentidos inexistentes, parciales y provisorios. La novela escenifica la apariencia de heterogéneas interpretaciones motivadas por la negativa del leer. A cada paso que da el inocente lector en la enormidad de la obra se encuentra con guiños que exponen la peripecia quijotesca que opta por el irreverente no; frente a una numerosa hueste de inquisidores que quieren trasladar a Alonso Quijote al platónico mundo lineal de la razón, tanto el Cura como el Barbero, además del Bachiller Sansón, más los Canónigos, se entretienen en el intento de traer de la periferia del sinsentido y del delirio interpretativo a las cabales coordenadas del monolito institucional que captura en probetas el sentido para administrarlo con fines políticos, religiosos, en sí para manipular los costados exiguos del poder.

A diferencia del hermetismo y de la ilegibilidad, no es la dificultad o la imposibilidad de descifrar un escrito lo que determina la empresa de Alonso, sino que se trata de un corte, de una ruptura configuradora. El que enfrenta Alonso no es un texto oscuro o indescifrable sino un texto que exhibe burlonamente un autor sin lector y un lector sin autor. Semejante idea echa por tierra una de las evidencias mayores de la literatura. Esto es: que los lectores leen aquello que los autores escriben. O lo que es lo mismo: que la lectura es un acto sometido a la escritura. La ficción quijotesca es el macedoniano encuentro entre un lector que no lee con un autor que no escribe.

 

2. Contagioso No

En 1759, año de la publicación de los dos primeros volúmenes de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, surge uno de los primeros contagios de la quijotesca no lectura y de la escritura que no se lee. En el capítulo vigésimo del primer volumen, podemos leer:

- ¿Cómo ha podido usted, señora, ser tan displicente al leer el capítulo anterior? En él indicaba yo que mi madre no era papista.

- ¿Papista? Usted no decía tal cosa.

- Señora, con su permiso voy a repetirlo de nuevo: en otras palabras y por deducción directa, le indicaba semejante hecho.

- Entonces, señor mío, debo de haber saltado una página.

- No, señora, no se ha perdido usted ni una palabra.

- Entonces, estaba dormida.

- No, señora, mi orgullo me impide aceptar semejante supuesto.

- Pues confieso que no entiendo nada de nada.

- Esto es, señora, lo que le reprocho. Como castigo le impongo que vuelva la página hacia atrás en cuanto haya usted terminando de leer este párrafoy lea usted por completo el capítulo anterior.

He aquí la reaparición de ese lector que nace en las disquisiciones intrincadas del lector Alonso. Ese lector que incendia la armonía de la literatura occidental. Nos referimos nuevamente al lector que no lee, acompañado de su cómplice: el escritor que no se deja leer.

Para frenar los estragos que podía provocar semejante sofisma, el siglo XIX inventó a Schleiermacher, y Schleiermacher volvió a descubrir la hermenéutica, un antídoto contra este tipo de veneno inventado por la extravagancia del lector Alonso.

Muchos dejaron escapar un largo suspiro, creyendo que la literatura, o mejor dicho, una de sus mayores instituciones, que es la interpretación, había quedado a salvo. Pero se equivocaron.

Saltó Baudelaire, picado por el bicho de lo quijotesco, afirmando: “El mundo solo se mueve por el malentendido universal, por el malentendido todo el mundo se pone de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mundo se comprendería, no podría entenderse jamás”.

Y es Mallarmé quien saborea el quiebre instaurado por Alonso Quijote: “Impersonificado, el libro, del mismo modo que uno se separa como autor, no exige cercanía del lector”.

Para silenciar de una vez para siempre estos cantos de sirena que nacen en el Quijote, el siglo XX inyectó un nuevo antídoto. En realidad, se trataba de la hermenéutica decimonónica, pero con una nueva fórmula, adaptada a los tiempos modernos y con un nuevo nombre: “teoría de la recepción”. La teoría de la recepción intentó convencer que entre el autor y el lector hay un nudo que garantiza la circulación de los mensajes. A este nudo Wolfang Iser le llama interacción; Robert, Jauss, lógica de la pregunta y la respuesta; Umberto Eco, cooperación; Stanley Fish, comunidad interpretativa.

Pero no pudieron apagar la gasolina incendiaria de Alonso Quijote. Gasolina que llega hasta Lacan, quien escribe: “El escrito es, en mi opinión, algo hecho para no ser leído”.

Y es Macedonio Fernández quien lleva hasta límites insospechados la empresa de la no lectura de Alonso y de la no escritura; dice: “Escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leído tanto”.

¿Acaso no es con Macedonio Fernández que este círculo excéntrico de la lectura de Alonso Quijote se avienta sobre su propio orificio?

 

Referencias bibliográficas

  1. Barthes, Roland. 1996. El placer del texto. México: Siglo XXI.
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  3. Deleuze, Gilles. 1996. Crítica y clínica. Barcelona: Anagrama.
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  5. Negri, Toni. 2000. Arte y multitud. Madrid: Editorial Trotta.
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