En el pequeño pueblo yungueño de Pacallo, la vida de los habitantes se centra en gran medida en torno al río Huarinilla. En toda esta región, el río no solo sirve como un indicador de las estaciones y de lo que sucede dentro y fuera de la cuenca, sino también como un reflejo de la salud ambiental de la región. Este aspecto es bien conocido por los habitantes, quienes han observado cómo la vida de su río se ha ido desvaneciendo en los últimos años.
El río se encuentra embarbecido luego de una fuerte lluvia en la parte alta de la cuenca.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
La cuenca del río Huarinilla se encuentra al oeste del municipio de Coroico, y abarca el 70% del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (PN- AMNI) Cotapata, ocupando una superficie de 489 km2. Se extiende desde cumbres a 5.200 msnm hasta bosques montanos húmedos de Yungas a 1.100 msnm. El río Huarinilla es parte de la cuenca andina del río Beni y pertenece a la macro-cuenca del río Amazonas. Nace de la unión de los ríos Chucura y Tiquimani en El Choro, sobre el camino incaico del mismo nombre. A lo largo de sus 27.3 km, el río Huarinilla es alimentado por varios afluentes, y tras unirse con el río Yolosa conforma el célebre río Coroico. A lo largo del río se encuentran una treintena de comunidades, con alrededor de 2.119 habitantes, además de una proporción significativa de población itinerante anual.
Ambas montañas están marcadas por el acelerado retroceso de sus glaciares.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
Durante varios años, el río Huarinilla ha experimentado transformaciones que han afectado la vida de animales, plantas y personas. La construcción de la carretera Cotapata-Santa Bárbara fue uno de los eventos trascendentales que alteró la identidad y dinámica del río. Esta carretera, que fue la primera en el país en tener un estudio de impacto ambiental, dividió el PN-ANMI Cotapata en dos y significó la remoción de más de 9.310 millones de m3 de escombros, que fueron depositados en diferentes ríos, incluyendo el Huarinilla (Molina y Yucra, 2001). Esto significó una desestabilización importante del río, produciendo elevaciones del lecho, estancamientos y formación de nuevos cauces, desbordes e inundaciones, y una transformación del ecosistema acuático en general; convirtiéndose en un gigantesco pasivo ambiental en la región (Sernap, 2005;Molina y Yucra, 2001).
La presencia de escombros por la construcción de la carretera Cotapata-Santa Bárbara es aún notoria.
Entre 1995 y 1999, solo en el río Huarinilla se lanzaron 391 millones de toneladas de escombros, excediendo en un 25% la capacidad de transporte del río. El río Yolosa presenta claras señales de una importante afectación producto de las actividades mineras río arriba.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
A los efectos de la carretera se añaden otras presiones que transformaron al río, así como a sus habitantes humanos y no humanos; dentro de las cuales sobresale la minería. Tanto el PN-ANMI Cotapata como el propio río Huarinilla poseen una larga historia de extracción minera (WCS, 2020;Ortuño y Flores, 2023). Como resultado de esta actividad, se evidencia una concentración significativa de mercurio en los ríos Chairo y Huarinilla (Quiroga y Bourgoin, 1997). Los peces son particularmente vulnerables a esta contaminación. Un estudio de 2003 ya alertaba del riesgo de variación poblacional y la posible desaparición de las ocho especies identificadas en la cuenca debido a la presión ambiental, la contaminación minera y las perturbaciones causadas por la carretera (Miranda-Chumacero, 2006).
Actualmente existen dieciocho operaciones mineras dentro del PN-ANMI Cotapata y nueve minas en toda la cuenca del río Huarinilla, además de los pasivos y depósitos mineros.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
Últimamente, la fiebre del oro tomó un nuevo impulso en la región. Esta situación ha generado una fuerte presión para explotar oro en todas las comunidades asentadas sobre el río, ocasionando una importante tensión en el entretejido social, derivando incluso en niveles violentos de conflictividad.
La minería aurífera genera profundos conflictos en las comunidades del lugar.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
La carretera Cotapata-Santa Bárbara intensificó, asimismo, la creación de asentamientos humanos (Sernap, 2005). El crecimiento poblacional resultante ha ejercido una mayor presión sobre el río, especialmente en cuanto a la gestión de residuos sólidos y aguas residuales, así como sobre el bosque circundante, que abastece al río con sus vertientes. Entre 2000 y 2017 se deforestaron 720 hectáreas en el PN-ANMI Cotapata, principalmente en la parte media y baja de la cuenca del Huarinilla (MMAyA, 2023). Además, la presión para ampliar la frontera agrícola con monocultivos de coca es intensa en la región. Según el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, las hectáreas de cultivos de coca en el PN-ANMI Cotapata se han duplicado entre 2016 y 2021.
En 2021 se registraron 78 hectáreas de cultivos de coca en el PN-ANMI Cotapata, un aumento del 100% en relación a las 39 hectáreas cultivadas en 2016.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
El derecho a la vida del río
La situación del río Huarinilla en el PN-ANMI Cotapata no es un caso aislado, sino que se repite con frecuencia en diversas cuencas y áreas protegidas del país (Villalobos, 2022). Esto se debe a que la instrumentalización, la explotación, la contaminación y la destrucción de los ecosistemas son inherentes al modelo extractivista en el que se basan nuestros paradigmas económicos y sociales actuales (Fundación Solón, 2021). Esto a pesar de que Bolivia fue pionera en reconocer que la naturaleza, al igual que los humanos, tienen derechos fundamentales que deben ser garantizados.
El avistamiento de aves, peces y mamíferos en la región es cada vez más reducido, debido a las transformaciones que sufre el río.
Fuente: Guillermo Villalobos M.
La condición actual del río refleja un continuo y deliberado atropello hacia los derechos de la naturaleza, impidiendo que los humanos puedan alcanzar un buen vivir en armonía con la Madre Tierra. Pero también constituye una total negación a la expectativa de los peces, las aves, las plantas, los humanos y el propio río, de poder seguir existiendo. Es decir, un ecocidio.
La continua vulneración de los derechos del río Huarinilla también conlleva la pérdida de la identidad bioregional del lugar (Crespo y Crespo, 2020). Esta identidad se entiende como la construcción de un vínculo cultural y social en torno al río, al bosque, a los animales y al paisaje yungueño. Sin embargo, esta pérdida no se limita al río Huarinilla, sino que también afecta a las personas, plantas y animales aguas abajo. Y es que, desde la perspectiva de la naturaleza, el agua, los bosques, los animales, los humanos, las montañas y los ríos son una misma comunidad entretejida e interdependiente, y lo que afecta a uno repercute en todos.