1. Introducción
El presente artículo tiene como fin el de viabilizar el análisis de la forma en que los paradigmas pueden impactar en grandes masas poblacionales y grandes lapsos de tiempo, estructurando la forma en que las personas aprenden y, por tanto, organizan y distribuyen el poder; para alcanzar este fin se apeló al método de investigación bibliográfica que parte de la definición del fenómeno, la búsqueda de información y la organización de la misma, contribuyendo a la exploración de la producción de la comunidad académica interesada en el fenómeno en cuestión(Gomez-Luna, 2014).
El término paradigma se ha constituido en un concepto movilizador para todas las personas que buscan manifestar una idea, un pensamiento, un modelo que, por su lógica o por su uso, se considera una guía para la interpretación de diversas realidades. Este término es usado en diferentes contextos, tanto académicos como cotidianos, formando parte de las teorías, de las corrientes de pensamiento y de los enfoques, en el caso de los primeros, y, formando parte de las normas sociales y culturales, en el caso de los segundos.
Rastreando el origen del término paradigma se encuentra como fuente principal a Thomas Kuhn, quien reconoce en el mismo a las teorías o maneras científicas de comprender el mundo, manifestando que éstas deben ser lo suficientemente consistentes para mantener una comunidad científica unida y lo suficientemente ampliables como para permitir que ésta se redefina, sirviendo para que los científicos se unan en busca de metas similares, sigan reglas similares, tengan prácticas similares, a la par de posibilidades de apertura(Kuhn, 1982).
En el mundo académico, se comprende que un paradigma científico representa un modelo para entender la realidad, por ello, cuando se adopta un paradigma se está adoptando también reglas y normas, implícitas o explícitas, acerca de la manera en que se debe comprender un hecho cualquiera y por lo tanto de la manera en que se debe actuar frente al mismo (Marín-Ardila, 2007). Por ello, cuando una comunidad científica adopta un paradigma asume las normas metodológicas que permiten, evaluar, seleccionar y criticar un hecho concreto, y se vuelve conservadora de las mismas, pues éstas dan consistencia a todo el quehacer de sus miembros.
Por otro lado, cabe resaltar que los paradigmas no sólo forman parte de la academia, sino que están presentes en el cotidiano de las personas, siendo transmitidos de generación en generación, de grupo a grupo, de persona a persona, a manera de mandatos sobre lo que es bueno o lo que es malo para el comportamiento de las personas cuando van a actuar frente a un hecho cualquiera. Por ello, aunque sin la rigurosidad metodológica propia de la academia, cuando una comunidad adopta un paradigma lo asume como verdadero y lo transmite a manera de normas sociales y culturales consideradas valiosas, por dar consistencia a todo el quehacer de sus integrantes (Plancarte, 2015). Entonces, vale la pena resaltar que si bien, el término paradigma se ha asumido como parte del léxico académico, no refleja una realidad exclusivamente científica, en tanto todas las sociedades desarrollan formas populares de interpretar la realidad, que se van reconociendo como verdades o líneas lógicas que establecen el vínculo con el raciocinio.
La diferencia entre las personas que asumen paradigmas académicos y aquellas que asumen paradigmas cotidianos radica en que las primeras adoptan un conjunto de presupuestos que les sirve para explicar los fenómenos a partir de acontecimientos elementales, encuadrados dentro de criterios de medición que garanticen la objetividad científica, dejando de lado cualquier elemento subjetivo; mientras que las segundas, asumen el conjunto de presupuestos que les son transmitidos desde su entorno social a través de la familia, del círculo de pares y de otras instituciones que les brindan pautas sobre lo que se debe considerar verdadero, sobre lo que se entiende como bueno o malo, o, sobre el sentido común que debe guiar sus acciones y sus prácticas.
Los paradigmas, entonces, dan consistencia e identidad al ser mismo de las comunidades académicas o sociales, así como a sus integrantes, y por ello se sostienen y conservan en espacios y tiempos prolongados; sin embargo, hoy sabemos que todo sistema, desde las células hasta el cosmos, se encuentra en constante movimiento y cambio (Combe, 2018), por tanto, sobre todo en los sistemas humanos, es preciso comprender, asumir o aceptar que permanentemente estarán emergiendo nuevos paradigmas, poniendose en auge y decayendo, y que, si no existe la necesaria flexibilidad paradigmática se corre el riesgo de caer en parálisis paradigmática, es decir que el paradigma se haya asumido de tal forma que no permita evaluar, seleccionar, criticar y aceptar la existencia de otras formas de percibir la realidad, es decir, la negación del proceso de cambio de todo lo que existe en el mundo.
Al respecto, Barker plantea que cuando se genera una parálisis se trata del efecto paradigma, que hace que se produzca una fuerte oposición entre aquella comunidad que sostiene teorías, reglas y prácticas, resultantes de toda una historia conjunta, y aquella que está proponiendo nuevas formas de comprender la realidad o de resolver aquellos problemas que los paradigmas anteriores no lograron resolver (Barker, 2000). En todo caso, un nuevo paradigma cobrará fuerza en la medida en que sus argumentos sean suficientemente consistentes para mantener una comunidad unida y que sean suficientemente ampliables para permitir que cualquier comunidad se redefina.
Todo cambio paradigmático, supone la presencia de anomalías, que hacen evidente la necesidad de analizar los supuestos que hasta ese momento estaban sosteniendo el paradigma existente. Cuando esto sucede, se desata un estado de tensión en la lucha por el poder, que impulsa la búsqueda de respuestas que generan la construcción de nuevas formas de entender la realidad, revisando y cambiando los supuestos que constituyen un paradigma, y desarrollando nuevas opciones a las preguntas que se quedaron sin respuestas, que incorporen los supuestos válidos del antiguo paradigma o que los niegue totalmente.
A lo largo de la historia de la humanidad, las comunidades, desde la academia o desde el cotidiano, han sido partícipes de emergencias, auges o decadencias paradigmáticas. Así, un paradigma emerge cuando un grupo de personas plantea una forma innovadora de interpretar la realidad y brinda respuestas que el anterior paradigma ya no lograba satisfacer; se sitúa en auge cuando grandes grupos poblacionales aceptan y asumen el planteamiento como verdad y van actuando en consecuencia; decae cuando el planteamiento deja de brindar respuestas y se torna inconsistente, dando lugar a brechas que propician, con intención o sin ella, la emergencia de nuevos paradigmas. Este cambio será permanente en y para la existencia humana.
Los nuevos paradigmas emergen desde pensadores divergentes, que al no encontrar respuestas a sus necesidades o al cuestionar la forma en que el paradigma existente responde a las mismas, plantean nuevos caminos, que en muchos casos se revelan u oponen a los anteriores. Claro está que estas reflexiones parten de una persona, cuyo planteamiento se expande hacia grupos pequeños que al compartir la misma forma de interpretar la realidad difunden los mensajes propios a dicha planteamiento buscando impactar en grupos cada vez más grandes. Estos pequeños grupos son reconocidos, en la actualidad, como minorías creativas, grupos de personas que generan rupturas paradigmáticas impactando el quehacer social, impulsando cambios cognitivos, afectivos, comportamentales, o valóricos, así como de normas y reglas que regulan el relacionamiento cotidiano (Hernández, 2017).
Cuando los paradigmas emergentes se popularizan, se masifican y se impregnan en la cotidianeidad de las comunidades y son asumidos como verdades, se ponen en auge, sosteniéndose mientras sus propuestas o respuestas satisfagan a las comunidades o las mantenga en equilibrio relacional; éstos decaerán, cuando se generen anomalías, ausencia de respuestas o insatisfacción, hecho que viabilizará la emergencia de nuevos paradigmas, y, por consiguiente, crisis.
Las crisis, son manifestaciones de cambio, crecimiento y desarrollo, sin embargo, cuando se trata de cambios paradigmáticos en la humanidad, éstos suponen luchas sociales, en tanto existe una ruptura con el conjunto de disposiciones socialmente adquiridas que mueven a los individuos a vivir de manera similar a la de otros miembros de su grupo social (Bourdieu, 1997); por ello, las crisis duelen, incomodan o molestan, pues implica redistribución del poder o lucha por el mismo, que se manifiesta en enfrentamientos de dos o más bandos, en la defensa de los privilegios de quienes se beneficiaban del paradigma vigente, o en el acceso a los privilegios, de quienes proponen el nuevo paradigma.
2. Desarrollo
A principio del presente siglo, en la Universidad San Francisco de Asís se presentó la obra denominada Desarrollo Social (Stover, 2000) como parte de la formación transversal de sus estudiantes, causando curiosidad y escepticismo, para luego generar adhesión en espacios académicos por la novedad de sus planteamientos en relación a las emergencias, auges y decadencias paradigmáticas que marcaron la historia de la humanidad y, por consiguiente, las relaciones de sus integrantes.
La autora del presente artículo pone en cuestionamiento la existencia de una historia universal, en tanto reconoce que la historia no es una, y que, por el contrario, existen las historias de y en los pueblos, sin embargo, por su claridad y simplicidad, toma el planteamiento de Stover en la identificación de los paradigmas sociales que marcaron la historia de la humanidad, como base para el análisis de las repercusiones de los mismos en los procesos educativos.
- Del paradigma inmanente
La era antigua, cuyo referente histórico y geográfico toma como punto central lo acontecido en Grecia y Roma, del 4000 a.C. hasta el 476 d.C., con la caída del imperio romano, pone de manifiesto un paradigma que articula la percepción social bajo la aceptación y defensa de la existencia de muchos dioses, de su convivencia con los seres humanos y con los animales, en una realidad encantada. La relación de las personas con esta forma de concebir la realidad estaba dada principalmente a partir de la búsqueda de la excelencia en el cuerpo que se manifestaba en el logro de la perfección física como sentido de la vida diaria de los hombres y de la fuerza como posibilidad para la conquista de nuevos territorios, siempre en inmanencia con los dioses.
En este momento de la historia, se normaliza que los grupos de élite, encabezados por emperadores, tuvieran acceso al conocimiento brindado por los dioses, por ser éstos reconocidos como sus representantes en la tierra; la ignorancia y el desconocimiento por parte de las grandes masas poblacionales, hacía que éstas asuman los sistemas de opresión existentes como designios divinos, normalizándolos en su cotidiano al punto de naturalizar paradigmas que sostenían que unos estaban en la tierra para guiar y, si fuera necesario, oprimir a los otros, mientras que éstos otros estaban para seguir y servir.
Los procesos educativos desarrollados en la época, estaban encargados a filósofos y a sacerdotes de élite, cuyas enseñanzas repercutían en que en las comunidades se asuma que existían muchos dioses, que se convivía con semidioses, que los emperadores eran representantes de los dioses en la tierra, y que la población debía cumplir los designios dados para su realidad; así, se tomaba como verdad que la gran mayoría poblacional, especialmente de mujeres, no tenían la capacidad de comprender o discernir la información brindada a personas iluminadas, más aún, si se trataba de las clases socioeconómicamente deprimidas, de servidumbre o esclavizadas.
Este paradigma duró siglos, a pesar de no responder a todas las expectativas sociales pues era utilizado para generar sometimiento de grupos poblacionales que no encajaban dentro de las élites que hacían uso del mismo; este es el caso del pueblo hebreo que comenzó a manifestar su descontento, generando pensadores divergentes que cuestionaron la existencia de la diversidad de dioses en el cielo, de semidioses en la tierra, del poder de los emperadores y plantearon la existencia de un solo dios al que no se podía ver, tocar o probar materialmente. Este planteamiento generó burlas rechazo, persecuciones, matanzas y crisis.
Durante siglos, estos pensadores divergentes, abrieron grieta para un nuevo paradigma que dejó cimentada la creencia en la trascendencia del cuerpo por la fe, así se emergió el paradigma trascendente.
- Del paradigma trascendente
La era media, cuyo referente histórico y geográfico toma como punto central lo acontecido en Europa desde el año 476 d.C. hasta el año 1492 d.C., con las invasiones de nuevos territorios, pone de manifiesto la emergencia de un paradigma que articula la percepción social validando la creencia en la existencia de un solo dios, de su supremacía sobre los seres humanos y sobre todo lo existente en la tierra por ser obra de su creación, en una realidad creada. Los supuestos articuladores estaban referidos principalmente a la búsqueda de la trascendencia del cuerpo, al que se consideraba pecaminoso, y a la necesidad de someter el mismo al designio divino centrado en la fe.
El auge de este paradigma, congregó a quienes se llamaron cristianos, a partir de su institucionalización como religión, cuando la iglesia medieval se posicionó libre de persecución y poseedora de la verdad. La creencia de que todo lo que existía era creación del dios invisible, y de que el ser humano había sido puesto en la tierra para administrar y gobernar dicha creación, a la par de que debía someter el cuerpo para liberarlo de lo pecaminoso y así poder trascender al momento de la muerte, sostenía, en todo, el quehacer de la comunidad.
En este momento de la historia, se asumía como verdad que los grupos de élite, encabezados por emperadores y sacerdotes de la iglesia católica, tenían acceso al único conocimiento posible, la palabra de dios manifestada en la biblia. En un escenario diferente y con actores diferentes, la historia se volvía a repetir, pues la ignorancia y el desconocimiento por parte de las grandes masas poblacionales, hacía que éstas asuman los sistemas de opresión existentes como designio de dios, normalizándolos en su cotidiano al punto de naturalizar paradigmas que sostenían que unos estaban en la tierra para guiar y, si fuera necesario, oprimir a los otros, mientras que éstos otros estaban para seguir y servir.
Los procesos educativos, generalmente encargados a sacerdotes, generaron tiempos de oscurantismo, pues, incluso los grandes avances científicos de épocas anteriores fueron destruidos en pos de la fe. En la misma, línea que el anterior paradigma, los educadores se encargaban de que en las comunidades se asuma como verdad que la gran mayoría poblacional, especialmente de mujeres, no tenía la capacidad de comprender o discernir la información brindada a personas iluminadas, más aún, si se trataba de las clases socioeconómicamente deprimidas, de servidumbre o esclavizadas.
Este paradigma duró siglos, aunque fue utilizado para generar sometimiento de grupos poblacionales que no encajaban dentro de las élites que hacían uso del mismo. Por ello, cuando el pontificado creó la inquisición para localizar, procesar y sentenciar como culpables de herejía a todos aquellos que no aceptaran la infalibilidad de la verdad sustentada por la iglesia, los dogmas opresores fueron perdiendo el espíritu que inspiró su creación y, aunque los sospechosos de tener un pensamiento divergente eran llamados a rendir cuentas ante la iglesia para pagar su falta con peregrinaciones, suplicios públicos o la muerte. Las brujas fueron las más perseguidas y hostigadas, pues simbólicamente representaban a mujeres con poder, alquimistas, astrónomos, otras religiones, y pusieron en duda el paradigma vigente, generando grietas para la emergencia de un nuevo paradigma cuya base se encontraba en la razón. Así se generó la emergencia del paradigma mecánico racional.
- Del paradigma mecánico racional
La era moderna, cuyo referente histórico y geográfico toma como punto central lo acontecido en el encuentro de dos mundos, uno que expande sus formas de concebir la realidad desde acciones invasoras, y el otro que asume dichos mandatos y normas sociales desde acciones de subordinación, desde 1492 d.C. hasta 1789 d.C. con la revolución francesa, viabiliza y facilita el auge de un paradigma que valida la razón como la vía para alcanzar la verdad, en una realidad controlada. Los supuestos articuladores estaban referidos principalmente a la búsqueda del control y dominio de la naturaleza, en la que se incluía a los pueblos conquistados del nuevo mundo, y a la búsqueda objetiva de respuestas para las necesidades de la humanidad, en base a los avances de la física y de la filosofía desarrollados en Europa.
El concepto medieval de realidad creada se resquebraja a pesar de todos los mecanismos que usa la iglesia para detener la emergencia de este nuevo paradigma. Así, cuando Copérnico, Kepler, Galileo, entre otros, rompen con la idea del universo geocéntrico ptolomeico e implantan los supuestos fundamentales basados en principios físicos, viabilizan la aceptación de los planteamientos de Descartes, Bacom, Newton, entre otros, que dirigen la comprensión de la realidad hacia la supremacía de la mente humana, a la posibilidad del dominio del hombre sobre la naturaleza, y a la aceptación de una realidad lineal, existente en la causalidad directa.
La concepción científica de la realidad controlada que emergió debido a este paradigma es sostenida hasta nuestros días, en tanto la doctrina de la causalidad parece satisfacer la constante búsqueda de certeza y de objetividad, y la posibilidad de someter a sus principios a todos los órdenes de la vida. Los avances científicos y tecnológicos que la humanidad alcanzó bajo la este paradigma fueron grandes, y se manifestaron en hechos que van desde la organización disciplinar para reconocer de manera especializada los diversos fenómenos biológicos, psicológicos, sociales, culturales y económicos, hasta la producción de una serie de satisfactores que respondieron a las necesidades de la población.
En este momento de la historia, grupos de élite, encabezados por gente de la academia, tiene acceso al conocimiento a partir de la posibilidad de formar parte de centros educativos que imparten información disciplinar sobre lo que se considera verdadero por responder a la sistematización científica. Paradójicamente, en un escenario diferente y con actores diferentes, la historia se volvía a repetir, pues la ignorancia y el desconocimiento por parte de las grandes masas poblacionales, hacía que éstas asuman los sistemas de opresión existentes como parte de la vida, normalizándolos en su cotidiano al punto de naturalizar pensamientos que sostenían que unos estaban en la tierra para guiar y, si fuera necesario, oprimir a los otros, mientras que éstos otros estaban para seguir y servir.
Los procesos educativos desarrollados en la época, estaban encargados a los denominados intelectuales, personas que lograban acceder a la academia, que hacían uso de los grandes avances científicos para continuar sosteniendo la supremacía unos grupos sobre otros. En la misma, línea que el anterior paradigma, los educadores se encargaban de que en las comunidades se asuma como verdad que la gran mayoría poblacional, especialmente de mujeres, no tenía la capacidad de comprender o discernir la información brindada a personas iluminadas, más aún, si se trataba de las clases socioeconómicamente deprimidas, de servidumbre o esclavizadas.
A pesar de todos los aportes que se generó con este paradigma, la humanidad tampoco encontró respuesta a todas sus expectativas sociales pues, por el contrario, en muchos momentos éste fue utilizado para generar sometimiento de grupos poblacionales que no encajaban dentro de las élites que accedían al mismo; por otra parte, los principios físicos y mecánicos que sustentaron la idea de que se logró alcanzar la verdad a través del método científico, empezaron a ser superados por una dinámica multiversal que comenzó a desnudar la visión determinista y reduccionista del mundo.
Poblaciones que antes fueron oprimidas, sometidas o excluidas, como los grupos de mujeres, de comunidades originarias, de ecologistas, de animalistas, de diversidades sexuales y genéricas, de laicidades, de académicos rebeldes, entre otros; comenzaron a manifestar sus voces y posiciones sobre las muchas maneras de interpretar las realidades, de construir conocimiento y, en definitiva, de vivir. Como en todo cambio paradigmático, la aparición de estos grupos molesta, incomoda y genera desencuentros entre quienes defienden el paradigma vigente y quienes plantean el paradigma emergente; sin embargo, ya están presentes y se encuentran generando cambios.
- Del paradigma sinérgico
La era contemporánea, cuyo referente histórico y geográfico toma como punto central a la aldea global, desde 1789 d.C. hasta la actualidad, emerge y pone de manifiesto un paradigma que comienza a articular la percepción social a partir de la comprensión de la energía y su organización en sistemas como la posibilidad de vida y de todo lo que la compone, de una realidad en evolución. Los supuestos articuladores están referidos principalmente a la comprensión de que la sinergia se manifiesta en la articulación de varios factores, varias influencias o varias posibilidades que actúan en conjunto, en causalidad, en circularidad y en movimiento permanente, observándose un efecto conjunto adicional del que hubiera podido esperarse operando independientemente o linealmente.
Tabla 1 . Comparación entre Paradigmas
Fuente: Jhenieffer Stover en Desarrollo Social
El concepto moderno de realidad se resquebraja, y, a pesar de todos los avances que la humanidad alcanza con la ciencia y la tecnología, vuelven a aparecer preguntas sin respuestas y, desde la academia, y fuera de ella se manifiestan nuevos hallazgos, nuevas miradas, nuevos paradigmas, que confluyen en la comprensión de la complejidad de todo lo que existe, en la necesidad de generar el paso de la disciplina a la transdisciplina y de entender como parte del cotidiano a la física de las posibilidades.
La concepción científica de la realidad en evolución está generando controversias en la propia academia. Teorías que durante el siglo XX fueron altamente cuestionadas, incluso desdeñadas, hoy en día, en pleno siglo XXI, cobran fuerza e impulsan nuevos abordajes de la realidad.
La segunda ley de termodinámica de Prescot, la teoría del caos de Lorenz, la teoría de la evolución de Darwin, la teoría de la relatividad de Einstein y la teoría cuántica de Heinsenberg han alterado radicalmente el enfoque que el físico tiene de la realidad (Rubio, 2008), y aunque muchos científicos aún no han revisado la concepción acerca de la realidad y de la naturaleza del trabajo científico, emerge un nuevo paradigma que está trastocando los principios y supuestos de todas las ciencias al concebir y comprender la complejidad del fenómeno humano y la necesaria transdisciplinariedad .
La teoría de la autopoiesis de Maturana pasa de un profundo análisis de la biología hacia el campo social, en tanto actualmente se reconoce la capacidad autoorganizativa de todos los seres, desde el micro hasta el macro, y viceversa (Gilbert, 2001); la teoría de las necesidades humanas fundamentales de Max Neef, al plantear la diferencia entre necesidades y satisfactores pone en cuestionamiento la aceptación de la existencia de países reconocidos como desarrollados, respecto a aquellos reconocidos como subdesarrollados (Elizalde, 2001); la teoría del hábitus de Bourdieu, logra desbordar el abordaje sociológico para visibilizarse en el cotidiano cognitivo, afectivo, comportamental de las personas, en sus familias, espacios educativos y laborales, entre otros, y llama la atención de la academia sobre la forma en que los discursos sostienen sistemas opresores (Lahire, 2012); la teoría del poder de Foucault, al ser analizada desde las nuevas realidades evidencia las diferentes acciones violentas, normalizadas y naturalizadas en el cotidiano que pueden ser perpetuadas o confrontadas desde los procesos educativos (Kasely, 2015); la teoría de la transdisciplinariedad de Nicolescu y la teoría del pensamiento complejo de Edgar Morin ponen en evidencia la fragmentación de la realidad al tratar de encasillar la misma a las disciplinas y la necesidad de volver a comprender los fenómenos en toda su complejidad (Bondarenko, 2009). Estas teorías y otras van abriéndose paso en la academia y viabilizan el análisis sistémico de la naturaleza, de las sociedades, de las culturas y de las relaciones, sosteniendo que éstas pueden ser vistas como sistemas dotados de significado en permanente movimiento y cambio, y, en consecuencia, como redes de comunicaciones en constante evolución.
Nos encontramos en un momento de la historia, en que se viven grandes tensiones que están generando crisis, pues el movimiento feminista, pone en evidencia la forma intencionada en que se ignoró la presencia de las mujeres en la historia, sometiendo y negando el ejercicio de derechos al 50% de la humanidad y se posiciona como una gran posibilidad de ruptura de estructuras patriarcales; el movimiento de niñas y niños del mundo pone en evidencia el adultocentrismo que caracterizó el relacionamiento interpersonal de las diversas culturas, especialmente, aquellas industrializadas; el movimiento ecologista y animalista pone en evidencia el antropocentrismo y androcentrismo que caracterizó el quehacer cultural y social; el movimiento LGBTIQ pone en evidencia la binariedad, la intención reproductora y la ideologización del género que caracterizó la comprensión de las relaciones interpersonales, especialmente desde espacios religiosos; el movimiento de personas con discapacidad pone en evidencia la discriminación cotidiana generada en los estereotipos de normalización; el movimiento de personas que comparten creencias o religiones diferentes a las establecidas como oficiales pone en evidencia las manipulaciones que se realizaron a nombre de dios; el movimiento de culturas originarias del mundo pone en evidencia la forma intencionada en que se ignoró la existencia de sabidurías que no se adscribieron o sometieron a la academización; entre otros. Como en todo cambio paradigmático a gran escala, hoy en día se manifiestan crisis, luchas, matanza de quienes defienden el paradigma que se encuentra en decadencia y de quienes postulan el nuevo paradigma emergente.
En la actualidad, los procesos educativos están encargados a educadores que viabilizan la comprensión del multiverso, la transdisciplina y la complejidad en el abordaje de la realidad. Estos procesos ya no se limitan al aula presencial o a la academia misma, pues la virtualización de la vida hizo que las personas comprendan que su aprendizaje no depende de la enseñanza de otra persona, y que, por tanto, no depende de la intención universalizadora de los sistemas educativos formales. La academia se encuentra presionada para repensarse, para desarrollar nuevas estrategias curriculares, didácticas y evaluativas, para comprenderse como acompañante en la construcción del conocimiento, en lugar de asumirse como la dadora de verdad.
Grupos poblacionales que antes fueron oprimidos, sometidos o excluidos, como los grupos de mujeres, de comunidades originarias, de ecologistas, de animalistas, de diversidades sexuales y genéricas, de laicidades, de multiversistas, entre otros; manifiestan sus voces y posiciones sobre las muchas maneras de interpretar las realidades, de construir conocimiento y, en definitiva, de vivir.
Como en todo cambio paradigmático, la aparición de estos grupos molesta, incomoda y genera desencuentros entre quienes defienden el paradigma vigente y quienes plantean el paradigma emergente. Aunque aún parece impensable, el auge del paradigma mecánico racional ha iniciado su decadencia y el paradigma sinérgico continúa en emergencia.
3. Conclusiones
Los paradigmas han influido sobre todas las áreas del quehacer humano, sea que éstos provinieran del mundo científico o que provinieran del mundo cotidiano. Las formas de interpretar la realidad masificadas y asumidas como verdades han imperado en cada época y han transversalizado las formas en que la población ha percibido su vida, sus relaciones y las de sus entornos naturales, económicos, sociales o culturales.
Los paradigmas son diversos y, sin duda, cada vez que uno emerge y entra en auge impacta todos los procesos de la humanidad, especialmente los educativos, en tanto estos se constituyen en los viabilizadores de aquello que se considerará válido o no. Por ello, los procesos educativos, no han estado exentos de este hecho, pues sea que hayan respondido directamente desde la organización institucional, o sea que hayan respondido desde la organización cotidiana, han viabilizado como verdadero aquello que las grandes masas poblacionales aceptaban como tal. Así, en la era antigua, los procesos educativos estaban dados para que la población asuma la convivencia con los dioses como fuente de conocimiento; en la era media, los procesos educativos estaban dados para que la población asuma la supremacía de un dios como fuente de conocimiento; en la era moderna, los procesos educativos estaban dados para que la población asuma la verdad académica como fuente de conocimiento.
En estas tres épocas existió algo común a la mayor parte de los procesos educativos de la humanidad, se trata del hecho de que éstos siguieron un paradigma exógeno que asumía al aprendizaje como la adquisición y retención de los conocimientos traducidos en contenidos que el sistema educativo consideraba valederos o verdaderos; a la enseñanza como la transmisión fidedigna de dichos contenidos y a la evaluación como parámetro de certeza de que el asumido binomio enseñanza y aprendizaje hubiera sido efectivo.
Algo diferente ha comenzado a suceder en la última era en que los procesos educativos se disponen a asumir al conocimiento como un constructo, y no como un hecho o contenido acabado que pueda ser transmitido por entenderse como verdadero. Es así que, en la actualidad se asume al aprendizaje como la construcción del conocimiento, misma que parte de los saberes propios y se dirige a la incorporación de información para la construcción de saberes nuevos; asume a la enseñanza como el acompañamiento a la construcción del conocimiento, y plantea que ésta debe organizarse haciendo uso de todos los recursos didácticos necesarios para brindar información a la persona que tiene el deseo de aprender, es decir el deseo de construir conocimiento; y, asume que la evaluación debe constituirse en un proceso de seguimiento permanente, razón por la que no se limita al examen de valoración del producto, sino que se constituye en una reflexión permanente del proceso.
En la actualidad, estamos asumiendo que cada planteamiento es igualmente válido y los desacuerdos entre los observadores, tendrán que resolverse no por el reclamo de un acceso privilegiado a una realidad independiente, sino mediante la generación de un sentido común a través de una coexistencia de aceptación mutua que exige consenso, esto es, un saber común. Raras veces en la academia se pone en tela de juicio la suposición de que la realidad existe independientemente del observador, pues quienes lo hacen, deben correr el riesgo de ser etiquetados de excéntricos, sin embargo, cada vez mayor número de estudiosos y científicos célebres se sienten tanto intelectual como emocionalmente obligados a correr este riesgo. Nos encontramos experimentando la decadencia de un paradigma y la emergencia de otro, vivimos épocas de incertidumbre y por ello se generan tensiones entre los defensores del paradigma que se asumió como verdad durante siglos y los proponentes del paradigma que cuestiona y relativiza esa verdad.
La relatividad de las realidades sacude el pensamiento, en tanto se asume cada vez con más fuerza que construimos la realidad en lugar de descubrirla y que, por tanto, la verdad, no es otra cosa que un acuerdo contextual sobre cómo una sociedad comprende las cosas. Esto no se trata del solipsismo, porque no se está negando la realidad, pero, considera que nuestra creencia en la existencia de la objetividad como verdad o certeza puede impedir el progreso científico y, por lo tanto, impedir la comprensión de la vida misma.
Los procesos educativos en la actualidad están generando la aceptación de que el procedimiento de la ciencia consiste en la explicación y en la comprensión de la experiencia humana sobre la naturaleza, y que éstas se realizan en el lenguaje que es el dominio de existencia de la humanidad.
No es fácil, para la humanidad, pasar de un paradigma a otro, no es fácil aceptar las limitaciones del paradigma en el que se ha nacido y crecido. Los filósofos de la ciencia son muy conscientes de este dilema y cuando se les presiona en el campo reflexivo, terminan admitiendo que los científicos deben garantizar meramente la objetividad del segmento de la realidad que estudian, si quieren hacer ciencia y ofrecer explicaciones científicas de los fenómenos observados, pero que esta acción no garantiza el acceso a la verdad absoluta, porque ésta es simplemente inalcanzable.
Existen cada vez más movimientos educativos que van planteando la necesidad de dejar de usar a la ciencia como posibilidad de control y de dominación de la naturaleza, y que se manifiestan abiertamente en desacuerdo con la competitividad propiciada por el anterior paradigma y en acuerdo, o a favor de la cooperación para que las personas desarrollen competencias que manifiestan potencialidades personales.
Vale la pena enfatizar que, si bien existen resistencias frente a la emergencia del paradigma sinérgico, son cada vez más las minorías creativas que le abren espacio a través de los procesos educativos, que ratifican que los avances científicos y tecnológicos seguirán su curso, pero que hoy en día se constituyen en recursos que favorecen algunos de los muchos caminos posibles para la construcción del conocimiento.