Introducción
La funcionalidad familiar (FF) se define como la capacidad de mantener el equilibrio en las relaciones, evidenciándose en los miembros del grupo familiar durante diversas etapas del desarrollo ante situaciones críticas (Saavedra-González et al., 2016). La propuesta teórica de Ortega et al. (1999) plantea que la FF implica la dinámica interrelacional entre los miembros del sistema familiar, reflejada en la armonía, cohesión, roles, comunicación, afectividad, permeabilidad y adaptabilidad. En ese sentido, la armonía se centra en la presencia de equilibrio entre necesidades e intereses individuales y familiares, mientras que la cohesión se asocia a la vinculación afectiva y física dentro del sistema familiar ante la toma de decisiones y el afrontamiento de situaciones cotidianas. Los roles están íntimamente vinculados a cómo los miembros del grupo familiar asumen sus funciones y responsabilidades. La forma de expresar verbalmente y de manera clara sus experiencias está relacionada con la comunicación. La afectividad involucra la demostración de emociones y sentimientos; la permeabilidad, la capacidad de vincularse con el entorno, recibiendo y compartiendo experiencias con otros grupos familiares e institucionales. Finalmente, la adaptabilidad es la habilidad para adecuarse a los cambios (Miranda-Hermosilla y García, 2019).
Las dinámicas familiares se han visto alteradas por diversos eventos, uno de ellos, la pandemia por COVID-19, la cual trajo consigo diferentes cambios en la población mundial, reflejados en los resultados de diversas investigaciones. Las repercusiones no solamente se enmarcan dentro del plano de la salud física (Alpuche-Aranda et al., 2022; Medeiros de Figueiredo et al., 2022; Ramos, 2022), sino también de las relaciones sociales (Da Silva y De Cássia, 2021; Salinas-Rehbein y Ortiz, 2020). El aislamiento social ha privado a muchos de las actividades de su día a día, tales como, trabajo (De Aboim, 2020; Monesterolo, 2020), estudios (Aguilar, 2020; Miguel, 2020; Moreno-Candil et al., 2021; Pacheco et al., 2021), recreación (Arundell et al., 2022; Fang et al., 2021; Rice et al., 2020), entre otras.
Todo ha tenido que realizarse desde casa (Brynjolfsson et al., 2020; Phillips, 2020). Si bien esto ha permitido pasar más tiempo en familia (Salin et al., 2020), también se ha visualizado el surgimiento de algunos conflictos dentro del grupo familiar (Lebow, 2020), así como la persistencia e incremento de problemáticas en hogares con factores de riesgo psicosocial preexistentes (Pereira et al., 2023). En otros casos, se ha restringido la comunicación familiar para quienes no tenían acceso a medios digitales o tecnológicos (Bertić y Telebuh, 2020).
Algunos autores resaltan la importancia de compartir tiempo (Salin et al., 2020) para una mejor vinculación con los miembros de la familia (Güzel et al., 2020). Sin embargo, el permanecer en casa casi todo el tiempo y realizar múltiples actividades en un mismo ambiente puede llegar a generar estrés (Díaz, 2021; Terán-Pérez et al., 2021), ansiedad (Hyun-soo Kim y Hyun Jung, 2021; Mautong et al., 2021; Wu et al., 2021) y sentimientos de soledad (Banerjee y Rai, 2020), lo que conlleva la presencia de disfuncionalidad familiar (Kato et al., 2020).
Los reportes a nivel mundial sobre variables relacionadas a la familia señalan que, durante la pandemia, se ha generado una alteración en el funcionamiento de las relaciones de pareja (Pietromonaco y Overall, 2022). Del mismo modo, los padres de familia, al asumir sus roles, han mostrado indicadores de estrés (Chung et al., 2022; Goldberg et al., 2021; Seguin et al., 2021), ansiedad y emociones negativas. Esto, a su vez, ha provocado desajuste psicológico (Liang et al., 2021) y angustia psicológica en los hijos (Qu et al., 2021).
Los resultados de diferentes estudios señalan que el agotamiento derivado de las rutinas familiares se relaciona indirectamente con la crianza compartida entre los padres de familia (Calvano et al., 2021; Lee y Cheung, 2022). Especialmente, en las madres (Petts et al., 2021), quienes además de asumir labores propias del hogar, también se desempeñan profesionalmente (Çoban, 2021; Lin et al., 2022) y, en algunos casos, están a cargo de menores con alguna discapacidad (Rogers et al., 2021) o son madres primerizas, lo que conlleva mostrar mayor preocupación frente a la situación de confinamiento y cubrir expectativas del rol materno (Ollivier et al., 2021).
Con relación a los hijos, estos han experimentado situaciones de agobio (Imran et al., 2020) y estrés (Fernandez-Canani et al., 2022), no solo derivadas de la convivencia familiar sino también de las actividades educativas en el caso de encontrarse en edad escolar (Chen et al., 2021) o cursando la etapa universitaria (Cooper et al., 2021). Además de las condiciones de teletrabajo (Catană et al., 2021), esto último, no solo para jóvenes que laboran sino para los demás miembros de la familia (Duran Vila, 2020; Lizana y Vega-Fernadez, 2021).
Es importante considerar que las personas que estaban acostumbradas a vivir solas y de manera independiente tuvieron que readaptarse a convivir con familiares debido a la pérdida laboral, condiciones de salud y/o aislamiento (Machado da Silva et al., 2020). Por tanto, la familia cobra interés dentro de la sociedad, ya que es el grupo social primario referencial de las personas, y actúa como factor protector ante las diferentes problemáticas que puedan surgir en el entorno.
Algunas evidencias sobre la variable FF han reportado que el confinamiento ha generado otras problemáticas, además de las ya identificadas a causa de la COVID-19, como manifestaciones de violencia familiar (Boserup et al., 2020; Campbell, 2020; Humphreys et al., 2020) y negligencia (Cappa y Jijon, 2021; Letourneau et al., 2022; Yunus et al., 2021), predominantemente en mujeres, niños y adultos mayores. También se ha observado un aumento de las tasas de suicidio (Kawohl y Nordt, 2020), en especial, en personas con algún diagnóstico psiquiátrico, sobrevivientes de la COVID-19 o población adulta mayor (Sher, 2020), siendo este último grupo el que también reporta una menor funcionalidad familiar (Godpower et al., 2022), es decir, a medida que aumenta la edad, se percibe una disminución en el funcionamiento familiar (Yildirim y Temel-Mert, 2021).
Los hallazgos de investigaciones, en el contexto internacional, revelan que el grupo femenino percibe 5 veces más de una moderada disfuncionalidad a una alta funcionalidad familiar, y 4 veces más una disfuncionalidad severa, a diferencia de los varones. Mientras tanto, el grupo etario de 30 a 53 años identifica a su familia en más del 35 % como severamente disfuncional, en más del 80% como moderadamente disfuncional y cerca al 70% como altamente funcional (Fernandes et al., 2020). Los varones reportan puntuaciones más altas de disfuncionalidad familiar en las dimensiones comunicación, roles, respuesta emocional, atención manifiesta y control de comportamiento, a diferencia de las mujeres. Sin embargo, estas últimas presentan dificultades en la resolución de problemas dentro del grupo familiar (Yildirim y Temel-Mert, 2021).
A nivel nacional, más del 90% de la población escolar adolescente percibe a su familia como altamente funcional (Inga-Berrospi et al., 2022), y más del 30% como disfuncional (Estrada Araoz y Gallegos Ramos, 2020). Mientras que en población universitaria se identifica entre 55% a 70% de disfuncionalidad en la cohesión, adaptabilidad, satisfacción y comunicación familiar (Aguilar-Sigueñas y Villarreal-Zegarra, 2022), cerca al 55% de funcionalidad normal y poco más del 25% de disfunción leve (Reyes Narváez y Oyola Canto, 2022). Por su parte, en población clínica se evidencia entre el 57 % a 70% de disfunción leve a severa (García Sobrevilla et al., 2023; Mar García et al., 2017).
Tanto el sexo como la edad, son dos aspectos sociodemográficos fundamentales para comprender mejor la dinámica familiar, especialmente debido a los cambios que han ocurrido en los roles de género a lo largo del tiempo (Amirkamali et al., 2024; Barnett y Hyde, 2001; Oláh et al., 2018), Además, la percepción generacional sobre la funcionalidad familiar proporcionará una descripción diferenciada entre adolescentes (13 a 19 años), jóvenes (20 a 24 años) y adultos (25 a 72 años). El rango de edades establecidos se basa en la propuesta de Mansilla (2000), quien destaca que, como parte del desarrollo humano, se producen cambios influenciados por aspectos socioculturales, así como por las interacciones entre la edad cronológica, genética y psicológica. En ese sentido, es relevante analizar las posibles diferencias que se puedan percibir en cada uno de los grupos etarios establecidos.
Pese a lo reportado en la literatura, la información disponible sobre la FF y los modos de afrontamiento de las familias durante la pandemia sigue siendo muy limitada (Salin et al., 2020). Esta limitación resalta la necesidad de continuar investigando las dinámicas familiares y los factores asociados a la percepción de la funcionalidad de las familias en nuestro contexto. Por tanto, el objetivo de esta investigación es describir y comparar la funcionalidad familiar percibida por la población peruana durante el confinamiento por COVID-19, considerando el sexo y la edad como variables relevantes.
Método
Participantes
Los participantes del estudio realizado fueron en total 241 sujetos, entre varones (n= 190) y mujeres (n= 231), de edades entre los 13 y 72 años de edad (M=23.5, D.T.=10.5), de nacionalidad peruana y residentes en el país durante el contexto de pandemia por la COVID-19. Con respecto a la edad, los participantes fueron agrupados en: adolescentes de 13 a 19 años (n=143), jóvenes de 20 a 24 años (n=142) y adultos de 25 a 72 años (n=136).
Instrumento
Para la investigación se aplicó el Cuestionario de Funcionalidad Familiar (FF-SIL; Ortega et al., 1999), instrumento que valora la funcionalidad familiar a través de 14 reactivos y que considera una escala tipo Likert (Casi siempre:5, Muchas veces:4, A veces: 3, Pocas veces: 2, Casi nunca:1). Presenta como dimensiones: cohesión (1; 8), armonía (2;13), comunicación (5;11), permeabilidad (7; 12), afectividad (4;14), roles (3; 9) y adaptabilidad (6; 10). Con respecto a las evidencias de validez basadas en la estructura interna del FF-SIL, Torres et al. (2022) hallaron valores de ajuste óptimo X2 /gl =3.84, CFI=.943, TLI=.932, SRMR=.0342, RMSEA=.0675. Mientras que, mediante el método de consistencia interna (valores α de .76 a .91) (Álvarez et al., 2021; Cassinda et al., 2016; Torres et al., 2022), se comprobaron las evidencias de fiabilidad del instrumento.
Procedimiento
Con fines de recolección de datos, se sistematizaron las preguntas del instrumento a través de un formulario en Google, previamente, se presentó el asentimiento y consentimiento informado, precisando el objetivo del estudio y las implicancias de la participación (American Psychological Association [APA], 2010), así como una sección de datos sociodemográficos requeridos. El enlace al formulario estuvo activo, entre octubre y diciembre del 2020 y fue compartido a través de grupos de contactos por mensajería instantánea (WhatsApp) y redes sociales.
Análisis de datos
Posterior a la recolección de la información, se procedió a exportar el Excel para el control de calidad de la base de datos y el análisis en función a los objetivos de la investigación (análisis descriptivos e inferenciales) en el programa Jamovi 1.6.6
Con los análisis descriptivos, se obtuvieron las frecuencias y porcentajes de las categorías de la funcionalidad familiar consideradas en el FFSIL. Además, se calcularon la asimetría y la curtosis con la finalidad de analizar la distribución en base a las puntuaciones obtenidas. Al identificarse una distribución normal, para el caso de la inferencia estadística, se procedió a utilizar la t de Student para comparar los grupos según el sexo y el ANOVA para la comparación en función a la edad de los participantes seleccionados. De igual forma, se identificaron los tamaños del efecto (d y ω 2 ).
Resultados
En la tabla 1 se puede observar que en la muestra investigada hay una mayor predominancia de familias moderadamente funcionales (50,8%), seguido de las familias disfuncionales (23,5%), familias funcionales (20,7%) y severamente disfuncionales (5%).
En la tabla 2 se aprecia que, con relación al sexo, se identifican diferencias en la cohesión, comunicación, permeabilidad, afectividad, adaptabilidad y, en general, en la funcionalidad familiar. Dichas diferencias fueron bajas (valores de la d entre .198 y .316), siendo las mujeres quienes presentan un mayor puntaje.
En la tabla 3 se aprecia que solo existen diferencias al comparar la permeabilidad, afectividad y funcionalidad familiar en relación al grupo etario (valores de ω 2 entre .013 a .075), siendo el grupo de 25 a 72 años (adultos) el que presenta mayores promedios que el grupo de 13 a 19 (adolescentes) años y de 20 a 24 años (jóvenes).
Discusión
El impacto que ha tenido la pandemia dentro de la población a nivel mundial ha generado diferentes problemáticas (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [Unesco], 2020). Muchos grupos sociales se han visto afectados, entre ellos, la familia, objeto de interés en la presente investigación, específicamente en lo referente a su funcionalidad.
En los resultados encontrados, se evidencia que la categoría que sobresale entre los participantes del estudio es la de familias moderadamente funcionales. Esto se explica debido a que las dinámicas familiares, así como los espacios compartidos, se han tornado problemáticos en algunos casos (Boserup et al., 2020; Campbell, 2020; Cappa y Jijon, 2021; Humphreys et al., 2020; Kato et al., 2020; Lebow, 2020), pues hay que considerar que la situación de pérdida de seres queridos, las actividades laborales (De Aboim, 2020; Monesterolo, 2020) y educativas (Aguilar, 2020; Miguel, 2020; Moreno-Candil et al., 2021; Pacheco et al., 2021) han generado respuestas de afrontamiento no adaptativas en los miembros de la familia (Kato et al., 2020).
Estudios revelan que todo lo señalado anteriormente resalta la importancia de la adaptabilidad que pueda presentar cada miembro de la familia (Miranda-Hermosilla y García, 2019), además del sistema familiar en conjunto. En especial, porque esta adaptabilidad va a propiciar mayor flexibilidad y equilibrio en la modificación de la estructura familiar y en la relación entre reglas, roles y responsabilidades asumidos por los miembros de la familia ante situaciones requeridas (Ortega et al., 1999).
Es probable que la presencia de otros factores haya tenido una mayor influencia en el funcionamiento familiar, como las problemáticas asociadas a las manifestaciones de violencia, negligencia o suicido (Boserup et al., 2020; Campbell, 2020; Cappa y Jijon, 2021; Humphreys et al., 2020; Kawohl y Nordt, 2020; Letourneau et al., 2022; Yunus et al., 2021), más aún, en grupos muy específicos como las poblaciones consideradas vulnerables (niños, mujeres, adultos mayores, personas con trastornos psicológicos), sobrevivientes a un diagnóstico de COVID severo y quienes estuvieron hospitalizados (Sher, 2020). Lo que reafirma que el inicio, permanencia e incremento de conflictos en la familia se presentan, en su mayoría, en grupos de familias con riesgo de problemáticas psicosociales (Boserup et al., 2020; Campbell, 2020; Humphreys et al., 2020; Lebow, 2020; Pereira et al., 2023), y de salud mental (Hyun-soo Kim y Hyun Jung, 2021; Kawohl y Nordt, 2020; Mautong et al., 2021; Wu et al., 2021). Esto se debe a que, las necesidades e intereses individuales son distintos, y la vinculación física y afectiva, así como la expresión de experiencias dentro del sistema familiar, no ha logrado el equilibrio requerido para el afrontamiento de situaciones cotidianas en la dinámica familiar.
En relación al sexo, se identifican diferencias en la cohesión familiar, comunicación, permeabilidad, afectividad, adaptabilidad y en la funcionalidad familiar en general, revelando que, el grupo de mujeres es el que presenta mayores puntajes. Esto concuerda con hallazgos previos (Yildirim y Temel-Mert, 2021) y sugiere que los vínculos generados entre los miembros de la familia fueron incentivados principalmente por este grupo. Así mismo, cabe resaltar que las mujeres son quienes suelen expresarse verbalmente, comunicar lo que piensan y sienten ante diferentes situaciones, evidenciando su capacidad para adaptarse a situaciones críticas en diferentes etapas del ciclo vital (Saavedra-González et al., 2016).
Por otro lado, no se encuentran diferencias en las dimensiones armonía y roles, lo que puede observarse, por ejemplo, en las actividades realizadas desde casa (Brynjolfsson et al., 2020; Phillips, 2020) y la combinación en la adopción de roles como padres, lo que ha traído consigo agotamiento emocional y físico tanto en varones como en mujeres (Calvano et al., 2021; Lee y Cheung, 2022). Sin embargo, habría que considerar otros factores o variables mediadoras dentro de la dinámica familiar y roles que recaen en ambos géneros, como la paternidad/maternidad (Ollivier et al., 2021; Rogers et al., 2021), la formación profesional (Duran Vila, 2020; Lizana y Vega-Fernadez, 2021) y la ocupación laboral (Çoban, 2021; Lin et al., 2022), que implican un mayor involucramiento y, en ocasiones, dificultan la toma de decisiones para la resolución de problemas en el núcleo familiar (Yildirim y Temel-Mert, 2021).
En cuanto a la edad, se identifican diferencias entre adolescentes, jóvenes y adultos, siendo este último grupo el que percibe una mayor funcionalidad familiar, permeabilidad y afectividad. Aunque en cada uno de estos grupos etarios se ha reflejado el impacto en sus relaciones, en los resultados de investigaciones previas, hay una variedad de datos. Mientras que se visualiza una autopercepción de mayor disfuncionalidad familiar en el grupo etario de 30 a 53 años (Fernandes et al., 2020) y de 50 años a más (Godpower et al., 2022; Yildirim y Temel-Mert, 2021), también, cerca al 70 % percibe a su grupo familiar como altamente funcional (Fernandes et al., 2020). Esto puede explicarse porque los adultos son quienes de una u otra forma están a cargo del grupo familiar y van analizando las interacciones que se dan, favoreciendo las condiciones de desarrollo en el ámbito familiar (Delfín-Ruiz et al., 2021). Además, al haber tenido más experiencias debido al nivel generacional al que pertenecen, han desarrollado la capacidad para establecer dinámicas relacionales saludables, evidenciándose en la expresión de afecto y la predisposición para compartir experiencias de la propia familia y de otros grupos familiares (Ortega et al., 1999).
Por su parte, no se aprecian diferencias en las dimensiones cohesión, armonía, comunicación, roles y adaptabilidad según el grupo etario. Cabe señalar que, en investigaciones previas, realizadas solo en adolescentes (Inga-Berrospi et al., 2022) o jóvenes (Aguilar-Sigueñas y Villarreal-Zegarra, 2022) se ha encontrado resultados diferenciados. Lo anterior puede deberse al contexto, pues se han tomado decisiones y afrontado situaciones asociadas al confinamiento, y como parte de la dinámica familiar, las necesidades e intereses individuales se han hecho notar en todos los miembros, incluyendo la necesidad de comunicar lo que experimentaban.
La pandemia ha sido un evento nuevo para todos ellos; todos han asumido su rol dentro del grupo a pesar de las dificultades derivadas de la nueva normalidad impuesta, lo que pone en evidencia la capacidad de agenciarse de recursos diversos y plantear soluciones, adaptándose tanto dentro como fuera del hogar (Verger et al., 2021). En este sentido, sería importante continuar los estudios sobre el funcionamiento familiar en diferentes grupos poblacionales para dilucidar los datos en muestras familiares distintas.
Es importante señalar que, como en toda investigación, se presentan limitaciones. Para el caso del presente estudio, al haberse utilizado un muestreo no probabilístico, se limita la generalización de resultados. Sin embargo, desde el contexto diagnosticado, se puede tener evidencia de lo que se suscita en estos grupos, especialmente en una situación inesperada como la pandemia por COVID-19.
Las implicaciones de este estudio contribuyen a conocer la percepción sobre la funcionalidad familiar de la muestra investigada durante la pandemia y permiten ampliar la visión desde los diferentes grupos participantes (varones, mujeres, adolescentes, jóvenes y adultos). Los datos derivados de la investigación apoyarán a plantear estrategias de intervención en diferentes muestras por sexo y edad.
Conclusiones
Se identificó una mayor percepción de familias con una funcionalidad familiar moderada, representada por un poco más de la mitad de la muestra investigada. Con respecto a las diferencias según el sexo, las mujeres mostraron mayores puntuaciones en cohesión, comunicación, permeabilidad, afectividad, adaptabilidad y funcionalidad familiar en general, a excepción de la armonía y los roles. También, se percibió mayor permeabilidad, afectividad y funcionalidad familiar en la población adulta en comparación con los adolescentes y jóvenes.
Ante estos hallazgos, se considera relevante llevar a cabo futuras investigaciones que evalúen factores asociados a la funcionalidad familiar y que precisen modelos explicativos de esta variable. Es necesario realizar estudios comparativos y longitudinales que permitan contrastar un antes, durante y después de la pandemia COVID-19. Además, sería beneficioso utilizar otros instrumentos de evaluación para contrastar resultados. Todo esto proporcionaría una visión panorámica a gran escala de las dinámicas familiares, lo cual es sumamente importante, ya que cada miembro participa desde el rol que asume no solo dentro de la familia, sino también en un contexto social, y los conflictos o problemáticas que surjan influirán significativamente en sus roles en grupos sociales secundarios, lo que se refleja en los diferentes problemas psicosociales ya existentes en la sociedad.