Introducción
La violencia contra la mujer es un mal social y de salud que históricamente ha aquejado a nuestra sociedad. Podemos definirla como todo acto de agresión física, psicológica, económica o de otra índole, ejercida contra la mujer por la pareja o por personas del sexo masculino 1. Actualmente es considerada como un grave problema de salud pública que atenta contra los derechos de la mujer, su dignidad y sus oportunidades de vida. Su incidencia y su prevalencia es significativa; tal como lo señalan Caballero et al, 2) esta tiene repercusiones directas e intergeneracionales, no sólo para el propio bienestar de la mujer (salud física, mental, sexual y reproductiva), sino también, para su entorno más cercano, la familia y la comunidad. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Mujeres 3. Con el avance de la pandemia de la COVID-19, la situación de la violencia se ha incrementado. A nivel el mundial, en 2020 se reportaron 243 millones de mujeres y niñas (de edades entre los 15 y 49 años) como víctimas de violencia sexual o física por parte de un compañero sentimental. Las estimaciones mundiales publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) 1 reportaron en el 2017 que alrededor de una de cada tres mujeres (35%) sufrieron violencia física o sexual por parte de su pareja o por terceros, en algún momento de su vida. Según la Cable News Network (CNN) en español 4, “América Latina es la región donde se presentan más de asesinatos de mujeres por su género: 14 de los 25 países del mundo con las tasas más elevadas de feminicidio están en esta parte del mundo”. Contreras y Portillo 5 hallaron en el 2019, en Colombia, el 55,4% de prevalencia de lesiones maxilofaciales en la violencia contra la mujer, entre las cuales la más común también fue el hematoma con un 56,3%. En Brasil, en el 2019, Silva y Chaves (6 hallaron que el 61,2% de conyugues fueron procesados por violencia física contra la mujer.
A nivel del Perú, esta problemática alcanza a todas las regiones del país. El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) 7 reportó en el 2018 que el 58,9% de las mujeres entre 15 a 49 años de edad que tienen o han tenido relación de pareja fueron víctimas de violencia psicológica. Jaucala 8 halló en el 2018 a 338 mujeres víctimas de violencia doméstica, siendo la violencia psicológica con 34,7%, la más prevalente. En Ayacucho se encontró en el 2018 que el 67,2% de mujeres experimentaron situaciones de violencia psicológica o verbal por parte del esposo o compañero, como también el 36,9% violencia física 7. En Tacna, Quispe et al. 9 hallaron que la incidencia de violencia extrema contra la mujer aumentó dentro del área rural y urbana-marginal. Según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) 10, realizada en Amazonas en el 2017, hubo un 23,5% de casos de violencia física ejercida por el esposo o compañero, un 51,3% de violencia psicológica y un 7,1% de violencia sexual. En el 2019, el 31% de los casos de violencia correspondieron al departamento de Lima, el 9% de Arequipa, el 7 % de Cusco, el 5% de Áncash y el 5% de Junín. Estos fueron los principales departamentos con más casos de víctimas de violencia contra la mujer, violencia familiar y sexual atendidos por los Centros de Emergencia Mujer 11.
Respecto a los predictores de la violencia ejercida contra la mujer, Rodríguez 12 explica que el bajo nivel de educación, ingreso económico, estado civil de los convivientes y la elevada periodicidad del consumo de alcohol en los varones, son los principales predictores de la violencia contra la mujer. Según Bruno 13, la edad, el tipo de lugar de residencia, ser conviviente, el índice de riqueza, el antecedente de haber sido agredida por alguien de su familia y haber presenciado violencia entre sus padres, resultaron ser los factores asociados significativamente a la violencia de pareja psicológica, física o sexual según los datos de la ENDES 2016. Alarcón y Ortiz 14 hallaron que los principales factores asociados a la violencia psicológica fueron: tener antecedentes de violencia física del padre a la madre, ser de condición separada y que las parejas de las mujeres se embriaguen frecuentemente.
A partir de la problemática descrita, este estudio encuentra justificación ya que la violencia contra la mujer aún es persistente. Es más, se trata de una pandemia mundial considerada como problema de salud pública de naturaleza multifactorial; de modo que, como integrantes del sector salud, no podemos ser ajenos a ello. Con este estudio se pretende, por lo tanto, proporcionar evidencia científica para la comprensión del problema desde sus predictores de riesgo, en departamentos de prevalencia, a fin de garantizar intervenciones integrales de salud para la prevención y atención de los casos de violencia, basadas en políticas de salud pública más rígidas y efectivas 15. Por lo tanto, el objetivo del estudio fue identificar los predictores de la violencia ejercida contra la mujer en departamentos de alta prevalencia del Perú durante el 2019.
Métodos
El estudio tuvo un enfoque cuantitativo, de tipo observacional, analítico de corte transversal con datos retrospectivos. Se usó la encuesta ENDES anual del año 2019, llevada a cabo por el INEI; sin embargo, en este estudio abarcamos aquellos departamentos del Perú en los que la prevalencia de la violencia era mayor: Huánuco, Ayacucho, Amazonas, Tacna y Cuzco.
La población estuvo conformada por 243 mujeres y la muestra efectiva para el análisis fue de 108 mujeres procedentes de: Huánuco (21), Ayacucho (17), Amazonas (25), Cuzco (42) y Tacna (3), seleccionados por un muestreo probabilístico aleatorio, autoponderado, estratificado, multietapico e independiente para cada departamento del Perú, de mujeres entre 18 y 78 años de edad. Se incluyeron datos de las mujeres casadas y convivientes, contando con información completa de todas las variables consideradas en el estudio.
Fueron excluidas las mujeres solteras, separadas y aquellas que no contestaron todas las preguntas de la encuesta. Es importante resaltar que los datos de la violencia solo se tomaron entre una subpoblación (muestra aleatoria) del total de las mujeres encuestadas.
El instrumento de medición fue tomado de la encuesta ENDES-2019 cuya denominación específica fue Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (ENARES), dirigida a mujeres de más de 18 años de edad. Esta encuesta recoge preguntas sobre características generales de la mujer: lugar de procedencia, grupo etario, edad, tipo de la vivienda, material de construcción predominante en las paredes exteriores de la vivienda, tipo de alumbrado que tiene la vivienda, procedencia del agua que utiliza la vivienda, tipo de conexión del baño o servicio higiénico, número de habitaciones que tiene el hogar, ocupación, estado conyugal, número de veces que se ha casado o convivido, afiliación a algún seguro, acceso a algún programa social y antecedentes de violencia en la niñez, datos de violencia física con (7 ítems), psicológica (8 ítems), económica (6 ítems) y sexual (5 ítems).
Esta encuesta fue validada por la ENARES, 2019, teniendo como escenario el hogar, las instituciones educativas y las personas que buscaron ayuda en un Centro de Emergencia Mujer y que formularon denuncia allí en los últimos doce meses.
El INEI aplicó esta encuesta directamente en las viviendas de las mujeres encuestadas durante el periodo de trabajo de campo, entre el 29 de octubre y el 14 diciembre del 2019.
En un primer momento, a través de la estadística descriptiva, se analizaron las variables sociodemográficas y la prevalencia del padecimiento de algún tipo de violencia. Para el caso de las variables cualitativas, estas variables fueron presentadas en tablas de frecuencia, mientras que para el caso de las cuantitativas estas fueron presentadas en tablas con las respectivas medidas de tendencia central y dispersión.
Posteriormente, en el análisis inferencial, se realizaron análisis univariados entre las variables cualitativas, teniendo como evento el hecho de padecer algún tipo de violencia (Sí/No) con el resto de variables sociodemográficas, a través de tablas de contingencia hallando el odds ratio (OR). Para construir el modelo logístico de ajuste principal, en un primer paso, las variables (factores) fueron seleccionadas de acuerdo a un valor de p < 0,30. Luego estas variables fueron incluidas en el modelo logístico final bajo dos criterios: tener un valor de p < 0,05 durante al análisis y ser consideradas de importancia social de acuerdo a los antecedentes revisados; lo que finalmente nos permitió tener un modelo logístico más parsimonioso.
Para el caso de los 4 modelos logísticos de ajuste adicionales según tipo de violencia (física, psicológica, económica y sexual), se siguió el mismo procedimiento del modelo principal. Finalmente, se calibraron los modelos a través de test de Hosmer Lemeshow. Asimismo, se evaluó el ajuste global, la capacidad de discriminación de los mismos con el uso de la curva ROC. Por último, se verificó la presencia de potenciales influyentes sin encontrar grupos de observaciones que alteren la robustez de los modelos logísticos presentados. El análisis de los datos se llevó a cabo con el paquete estadístico STATA v. 15 del entorno Windows.
La realización del estudio no requirió la aprobación de un comité de ética por tratarse de un análisis de datos secundarios, el mismo que fue realizado utilizando datos de una base (ENDES, 2019) que fue conducida por el INEI, es de dominio público y en la cual no se consigna información que permita identificar a los participantes evaluados, ni la ubicación de sus hogares.
Resultados
Al analizar las características sociodemográficas de las mujeres en estudio, se halló que una gran proporción de ellas [68,5% (74)] eran adultas. Un 56,5% (61) eran de condición convivientes. Las mujeres en estudio provenían de 5 departamentos: Cuzco (38,9%), Amazonas (23,1%), Ayacucho (15,7%), Huánuco (19,4%) y Tacna (2,8%). Respecto a la afiliación a algún seguro de salud, se halló que un 70,4% (76) estaba afiliado al Seguro Integral de Salud (SIS). Respecto a la afiliación a algún programa social del gobierno, el 25% (27) eran usuarios del Programa Nacional JUNTOS. Al analizar el saneamiento básico de las viviendas, se encontró que la gran mayoría residía en viviendas independientes [90,7% (98)], construidas en adobe y cemento. A su vez, la mayoría cuenta con servicios básicos. Respecto a los antecedentes de violencia en el hogar hasta los 11 años, se halló que un 45,4% (49) de las encuestadas tuvieron dichos antecedentes. Ver tabla 1.
Al analizar la distribución de los datos sociodemográficos se evidenció que, el promedio de edad era 40,71 años con una mediana de 39 y con una desviación estándar de 12,71. Respecto al número de habitaciones por vivienda, el promedio era de 2,74 con una mediana de 3 y un desvío estándar de 1,37. En cuanto a las veces que se habían casado, el promedio fue de 1,09 con una mediana de 1 y una desviación estándar de 0,291. Por último, según el tipo de violencia que padecían las mujeres sobre un total de 4, se halló un promedio de 1,19; lo que evidencia que todas las mujeres han padecido de, por lo menos, algún episodio de violencia (física, psicológica, económica o sexual) con una mediana de 1 y una desviación estándar de 1,35. Ver tabla 2.
Al analizar el padecimiento de algún tipo de violencia en las mujeres, se halló que un 43,5% (47) sí padecían de algún tipo de violencia, frente a un 56,5% (61) que no. En la distribución según el tipo de violencia padecida por las mujeres, se observó que una alta proporción de la muestra [81,5% (88)] habían padecido de violencia económica, seguido del 79,6% (86) que evidenció violencia sexual, un 69,4% (75) habían padecido violencia física y en menor proporción se halló episodios de violencia psicológica [50% (54)]. Ver tabla 3.
Después de realizar análisis univariados mediante regresión logística, se construyó el modelo final con un análisis multivariado, añadiendo predictores que tenían significancia estadística (p < 0,05) y otras de importancia social a pesar de que los mismos no eran significativos. El modelo mostró una adecuada calibración y el test de Hosmer Lemeshow (p = 0,8982) no fue significativo, en los sextilos de riesgo no se observaron diferencias y se evidenció un buen ajuste global (p = 0,3422). En el análisis de discriminación, de acuerdo al área bajo la curva (ver figura 1) en el 72,27% (IC al 95%, 63% - 82%) de los casos, el modelo asignó una probabilidad mayor de padecer violencia frente a aquellas que no, bajo las siguientes características: ser conviviente (OR = 3,56), haber padecido de violencia en la niñez (OR = 2,11), no pertenecer al Comedor Popular, Programa Vaso de Leche (3,08) y no estar afiliada al Programa Nacional Cuna Más (0,18), resaltando que este último se comportó como un factor protector, independientemente de los demás factores; además, se pudo evidenciar que el modelo tuvo una capacidad de discriminación aceptable y fue robusto, debido a que no se encontraron influyentes. Ver tabla 4.
Para el primer modelo de padecimiento de violencia física, este mostró una adecuada calibración y el test de Hosmer Lemeshow (p = 0,8588) no fue significativo, en los sextilos de riesgo no se observaron diferencias y mostraron también un buen ajuste global (p = 0,3582). En el análisis de discriminación, de acuerdo al área bajo la curva, en el 66% (IC al 95%, 56% - 76%) de los casos el modelo asignó una probabilidad mayor de padecer de violencia frente a las mujeres que no lo tuvieron, bajo las siguientes características: haber padecido de violencia en la niñez (OR = 2,91) y no estar afilado al Programa Nacional Cuna Más (OR = 0,10); este último actúo como un factor protector, independientemente de tener antecedente de violencia en la niñez. Ver tabla 5.
En el caso del modelo de padecimiento de violencia psicológica, este mostró una adecuada calibración y el test de Hosmer Lemeshow (p = 81,52) no fue significativo, en los sextilos de riesgo no se observaron diferencias y se pudo evidenciar también un buen ajuste global (p = 0,6503). En el análisis de discriminación, de acuerdo al área bajo la curva, en el 69% (IC al 95%, 60% - 79%) de los casos, el modelo asignó una probabilidad mayor de padecer violencia frente a las mujeres que no lo tuvieron, bajo las siguientes características: tener estado civil conviviente (OR = 4,30) y no pertenecer al Comedor Popular y al Programa Vaso de Leche (OR = 2,54). Ver tabla 5.
Para el modelo de padecimiento de violencia económica, este mostró una adecuada calibración y el test de Hosmer Lemeshow (p = 0,75) no fue significativo, en los sextilos de riesgo no se observaron diferencias y también mostró un buen ajuste global (p = 0,2234). En el análisis de discriminación, de acuerdo al área bajo la curva, en el 76% (IC al 95%, 63% - 88%) de los casos el modelo asignó una probabilidad mayor de padecer violencia frente a las mujeres que no lo tuvieron, bajo las siguientes características: haber padecido de violencia en la niñez (OR = 3,91), tener estado civil conviviente (OR = 3,40) y no estar afiliado al Programa Nacional JUNTOS (OR = 3,19). Ver tabla 5.
Finalmente, en el modelo de padecimiento de violencia sexual, este mostró una adecuada calibración y el test de Hosmer Lemeshow (p = 0,98) no fue significativo, en los sextilos de riesgo no se observaron diferencias y mostró también un buen ajuste global (p = 0,8594). En el análisis de discriminación, de acuerdo al área bajo la curva, en el 68% (IC al 95%, 56% - 80%) de los casos el modelo asignó una probabilidad mayor de padecer de violencia frente a las mujeres que no lo tuvieron, bajo las siguientes características: haber padecido de violencia en la niñez (OR = 4,18) y tener estado civil conviviente (OR = 1,17). ver tabla 5. En todos los casos concluimos que los 4 modelos tienen una capacidad de discriminación aceptable y son robustos, debido a que no se encontraron potenciales influyentes (outliers).
Discusión
El estudio de los predictores de la violencia ejercida contra la mujer se sustenta en el modelo piramidal de Bosch y Ferrer 16, quienes explican la escala del desarrollo de la violencia basado en 5 escalones: cuatro de ellos constituyen los mecanismos explicativos de la violencia (sustrato patriarcal, procesos de socialización, expectativas de control, y eventos desencadenantes); mientras que el quinto sería, propiamente, el estallido de la violencia contra las mujeres. Por lo tanto, son los eventos desencadenantes, los predictores de la violencia contra la mujer.
También, el modelo ecológico de Bronfenbrenner, explica que la violencia de pareja se debe a la interacción de múltiples factores, así como a factores sociales, económicos y culturales del contexto familiar que coexisten en diversos niveles denominados: el microsistema, el mesosistema, el exosistema y el macrosistema 17.
En un primer momento se halló que el hecho de haber padecido violencia en la niñez incrementa la probabilidad de sufrir algún tipo de violencia con posterioridad. Este resultado se sustenta en la teoría de la transmisión intergeneracional de la violencia de Chen y Kaplan, en la cual se explica la transmisión relacionada con la historia familiar, dejando en cada persona una huella absoluta que determinará su esencia 18; de modo que a través de la transmisión intergeneracional se ha arraigado como una lamentable costumbre. Asimismo, la teoría cognitiva-social de Bandura 19 explica que las mujeres que hayan sido víctimas desde la niñez de hechos concretos de violencia, aprenden que la violencia en las relaciones de pareja es algo habitual o normal.
Del mismo modo, nuestro resultado es coincidente con el estudio de Bolívar et al. 20, quienes hallaron que los factores de la violencia eran la historia de maltrato en la infancia de los padres. También, Solano 21 halló que existen factores de riesgo personales como el hecho de haber sufrido violencia en la niñez y sentimientos de frustración. Tanto que Jaén et al. 22 hallaron que las mujeres que tuvieron experiencia de violencia durante su infancia tienen una incidencia de 1,4 veces mayor de presentar eventos de violencia de pareja. Al respecto, Herrero et al. 23 explican que es más probable que algunas mujeres víctimas de abuso infantil seleccionen parejas masculinas íntimas potencialmente abusivas, tradicionales o generalmente violentas. Fehon 24 como Soto, y Trucco 25 hallaron que los niños y jóvenes expuestos a la violencia, ya sea como testigos o como víctimas, tienen un mayor riesgo de desarrollar patrones de comportamiento agresivo y violento.
Asimismo, Del Águila 26 indica que las experiencias de privación psicoafectiva o de violencia y abuso sufridas por el padre o la madre durante la infancia, son el factor de riesgo más relevante para que exista violencia en las familias.
Sanadroff 27 indicó que las mujeres más proclives a ser víctimas de violencia son las que fueron víctimas o testigos de violencia durante su infancia. Aizpurua et al 28 encontró que las mujeres jóvenes con más riesgo de sufrir violencia de su pareja fueron las mujeres con antecedentes de abuso físico/sexual durante la infancia. En tanto que Chiang et al 29 hallaron que las mujeres jóvenes tenían probabilidades estadísticamente más altas de experimentar violencia física de pareja en la edad adulta joven si habían experimentado violencia infantil; a esto, Fabián et al. 30 añaden que los niños que viven en ambientes violentos son más vulnerables a ser víctimas de algún tipo de violencia y, a la vez, están predispuestos a convertirse en potenciales víctimas o perpetuadores de la violencia en etapas posteriores de sus vidas.
En un segundo momento, se halló que el hecho de ser conviviente incrementa la probabilidad de sufrir algún tipo de violencia 31. Este resultado se sustenta, de acuerdo a Segato 32, desde una perspectiva antropológica, dado que la violencia contra la mujer es una expresión más del papel que se le ha asignado al varón desde hace mucho tiempo (el que tiene autoridad), de modo que “la historia del patriarcado va unida a la historia de las mujeres, pues este sistema de poder (patriarcado), ha materializado la invisibilidad y exclusión de la mujer”.
De este modo, las estructuras socioculturales de hombres y mujeres tendrían ya preconceptos y costumbres sustentados en la superioridad del hombre sobre la mujer: incluso la violencia es percibida como natural o normal. Uno de los factores culturales hallados tanto por Solano 33) como por Fabián et al. (30), hacen referencia a que el varón considera que tiene derecho de propiedad de la mujer. Ruiz de Vargas et al. 34 explican que existen parejas que no quieren conciliar y resolver sus conflictos. En este caso, la violencia se constituye en la expresión de diversas situaciones que afectan la convivencia cotidiana, ejecutando por tal los patrones de violencia tan arraigados culturalmente.
Aiquipa y Jesús 35 sostienen que la inequidad de género. La sociedad patriarcal, las actitudes machistas y el consumo de alcohol por parte del agresor, etc., influyen en la violencia contra la mujer; del mismo modo, identificaron que la violencia hacia la mujer obedece a múltiples factores de riesgo, como el hecho de que el varón considere a la mujer como su propiedad. Marco 36) halló además que existe mayor prevalencia de violencia en mujeres que han tenido pareja o tienen. Safranoff 27 también halló que la marcada disparidad en la edad, ausencia de un salario sostenido, problemas de alcohol del cónyuge fueron sus predictores de violencia. Caballero et al. 37, encontrón que el bajo nivel de instrucción, el estado civil conviviente, entre otros, fueron los predictores de la violencia. En tanto que Rodríguez 38 indica que las mujeres convivientes tienen una mayor prevalencia de violencia de pareja que sus pares casados. Por su parte, Alvarez 39 refiere que el hombre maltratador muy pocas veces reconoce sus actos de violencia, que es merecedor de pena criminal o que necesita ayuda psicológica.
En un tercer momento se encontró que la no pertenencia a programas sociales incrementa la probabilidad de sufrir algún tipo de violencia contra la mujer; al respecto, se entiende que los programas sociales se constituyen como redes de apoyo y que, según Olalla y Toala 40, estas redes de apoyo aportan significativamente a la persona que ha sufrido violencia de género. Estas sirven como productoras de resiliencia, siendo las redes informales las más importantes, ya que contar con una persona cercana, sea familiar o amistad, logra que la víctima pueda denunciar el hecho y plantear una salida, trazar nuevos objetivos de vida y cumplir nuevas metas a corto, mediano y largo plazo. De forma contraria a este resultado, Gonzales 41 explica que las madres beneficias del programa Juntos tienen mayor probabilidad de violencia que aquellas que no están afiliadas a este programa; incrementándose particularmente las formas de violencia física y sexual.
Al ser un estudio retrospectivo se tuvo limitaciones al seleccionar las unidades de estudio debido a que había muchas preguntas sin respuestas, con datos incompletos, así como diversas bases de datos. Hubo algunas variables que no se pudieron evaluar como los hábitos nocivos de la pareja o la religión, entre otros, que están señalados en otros estudios como factores de riesgo, por ser una base de datos secundaria.
Frente a los resultados, los esfuerzos para prevenir la violencia en la infancia y brindar atención y apoyo adecuados a los adultos con antecedentes de violencia en la niñez, la toma de conciencia sobre lo que les ocurrió a las victimas durante la infancia son fundamentales para interrumpir el ciclo de la violencia contra la mujer.
También es necesario fortalecer programas y estrategias de prevención de la violencia, fortalecer el trabajo articulado, los esfuerzos orientados a difundir, promover, capacitar, apoyar, acompañar y exigir el cumplimiento de derechos a las parejas violentadas por el cónyuge. Futuras investigaciones apuntan hacia estudios de mayor profundidad y mayor tamaño muestral y es necesario también relacionar la violencia y los indicadores de salud de la mujer.
Conclusiones
En conclusión, este estudio proporciona evidencia consistente de la existencia de predictores de gran importancia involucrados en el padecimiento de algún tipo de violencia contra la mujer, resaltando el hecho de ser conviviente, haber padecido violencia en la niñez y no pertenecer al Comedor Popular/Programa Vaso de Leche.
En el caso de la violencia física, haber padecido de violencia en la niñez y no estar afiliada al programa Cuna Más, se constituyen como predictores significativos.
Para el caso de la violencia psicológica, ser conviviente y no pertenecer al comedor popular/Programa Vaso de Leche, se establecen como factores de importancia.
Para el caso de la violencia económica, haber padecido de violencia en la niñez y ser conviviente resaltan como factores significativos.
En suma, existen predictores tales como haber padecido de violencia en la niñez y ser conviviente están involucrados en la aparición de episodios de violencia sexual contra la mujer.
Finalmente, esta investigación representa un importante aporte teórico, metodológico y conceptual en la comprensión de los predictores de la violencia ejercida contra la mujer en departamentos de alta prevalencia del Perú; no obstante, nuestros resultados no pretenden ser concluyentes al respecto de los resultados que presenta el fenómeno, ya que estos constituyen una primera aproximación al problema.