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Revista Ciencia y Cultura
versión On-line ISSN 2077-3323
Rev Cien Cult n.20 La Paz abr. 2008
El ojo morado
Stephan Gurtner1
1 Stefan Gurtner es formador, director y escritor. Dirige y coordina la Comunidad Tres Soles, que funciona en Quillacollo, Cochabamba, donde trabaja, a través del teatro pedagógico, el acceso a la educación formal con menores en situación especial.
En los primeros once años de nuestro trabajo vivíamos en El Alto. Un día nos invitaron a Santa Cruz para participar en una verbena cultural organizada para celebrar el aniversario de la Colonia Piraí, una granja donde se forman jóvenes en oficios agrícolas. Nuestro elenco artístico era nuevo y todavía no tenía nombre. Sus miembros eran nueve: Sixto, Eduardo, Bernabé, Jesús, Abel, Freddy, Ricardo, Braulio y Santos. En la mañana antes de nuestra presentación nos preguntó el animador de la verbena cómo se llamaba nuestro grupo para la correspondiente presentación al público. "Nosotros nos llamamos...", comenzó Sixto, pero de pronto se calló y miró a los demás como en búsqueda de ayuda. Silencio fue la respuesta. "Pues...este asunto tendremos que hablarlo todavía, ¿ya?".
En seguida intentamos ponernos de acuerdo sobre el nombre de nuestro grupo, pero no fue fácil. "Nos podríamos llamar como nuestro Hogar", propuso Santos. "¡Damas y caballeros, el grupo de teatro del Hogar Albergue para Menores...!" "¡Wa, no puede ser nombre de un grupo de teatro!" protestó Eduardo inmediatamente. A muchos de los chicos el nombre del hogar les cayó mal y ya habíamos hablado de rebautizarla.
Por un momento todos callaron, después dijo Jesús: "¿Qué tal El ojo de la aguja?" Su cara estaba llena de picaduras de mosquitos. "O simplemente La aguja", dijo Ricardo rápidamente. "¿Por qué aguja?" preguntó alguien. "Porque... pinchamos con nuestras obras, ¿no es cierto?" "Entonces también podríamos llamarnos Las mariposas, porque volamos con nuestras ideas", se burló Freddy. "Las mariposas... ¿Por qué no?" se preguntó Bernabé, pensando en voz alta. "Bueno, avísenme cuando se hayan puesto de acuerdo, tengo cosas que hacer", dijo el animador de la verbena y se retiró sonriendo.
"¡Están hablando realmente macanas!" se enojó Abel. "Nos hacen quedar mal." "¿Puedes proponer otra cosa?" preguntó Santos. Otra vez cundió el silencio. Desde afuera se podía oír el ruido de los trabajadores que armaban el escenario. "Debería ser algo macanudo que les guste a las chicas", dijo finalmente Abel. "Por ejemplo, nos podríamos llamar Los machos." "Desde que estamos aquí sólo piensas en chicas", murmuró Ricardo. Sufrió mucho por el calor y el sudor le chorreaba por la cara sin cesar.
"No es cierto", se defendió Abel. "Sólo estás celoso, porque todas las chicas me miran a mí no más..."
"¡Claro que es cierto!" chilló Braulio. "Hasta en sueños hablas de la tal Natalia".
"¡Cállate, perro sucio!"
Eso fue demasiado para Braulio, que era un muchacho bastante sensible. Salió de la habitación llorando y tirando la puerta.
"Por supuesto, te has enamorado de la Natalia", siguió provocando Ricardo, mientras tanto. "¿Crees que no tenemos ojos en la cabeza?"
Natalia era una chica muy linda que vivía en la Colonia Piraí.
"¡Eres un mentiroso!", gritó Abel.
"¡Repítelo, si eres hombre!" gritó Ricardo de la misma manera.
"¡Mentiroso maldito!"
Y antes de que pudiéramos evitarlo, se habían lanzado a una feroz pelea. Cuando los otros lograron separarlos, ambos tenían un ojo morado: Abel en el lado derecho, Ricardo en el lado izquierdo, y el grupo seguía sin nombre.
"Al final qué importa", nos consoló Eduardo. "Nos presentaremos sin nombre antes que resulten más ojos morados."
Nos separamos y cada uno preparó sus cosas para la actuación. El sol se había puesto y los mosquitos habían empezado a salir de la oscura selva a orillas de las aguas amarillas del río Piraí. La verbena largamente esperada comenzó. Doscientos chicos y chicas se agolpaban frente al escenario. Las luces se prendieron. Siguieron los discursos usuales, diferentes grupos de música y declamaciones, y por fin nos tocó a nosotros...
"Ahora, damas y caballeros, el grupo de teatro de El Alto", sonó una voz aguda a través del micrófono, y dirigida a nosotros detrás del telón: "¿Ya eligieron su nombre? ¿Será Ojo de aguja u Ojo de mariposa?" El público se rió. Se rió de los "kollas", de los montañeses tontos.
Entonces Abel, profundamente ofendido, resopló por la nariz, salió al escenario con su ojo hinchado y morado y ladró: "Qué Ojo de aguja ni qué Ojo de mariposa... ¡Ojo morado'.".